Control de confianza; desconfianza
Bernardo Bátiz V.
El camino de nuestro gobierno y en general del sistema económico y político impuesto en México durante los últimos años nos acerca al totalitarismo, y si no, al menos, a un Estado policiaco.
Los pasos han sido claros y constantes, sólo no los ve quien no quiere ver. La llamada reforma judicial introdujo en nuestra Constitución, con el señuelo de “los juicios orales” y otras novedades, la facultad investigadora de los delitos a cargo de las policías, en forma indiscriminada y poniéndolas a la misma altura que el Ministerio Público; la Policía Federal Preventiva, ahora Policía Federal, se integró con soldados que únicamente cambiaron de uniforme, y finalmente, en meses recientes, hemos visto ya franca y abiertamente a militares y marinos haciéndose cargo de investigar delitos: levantan cuerpos, buscan indicios y preservan los lugares en que se cometen homicidios, como si fueran la autoridad ministerial.
Otros detalles graves de estos pasos al Estado policiaco es que ya nos hemos acostumbrado a ver por todos lados armas largas de todo tipo que se ostentan sin recato; policías y soldados circulan enmascarados y armados hasta los dientes, y los retenes militares y policiales se multiplican lo mismo en carreteras que en poblaciones.
En los aeropuertos guardias privados hacen que los pasajeros coloquen todos sus objetos metálicos en charolas de revisión, que hombres y mujeres se quiten sacos y chamarras, para que todo pase por los aparatos de rayos equis, y aun a pasajeros que lo permiten los obligan a quitarse el cinturón con que se fajan los pantalones. Es una forma más de “domesticar” a los ciudadanos, so pretexto del miedo que debemos tener, según la propaganda oficial, al terrorismo y a la delincuencia organizada.
Un nuevo paso hacia el control de la población es el invento que está de moda llamado “control de confianza”, que pretende justificarse con la necesidad de servidores públicos encargados de la seguridad y la procuración de justicia, debidamente calificados y certificados por las autoridades federales; nadie se ha preguntado quién certifica a los certificadores.
Las pruebas de control de confianza son violatorias de la intimidad y la dignidad de quienes son sometidos a ellas; son intimidatorias y, a la postre, la calificación de quienes pasan por ese trance es totalmente subjetiva. He sabido de dependencias estatales completas en las que nadie aprueba.
La prueba de control de confianza se inicia por aislar y encerrar a quien está sometido a ella en una habitación con doble puerta y separada de cualquier contacto o comunicación con otras personas; la sensación, cuando autoridades federales la llevan a cabo con servidores públicos locales, es la de una detención o prisión preventiva y la actitud de los interrogadores es muy similar a la de los investigadores que tratan de obtener del interrogado una confesión.
Las preguntas penetran, con el polígrafo conectado, hasta las cuestiones más íntimas y personales del interrogado y a toda costa se trata de demostrar que miente y que no es persona digna de confianza. En la Inquisición al menos se trataba de convertir al hereje y darle la oportunidad de reconciliarse; en el llamado control de confianza se trata de demostrarle al que pasa por la prueba que precisamente no es de confiar.
Lo grave es que las respuestas personales, muchas relacionadas con la vida de la infancia o de la juventud del interrogado, pueden ser mal usadas, como ya ha sucedido; si venden los datos de los archivos y registros públicos, como se ha probado recientemente, qué nos asegura que la información confidencial que se proporciona va a guardarse y preservarse sin nunca hacerse pública.
Recuerdo que una subprocuradora federal en el gobierno de Fox pasó por ese examen y confesó haber hurtado, en su adolescencia y como integrante de un grupo de extrema derecha, un portafolios del inolvidable obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo. Pues bien, tal confesión de una funcionaria de tan alto nivel no tardó en circular y hacerse pública.
El Partido Acción Nacional en sus olvidados principios de doctrina defendía como valor superior la “eminente dignidad de la persona”, ¿como es posible que ahora, en un gobierno emanado de ese partido, se atropelle de tal manera la dignidad humana? Es también muy preocupante que gobiernos surgidos de partidos de avanzada, contagiados por la sicosis del miedo a la delincuencia organizada, estén copiando los esquemas y aplicando el invasivo polígrafo y el atentatorio control de confianza.
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