sábado, 30 de marzo de 2013


Cuando el antisemitismo es un sofisma

HÉCTOR PALACIO@NietzscheAristosáb 30 mar 2013 09:02
  
El riguroso y brillante filósofo francés Michel Onfray deconstruye el mito de Sigmund Freud, lo disecciona y lo reduce a la justa condición humana. En otras palabras, lo hace pedazos, lo pulveriza. En vernáculo mexicano, no baja al médico de hijo de la chingada. Esto, en la monumental obra Freud. El crepúsculo de un ídolo (2010, Taurus; en francés, Le crépuscule d’une idole. L’affabulation freudienne).
¿Existe el antisemitismo? Por supuesto, pero no es el tema de esta columna. El asunto aquí es establecer con claridad la posición de quien ejerce la crítica sobre alguien que racialmente pudiera ser judío, pero que no la realiza en función de ello sino en razón de la crítica misma, y el criticado, al no lograr argumentar razones válidas y sólidas, atribuye al racismo, al antisemitismo, la crítica vertida. Aquí es cuando el antisemitismo es un sofisma.
Esto viene a cuento no sólo por el sugestivo debate entre Alfredo Jalife y algunos mexicanos de origen judío como Enrique Krauze Kleinbort y Jorge Castañeda Gutman. Sobre todo, porque al caminar sobre “terreno minado”, corresponde a todo crítico establecer de una vez y para siempre ciertas verdades; al menos para sí.
En mi caso, para evitar confusiones, recurriré al filósofo francés, quien en uno de los capítulos de su valiosa obra, “Un cerrojo sofístico”, expone las argucias de Sigmund Freud para defender su posición como “padre” del psicoanálisis como “ciencia” universal (“ciencia” de la cual no inventó el nombre ni “la cosa”; Onfray propone a Antifonte de Atenas).  Cada vez que Freud es objeto de crítica, no responde con razones. Se llama atacado, obstaculizado, impedido, habla de una resistencia contra el psicoanálisis. Cuando en realidad tuvo todo a favor suyo. Incluso, el psicoanálisis continuó trabajando en  Alemania durante el régimen nazi vía el Instituto Göring, supervisado por el propio Sigmund. Cito a Onfray:
Tercer sofisma: toda crítica del psicoanálisis se apoya en una crítica a Freud, que era judío, y por ende siempre es sospechosa de antisemitismo. Como Freud no dejó de afirmar a lo largo de toda su vida que ésta y el psicoanálisis se confundían, ‘el psicoanálisis se convirtió en el contenido de mi vida’…; como agregó que a veces podía dar la impresión de alejarse del judaísmo por no respetar sus usos y costumbres, sus ritos y tradiciones, pero que en el fondo de su ser, lo más íntimo, era judío; como en el prólogo de la edición en hebreo de Tótem y tabú sostuvo que inscribía su trabajo en el ‘espíritu del nuevo judaísmo’…, y como en vida tomó la pérfida precaución de recurrir él mismo al argumento, para criticar las críticas…., cualquier oposición queda bajo la sospecha de camaradería consciente –o inconsciente, claro está, y con ello el ataque se ve facilitado- con el antisemitismo.” (ob. cit. p. 368).
Onfray conoció la obra de Freud desde joven; la ha explorado en absoluto (excepto los documentos ocultos y las cartas quemadas por el médico austriaco). Lo asumió y enseñó durante 20 años. Suficiente tiempo como para anidar rigurosamente la crítica y emprender su desenmascaramiento. Nietzsche fue cristiano e hijo de un pastor, y creó así la más despiadada y descarnada (o acaso en-carnada) crítica contra ese mundo (por cierto, se pregunta Onfray, “El freudismo, un nietzscheanismo?”; en una vertiente, el sentido biológico, respondo que así es, Freud, negándolo, se “fusila” a Nietzsche).
Ahora sólo falta que en México acusen los interesados a Michel Onfray de antisemita.
En México, la crítica en general se toma a mal. Y en el caso de ciertos judíos-mexicanos, transforman la crítica recibida en antisemitismo; ante la crítica, esgrimen a quemarropa el escudo del holocausto. Ellos tienen el derecho a ejercer la crítica contra los demás; pero no los demás contra ellos; ¡cuidado! Eso no se vale. En realidad, toda crítica debiera valer.
La crítica debe ser universal. Así como un judío-mexicano despliega la crítica contra un mexicano a secas (especialidad de Krauze, ejemplos sobran), no por mexicano, sino por ser todo ente objeto potencial de crítica y por ejercerse el derecho a la misma (aunque políticamente sea cuestionable, desde una posición interesada), un mexicano no judío tiene derecho asimismo a ejercitarla sobre un judío, mexicano o no.
Krauze y Castañeda deben aceptar la crítica que ellos  practican todos los días. Sin inventar sofismas a la manera de Sigmund. Y no por ello debieran despertarse las pasiones ni “desgarrarse las vestiduras” en el sentido del antisemitismo o antimexicanismo. A menos que sin fanatismo y rigurosamente, con pruebas, se demuestre lo contrario, que es posible. Siempre y cuando la razón  y no el fanatismo de cualquier tipo, esté por delante. 

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