Miguel Ángel Velázquez
Anoche, ya pasadas las nueve, el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, hizo oficial a miembros del PRD y funcionarios del gabinete su deseo de convertirse en el candidato de ese partido para la Presidencia de la República, y les pidió su apoyo total.
La reunión fue citada con urgencia y con la advertencia de que sólo sería una junta de carácter político. En el salón Señorial de las calles de Hamburgo, en la Zona Rosa, se dispusieron 20 mesas para ocho personas cada una, y el primero en hablar, poco después de las 21 horas fue Jesús Valencia, segundo en la cartera del PRD en el DF.
El impacto de las palabras del principal operador de Ebrard dejó con las mandíbulas flojas a varios de los citados: el sentido de esta reunión –palabras más o menos–, dijo Valencia, es para proponer de manera clara y contundente a Marcelo Ebrard para la Presidencia de la República.
Estaban en la reunión, según los observadores, delegados y consejeros perredistas de todas las entidades de la República. Por primera vez, Ebrard manifiestó en un foro donde se conjuntan quienes deciden en el PRD su aspiración a contender por la máxima figura de poder político en el país, lo que se interpretó como el destape de Marcelo.
En su discurso, el jefe de Gobierno explicó que las claves de su plataforma de gobierno para el país estarán ligadas a la filosofía del progresismo, es decir, una izquierda que, sin perder su identidad, sea propositiva.
También explicó que las formas de gobierno que hasta ahora se han dado en el DF podrían implantarse en todo el país para el beneficio de los más necesitados, ya que los resultados de esas políticas públicas han servido para aliviar la problemática de pobreza a la que han llevado los gobiernos de corte neoliberal.
La reunión fue privada, y más que cabezas de corrientes del PRD parecería que se trató de un cerrar filas entre personajes de la izquierda y funcionarios del gobierno local, aunque habría que decir que en esta ocasión no estuvieron ni los bejaranos ni Martí Batres, lo que hizo que se levantaran algunos hombros, y se hicieran varias interpretaciones alrededor de esas ausencias.
Para Marcelo Ebrard, según lo que se nos dijo, lo más importante fue la unidad de las izquierdas, pero hasta donde se supo no mencionó al movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador ni a los aliados del PT y Convergencia.
Habrá quien interprete este acto, además del indiscutible destape, como el verdadero rompimiento entre Marcelo y López Obrador, pero también habría que ponderar que el discurso del jefe de Gobierno pone de relieve en todo momento aquello de la unidad de las izquierdas, que no podría explicarse sin Andrés Manuel.
Algunos de los asistentes al salón Señorial aseguran que la noticia fue arropada con gusto, pero hubo otros que a la salida de la reunión, que derivó en cena rápida, hicieron brillar el filo de la cuchilla de sus intereses y casi condicionaron el apoyo que se les pidió al reparto, ahora inexistente, de las cuotas de siempre. Ya veremos más tarde qué es lo que sucede, pero, por lo pronto, Marcelo ya arrancó.
De pasadita.
Antes del mediodía de hoy, en la delegación Iztapalapa, las autoridades del Gobierno del Distrito Federal, encabezado por Marcelo Ebrard, acudirán a la escuela primaria José María Lafragua para entregar a los alumnos y profesores de ese centro educativo el mobiliario que durante 30 años la Secretaría de Educación Pública negó a éstos y otros alumnos de las primarias de esa delegación.
Las instrucciones de Alonso Lujambio, titular de la SEP, son de no permitir la entrada a los funcionarios del DF, pero la gente de Iztapalapa jura que pase lo que suceda ellos les abrirán paso a quien les resuelva el problema, que ya es inaguantable. Cosas de la política, porque a lo mero ranchero, Lujambio quiere celebrar con los más conspicuos miembros del neoliberalismo, y con los gastos que eso representa, el aniversario 99 de la secretaría, mientras los niños de Iztapalapa no tienen ni un buen pupitre para estudiar. Ése es Lujambio.
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