jueves, 6 de diciembre de 2012


LosPuntossobrelasíes

¡Mancera!

La justicia en un país que no la conoce –nada más que con una eterna inspiración como sucede con la verdad, la limpieza y la igualdad– logra hacer Jefes de Gobierno, al menos en el Distrito Federal.
 
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Ayer, la Asamblea del Distrito Federal presentó un escenario extraño. Estaba un candidato que había ganado las elecciones capitalinas por más de un millón 200 mil votos respecto a sus contrincantes, y por más de 800 mil votos en relación al candidato del mismo partido –PRD– que participó por la presidencia de la República. 
La justicia en un país que no la conoce –nada más que con una eterna inspiración como sucede con la verdad, la limpieza y la igualdad– logra hacer Jefes de Gobierno, al menos en el Distrito Federal. 
Hubo un detalle estético que agradecí: cuando todos los demás empleados de nómina y de quincena de la política mexicana iban con su corbatita color amarillo, el recientemente electo, nombrado y protestado Jefe de Gobierno del Distrito Federal Miguel Ángel Mancera, portaba una corbata a rayas grises y marrones, muy ad hoc  al momento. 
A su izquierda tenía la sonrisa –oriental– del régimen, que es la del nuevo secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, y a su derecha estaba el recientemente jubilado Marcelo Ebrard. 
Fue un espectáculo nuevo. Emilio Gamboa sonreía y sonreía. Manlio Fabio Beltrones estaba muy serio. Mancera nombró a casi todos los asistentes –hasta pensé que en algún momento me nombraría– solo no mencionó al jefe de la bancada priista en el Congreso de los diputados. Solo a él. 
El discurso de Miguel Ángel Mancera en la Asamblea sirvió solo para quedar bien con todos y con sus jefes. El emitido en el Auditorio Nacional fue para su pueblo, aquél que no lleva corbatas amarillas. Ese fue un gran discurso.
Lo que mejor hizo fue explicar que esta ciudad ha dejado atrás definitivamente tanto la épica de Cuauhtémoc Cárdenas, como la circunstancia injusta de que ayer nadie habló de Rosario Robles, hoy secretaria de Desarrollo Social del gobierno de Peña Nieto, ni de aquel que decía gobernar “la ciudad de primero los pobres” o el otro “de la ciudad en movimiento”. 
¿Qué nos queda ahora? La ciudad democrática de Miguel Ángel Mancera. 
Me explico: Mancera sabe que es el propietario absoluto de la segunda chequera del país. Es decir, es un hacedor de sonrisas o deshacedor de entuertos, dependerá de cómo lo use, pero el gobierno que ha armado tiene incorporaciones notables. 
Ha puesto a un exsecretario de Salud de la República Federal, Salomón Chertorivski, como secretario de Desarrollo Económico; a un exsímbolo nacional de que la democracia era posible en México, llamado Cuauhtémoc Cárdenas, como el responsable de sus relaciones internacionales. 
Pero que nadie se equivoque: ya no es el gobierno de las tribus, ni lo que quedó del fracaso del PRI después de la cólera de Dios en forma de sismo en 1985. Este es el gobierno resumen de todo aquello que ha ido dando la izquierda, que como pasa siempre con las oposiciones toleradas, le pagaba el poder para que siguiera legitimándolo a través de protestar –pero poquito– a cambio de recibir su parte alícuota del pastel. 
Ayer pudo haber empezado el gobierno de los ciudadanos. Si lo unimos al discurso de los 13 puntos de Peña Nieto y al pacto del lunes, da la impresión de que México, ya no el de los corruptos sino el México calculado y el predecible, no tiene más remedio que modernizar su sistema. 
Mancera dijo una frase que me encantó: “Soy un mandatario porque significa que estoy aquí para cumplir los mandatos del pueblo”. 
Ya empezó con toda gloria y esplendor el sexenio de las dos caras: en una, Peña; en la otra, Mancera. La gran pregunta es: ¿cuántos de los históricos sobrevivirán? 
Seguiremos… 

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