miércoles, 5 de diciembre de 2012


Peña Nieto, el presidente católico
Bernardo Barranco V.
E
nrique Peña Nieto ha reiterado que mantendrá el carácter laico de Estado, que como sabemos recientemente quedó plasmado en el artículo 40 de la Constitución, pero existen temores fundados de que en este sexenio se puedan operar dramáticas regresiones. Un primer recelo radica en el excesivo pragmatismo no sólo del PRI, sino del primer círculo que rodea al Presidente; la tradición y principios pueden ser abandonados según las circunstancias, cualquier cosa puede pasar. La segunda duda es: ¿qué entiende Peña Nieto por Estado laico? De acuerdo con algunas entrevistas, su visión es muy pobre y se reduce a la separación entre la Iglesia y el Estado, entre política y religión, cuando la laicidad de un Estado moderno es una construcción mucho más compleja. La tercera es la desconfianza que existe en la práctica vivida tanto por la persona como por el funcionario Peña Nieto frente al tema religión y su indiscutible adhesión a la Iglesia y principios católicos. Nuestra intención no es prejuzgar, sino poner sobre la mesa antecedentes, razonamientos y desconfianzas de muchas iglesias, grupos minoritarios y sectores académicos seculares.
Desde su nacimiento, Peña Nieto está ligado a la religión católica. Creció en el seno de una familia católica apegada a la Iglesia en un entorno conservador y provinciano, como se vive en Atlacomulco. Sus padres, María del Perpetuo Socorro Ofelia Nieto Sánchez devota y Enrique Peña del Mazo, acudían junto con sus hijos semanalmente a misa. Casi todas las instituciones educativas en las que Enrique Peña se formó son confesionales, desde el Colegio Plancarte de Atlacomulco, atendido por las monjas de la orden Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, hasta la Universidad Panamericana, fundada por el Opus Dei, donde realizó estudios en derecho.

Peña Nieto tiene parentesco con dos obispos recios. Por un lado Maximino Ruiz y Flores (1875-1949), doctor en teología dogmática y gobernador de la Curia Metropolitana, sin duda influyente. Y Arturo Vélez, el primer obispo de Toluca, ambos hijos distinguidos de Atlacomulco. Con el estilo acucioso de Miguel Ángel Granados Chapa, en uno de sus artículos refirió los parentescos católicos de Peña Nieto: Su familia extensa abarca a varios mandatarios estatales, incluye también a un obispo, nada menos que el primero de la diócesis de Toluca. Se trata de Arturo Vélez Martínez, primo de Alfredo del Mazo Vélez, el primero de ese nombre, que fue gobernador del estado, senador de la República y secretario de Recursos Hidráulicos (Reforma 21/12/09). Arturo Vélez murió el 22 de agosto de 1989 a los 85 años de edad, después de haber estado al frente de la diócesis durante casi 30 años. Tuteló el estado de México con personajes que van desde Isidro Fabela, pasando por Gustavo Baz, Sánchez Colín y, por supuesto, el profesor Carlos Hank González. En pocas palabras, Vélez es la versión religiosa de un priísmo acendrado y del llamado inexistente grupo Atlacomulco. Hasta el componente de la corrupción pesa sobre el potente personaje en los manejos poco furtivos de los recursos manejados en las rifas de casas realizadas por el primer obispo de Toluca.
Siendo gobernador, Peña Nieto ha establecido vínculos personales con los obispos. Comparecía dos veces al año en cada conferencia de la CEM en Cuautitlán bajo el pretexto de la hospitalidad mexiquense. Se mantuvo interesado en cubrir las necesidades y requerimientos de los 14 obispos mexiquenses y de otros que pasaron o son originarios del estado de México. Para ello, el gobernador mexiquense formó una oficina especializada de enlace y atención a los obispos, conducida por Roberto Herrera Mena; no escatimó recursos para proveer de atenciones, privilegios materiales y hasta caprichos de los prelados. Jenaro Villamil narra cómo Onésimo Cepeda fue uno de los viajeros frecuentes en alguno de los siete helicópteros Augusta que compró el gobierno estatal; en esa aeronave el obispo se traslada de Ecatepec a Ixtapan, sitio de veraneo del gobernador para jugar golf y, por supuesto, degustar vinos franceses. Su entusiasmo con los legionarios de Cristo es visible, así como apoyos vistosos al Teletón. Peña Nieto también se deja consentir: el 18 de agosto de 2008 recibió el reconocimiento como alumno distinguido de la Universidad Panamericana. Recordemos que en 2009 financió la numerosa y costosa comitiva clerical, en la que Peña visitó al papa Benedicto XVI para presentarle con grandes reflectores a su futura esposa Angélica Rivera. En un portal titulado Sacro y Profano, editado desde Roma, sobre comidillas clericales, se lee: Un experimentado monseñor dijo alguna vez al autor de estas líneas: ¿por qué los obispos se llevan tan bien con Enrique Peña Nieto? Porque les da lo que necesitan, mientras los panistas no. En contraparte, en esta convivencia entrañable entre los obispos y Peña Nieto, pesa sobre el clero un asunto muy delicado: la sospechosa y anómala nulidad del primer matrimonio de Angélica Rivera, que comprometería no sólo a la arquidiócesis de México, sino a la nunciatura y altas autoridades de la curia vaticana. Pesa también sobre el católico presidente Peña Nieto su cuota de responsabilidad, pues participó en los más altos niveles cargos durante el gobierno de su tío Arturo Montiel, una de las gestiones sobre las que recae la sospecha de grosera corrupción y enriquecimiento inexplicable.
Peña Nieto como candidato ha otorgado a Iglesia un estatus privilegiado para la gobernabilidad y estabilidad política del país. Veremos si como presidente irá más allá del PAN. Sin duda se avivarán obispos y corrientes clericales priístas, pero también el presidente Peña Nieto enfrentará la oposición poderosa no sólo de agrupaciones religiosas no católicas, sino de significativos grupos que reivindican los derechos de las minorías. Si Peña Nieto cede a la concepción católica de la libertad religiosa y abre la educación al catecismo, enfrentaría también sectores del mismo PRI y masones activos, intelectuales y grupos seculares de la academia que confrontarían las posibles tentaciones regresivas de Peña Nieto de otorgar inconmensurables privilegios a la estructura de la Iglesia católica.

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