martes, 26 de marzo de 2013

La silla del Antiguo Palacio del Ayuntamiento es suficientemente grande Y ASI LE QUEDA!


El problema de Mancera

EPICENTROLeón Krauze

Después de una victoria contundente, Miguel Ángel Mancera parecía encaminado a convertirse en protagonista de la vida política mexicana. Reconocido por su pragmatismo y moderación, tenía las herramientas necesarias para hacer de su gobierno en la capital un éxito. Entre otras cosas, Mancera tenía la ventaja de ser bien visto por las otras fuerzas políticas, que siempre le han reconocido su ponderación: “no es un hombre de conflicto, es un hombre de conciliación”, me dijo antes de la elección de 2012, con cierta resignación, uno de sus antagonistas. Cuatro meses después, la estrella del jefe de Gobierno va en picada. No hay día sin una crítica feroz contra Mancera, desde su indecisión política hasta la crisis de comunicación de su gobierno, incluido su manejo casi cómico de Twitter. Parece, pues, que el hombre no las trae todas consigo. Pero, ¿cuál es el problema real de Miguel Ángel Mancera? No es un déficit de capacidad, ni de equipo, ni de visión de gobierno. El problema de Mancera es que quiere más.
Como muchos otros alcaldes del mundo, Mancera ve su puesto actual como un escalón para cosas mayores. Como lo hicieran López Obrador y Ebrard, Mancera gobierna con un ojo puesto en el presente y otro en “la grande”. Se ha creído aquello de que puede ser candidato de la izquierda en la próxima presidencial y ha sumado esa variable a su toma de decisiones. Es así como se explica su viaje a Roma. Mancera, el jefe de Gobierno (de izquierda) no tenía nada que hacer en el Vaticano; Mancera, el futuro aspirante en 2018… ese es otro boleto.
Es una pena que Mancera se haya creído tan rápido su propio mito político. Pero no está solo. En otras grandes ciudades ocurre lo mismo. Aquí en Los Ángeles, por ejemplo, los dos candidatos a la alcaldía que definirán todo en una segunda vuelta dentro de un mes tienen aspiraciones más allá de la ciudad. El resultado ya se ve venir. Ninguno de los dos enfrentará como se debe el principal problema de Los Ángeles: el inmenso poder sindical. Dado que cualquier candidato demócrata necesita del apoyo de los sindicatos, los dos potenciales alcaldes de la ciudad no los tocarán ni con el pétalo de una rosa. Los Ángeles permanecerá paralizada mientras su nuevo alcalde o alcaldesa sigue soñando con algo más: el gobierno de California, un puesto de gabinete, o por qué no, la grande de grandes. Ambición mata buen gobierno, o al menos lo hace mucho más complicado.
No todos los alcaldes sufren de lo mismo. Mi ejemplo favorito es Michael Bloomberg, quien gobierna Nueva York. Por su puesto, nadie podría acusar a Bloomberg de carecer de ambiciones político-electorales. Si por él fuera, probablemente habría buscado la candidatura presidencial en el ciclo pasado. Pero Bloomberg sabe que una campaña como independiente enfrenta retos insalvables en Estados Unidos. En suma, quisiera algo más pero sabe que alcanzarlo es imposible. Bloomberg ha traducido esa frustración de la mejor manera: ha sido un alcalde enérgico y propositivo para la dificilísima ciudad de Nueva York. Y no solo eso, libre de la necesidad de cortejar intereses públicos y privados, Bloomberg se ha dedicado a utilizar su influencia y enorme fortuna para impulsar una agenda liberal ambiciosa en asuntos como la migración y el control de armas. Ha sido un gran alcalde. Así hay otros notables ejemplos en la historia estadunidense. Quizá el más interesante sea el de Richard J. Daley, el legendario alcalde del Chicago de mediados del siglo XX. Aunque alguna vez coqueteó con buscar algo más, Daley nunca realmente hizo otra cosa más que gobernar —de manera polémica pero finalmente exitosa— la ciudad que lo eligió.
Alguna vez le escuché decir a un colega que ciertos puestos deberían tener como requisito el que sus titulares no quisieran ni pudieran aspirar a cosas mayores (usaba como ejemplo a la Secretaría de Educación en México). La Ciudad de México, con sus dificultades y retos, debería entrar en esa categoría. En el fondo, es imposible gobernar de la mejor manera una ciudad de este calibre si la atención está puesta, aunque sea de manera tangencial, en otra cosa. Miguel Ángel Mancera debería, desde ya, salirse del baile de dos que seguramente será la espinosa candidatura de la izquierda en 2018. No le toca soñar con Los Pinos, le toca escuchar y atender a los que votaron por él en 2012. La silla del Antiguo Palacio del Ayuntamiento es suficientemente grande.

No hay comentarios: