La seguridad es una finalidad esencial para la vida y desarrollo de la comunidad nacional; sin ella no es posible garantizar su existencia y, en extremo, la del Estado, que no del gobierno, como a veces se confunde. Del concepto genérico de seguridad surge la seguridad nacional, que a su vez comprende la seguridad pública.
Este concepto esencial tan mal entendido y tan confundido en nuestro país ha sufrido, como todos, de socavaciones que intentan demolerlo. Las sociedades, a través de los tiempos, han discernido leyes para enfrentarlo. De acuerdo con cada momento ha adoptado distintos nombres, pero el más genérico ha sido traición a la patria y hay registro de casos históricamente categóricos, unos justos, otros equívocos, que han dejado huella.
En el ámbito mundial relativamente reciente destaca el caso Dreyfus, un coronel francés acusado de entregar información a Alemania en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, que resultó totalmente falso. Otro caso es el del matrimonio formado por Ethel y Julius Rosenberg, juzgados y ejecutados por una traición a Estados Unidos al entregar supuestamente información sobre secretos nucleares a la URSS, lo que nunca se comprobó, por lo menos en el caso de Ethel, la esposa.
En nuestro país, destaca la anécdota hasta poco seria del caso de doña Marina ante Hernán Cortés o la de Antonio López de Santa Anna, aunque por supuesto habría otros responsables con otras formas y en otros tiempos, como el caso de la traición de Victoriano Huerta.
En México la tipificación de estas actitudes como delito es muy antigua, pero hoy se encuentra actualizada en el Código Penal Federal, capítulo I. Traición a la Patria, artículo 123, que impone penas hasta de cuarenta años a quien, fracción VI, tenga en tiempo de paz o de guerra relación o inteligencia con persona, grupo o gobiernos extranjeros o les dé instrucciones, información o consejo con el objeto de alterar la paz interior.
En la historia reciente, aunque no exista formalmente un registro nominal, es conocido que particulares y funcionarios públicos entregaron información sensible tanto a agentes de la URSS como de EU. Un caso totalmente documentado es el de Fernando Gutiérrez Barrios: Litempo-4, que era su clave y fue develado por la propia CIA hasta en las cantidades de dinero que recibía. Esta infidencia histórica irremediablemente se ha venido repitiendo aunque no hubiera huellas públicas de ella; sin embargo, gracias a Wikileaks, hemos sabido de hechos que además de increíbles por los tiempos en que creíamos que ya pertenecerían al anecdotario del pasado, resulta que no es así y que al menos hay uno.
Gracias a los cables 98281 y 98138 de Wikileaks ahora sabemos que, en febrero de 2007, el actual titular de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, le ofreció al entonces secretario de Seguridad Interior estadunidense, Michael Chertoff: Usted tendrá libre acceso a nuestra información de inteligencia en seguridad pública.
Esta traición, frivolidad, inconsciencia o protagonismo del secretario García Luna, para no pensar en una auténtica intención de traición a la patria, es censurable. Quebranta normas éticas, políticas, jurídicas, de prudencia y más.
En ese entonces, pocas semanas después de inaugurada la administración de Calderón, no es de pensarse que hubiera, como hoy, la determinación oficial de definir a su gobierno como colaboracionista. Al momento no sólo se entrega información de alta sensibilidad al gobierno estadunidense, sino que se permite que decenas y decenas de agentes desde el más alto nivel, como pudiera ser el mismo embajador en turno, hasta el más bajo, como el agente de la ICE Jaime Zapata, muerto en la carretera Querétaro-San Luis Potosí, transiten, se introduzcan, opinen y por supuesto conozcan las debilidades y equívocos de nuestras instituciones. Su presencia en ellas se ha vuelto parte del paisaje.
La actitud inicialmente asumida por García Luna y posteriormente por el propio presidente Calderón es reprobable ante la historia y ante el derecho, y por eso es importante difundirla para crear una conciencia de reprobación. Gobiernos colaboracionistas los hemos visto y los vemos en todo momento y lugar, pero nunca asumimos que el de nuestro país fuera a llegar a este extremo de gratuita entrega. La palabra colaboracionismo se atribuye a todo aquello que tiende a auxiliar o cooperar con el enemigo, y EU sin serlo de manera abierta, está muy lejos de ser amigo. Los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses (John Foster Dulles).
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