Qué pena, pero en este lado del charco da igual que sean los socialistas o los populares, porque unos y otros han sido metiches, insolentes e irrespetuosos en el manejo de las relaciones de España con América Latina. Ambos han procurado mantener o imponer términos favorables al saqueo y la depredación de los recursos humanos, financieros y naturales de esta zona del mundo. Los dos bandos han conspirado contra los proyectos de desarrollo independiente encabezados por Evo, por Chávez y por los hermanos Castro y no han querido entender que si a veces el presidente venezolano hace el ridículo, y si los jerarcas cubanos son un tanto patéticos, ambas cosas son asunto de los venezolanos y de los cubanos, no de los ocupantes temporales de un remoto palacete neoclásico que, en descripción de alguien que vivió allí durante 14 años, es una tarta de nata montada con toques de purpurina y en el que un día durmieron, arropados con edredones de jefes de Estado, Saddam Hussein y Leónidas Trujillo.
Uno sabe bien que, cuando piensan, hablan y actúan hacia América Latina, González, Aznar y Ródriguez Zapatero no ven un conjunto de sociedades esperanzadas, desgarradas y casi siempre oprimidas, sino mercados para Telefónica, campos petrolíferos explotables para Repsol, condiciones de saqueo financiero para BBVA y Santander, indios guatemaltecos asesinables para Unión Fenosa, subcontratación y corruptelas para Eulen, ventas de publicidad disfrazada de información oficial para Prisa. En la época actual, España no tiene empresas: es un conjunto de corporativos privados el que tiene a España, y el gobierno de ese país es un equipo multidisciplinario de relaciones públicas, penetración de mercados, gestión de crisis y control de daños. Lo cual, por supuesto, no es un fenómeno exclusivo de la madrastra patria: ahí tienen el caso de Obama, quien con tal de preservar los cotos de Halliburton y de Blackwater en Asia central es capaz de sostener, en público y sin ruborizarse, que la guerra es la paz, como ya lo decía el Gran Hermano en la novela de George Orwell.
Lo más triste es que a un sector creciente de la propia sociedad española le dé lo mismo que la cabecita parlante se apellide Rajoy o Zapatero. Mejor dicho: lo más triste es que Rajoy y Zapatero sean lo mismo ante tantas cosas sustantivas, que el primero haya sobrevivido sin novedad al bao de inmundicia que organizó su propio partido, que el segundo empiece a comportarse igual que el presidente de Yemen ante las protestas sociales y que la sucesión en el gobierno ocurra entre ellos, es decir, que no ocurra casi nada: el jaloneo es sólo por el poder.
Tal vez así pueda entenderse el hecho insólito de que en varios pueblos de Almería (Benitaglia, Sufli, Turrillas...) el PSOE no haya recibido ni siquiera los votos de sus propios candidatos. Para qué molestarse con esos dos adjetivos mentirosos con los que quieren distinguirse las dos fuerzas españolas dominantes: los socialistas obreros son en realidad capitalistas neoliberales, como los del Partido Popular, y éstos, al igual que los aún gobernantes, son profundamente antipopulares en sus estrategias económicas y sociales.
Si en la hora actual hay espíritu democrático en España, éste no se encuentra, de seguro, en La Moncloa ni en el Palacio de las Cortes, sino en la Asamblea del Sol, sita en la plaza madrileña del mismo nombre y en otras de España. Con todo el cansancio y el calor acumulados durante más de una semana de cuestionamiento frontal al sistema, a contrapelo de la improbabilidad de advenir, aquello sigue siendo un hervidero de ideas, sueños, igualdad y fraternidad, y el primer cuestionamiento social al régimen posfranquista. Significativamente, para ellos Rajoy o Zapatero también han terminado por ser más o menos lo mismo.
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