LosPuntossobrelasíes
Puede ser
Peña habló desde la edad y el segmento que representa. Por eso cuando escuché que la gente a mi alrededor decía “puede ser”, reafirmé que efectivamente puede ser el Lula de México.
Lunes 3 de diciembre de 2012
“Puede ser” es la frase que más oí en Palacio Nacional el sábado pasado de boca de los principales empresarios y líderes de opinión nacionales e internacionales.
Enrique Peña Nieto es ya presidente. En las 13 medidas que anunció se pueden observar claramente algunas cosas.
Primero: Enfrentó su discurso sin complejos, sin creerse ni la propaganda, ni las dudas, ni la propia imagen que –por un exceso de híper imagen– desarrolló durante la campaña presidencial.
Segundo: No tiene miedo –ni siquiera a la superstición– aún cuando su antecesor tuvo la fama de estar salado.
Tercero: Hacía mucho tiempo –desde el 1 de diciembre de 1988– que no se oía una apelación tan directa. Por una parte los poderes de la presidencia, por otra la necesidad de que todo el país avance en la misma dirección.
No sé si es bueno ser como somos, pero sé que es malo –para el conjunto histórico– no aceptar lo que somos. México es presidencialista, no es un país parlamentario.
México no compone la corrección de los excesos de su poder sobre la base de distintos contrapesos. Durante cerca de 50 años la falta de contrapesos ha sido el problema, pero cuando los encontramos, a partir de 1997, estos se convirtieron en el freno histórico que ni siquiera el cambio de la alternancia de poder consiguió superar.
Conozco muy pocos mexicanos que no le teman al poder desmedido de la presidencia del ayer, pero que no están deseosos de que alguien les marque el camino.
Peña Nieto lanzó un gran mensaje, pero no lo hizo a los sindicatos, sino a La Maestra. El menú que preparó tiene una appetizer que me gusta, que considero necesario y que echaba de menos.
Desde el año 2000, EPN es el primer presidente que no olvida que, por muy fuertes que sean algunos representantes de la sociedad económica, empresarial o informativa, el primer poder del Estado es el que se emana del Poder Ejecutivo de la Nación.
Habló de educación, de las televisoras, de las telecomunicaciones. Habló en definitiva, de lo que usted y yo pensamos –en silencio o a gritos–: que alguien nos explique si las cosas están bien o mal y que haga algo para devolvernos la capacidad de creer.
Peña habló desde la edad y el segmento que representa. Por eso cuando escuché que la gente a mi alrededor decía “puede ser”, reafirmé que efectivamente puede ser el Lula de México, por dos razones: La primera, porque se ha puesto la banda para ser presidente por encima de cualquier otro poder. La segunda, porque parece que entendió que los gritos de clamor de tantos años, imponen la urgencia de las reformas y el éxito de su sexenio.
Su discurso no corrió delante de los jóvenes, sino que se dirigió hacia ellos al encuentro con el futuro del país.
Espero que se dé prisa y comparezca sin complejos ni temor, que hable a los jóvenes, los mismos que de manera orquestada y estructurada –me niego a aceptar ninguna relación entre el discurso de López Obrador con los hechos de violencia–, nos avisan a todos que se nos acabó el tiempo.
Esos jóvenes son quienes deben ser incorporados inmediatamente, son los que esperan la oportunidad de la que él habló –no me refiero a los vándalos, ni a los que atemorizaron y provocaron una respuesta razonable por parte de las fuerzas de seguridad–.
“Puede ser”, y en lo que a mí se refiere, cruzo los dedos para que los buenos jóvenes –todos los que no rompieron farolas, quemaron carros o rompieron cristales– encuentren el camino, porque el camino para ellos es el éxito para todos.
Y si ese éxito lo produce Enrique Peña Nieto, no le daré las gracias –porque a fin de cuentas nadie lo obligó a ser nuestro presidente–, pero sí se lo reconoceré desde la certeza de que su éxito es también el mío.
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