Hace poco más de 20 años, representantes de 155 países convocados por la UNESCO se reunieron en Jomtien, una pequeña región costera al suroeste de Bangkok, y se comprometieron a hacer lo necesario para alcanzar, en 2015, la más trascendente de las metas del desarrollo del nuevo milenio: la educación para todos. Hace 10 años, en Dakar, se realizó una reunión para evaluar el grado de avance, y se dio la voz de alarma: de seguir como vamos no se alcanzará la meta; se requieren más recursos, pero también mayor voluntad y mejores estrategias. Lo cierto es que había transcurrido medio siglo desde que la Declaración Universal de Derechos Humanos proclamara que la educación elemental debía ser gratuita y obligatoria y, no obstante, en muchos lugares del mundo no ocurría ni ocurre, lo uno ni lo otro.
La UNESCO no ha quitado el dedo del renglón, y se ha propuesto relanzar la iniciativa a sabiendas de que el veredicto es ya, a estas alturas, irreversible: no se alcanzará la meta en la fecha prevista, y es posible que en algunos países se observe incluso una regresión, es decir, más niños(as) sin escuela en 2015 que ahora. Quizá sea precisamente por eso que de nueva cuenta se haya convocado, ahí mismo, en la costa del golfo de Tailandia, a un grupo de alto nivel encabezado por la propia UNESCO y en el que participan ministros de educación, representantes de diversas agencias de Naciones Unidas tales como UNICEF, PNUD, Fondo de Población, así como del Banco Mundial, la OCDE, el Foro Económico Mundial y la sociedad civil internacional. La idea es tan clara como contundente: alcanzar la meta así sea después del 2015, hacer el sueño posible. ¿Podría haber tarea más noble?
La brecha que nos separa del objetivo no es menor: hay en el mundo 67 millones de niños aún sin acceso a la educación primaria; se estima que aproximadamente otros 100 millones abandonan la escuela antes de concluirla; y no hemos sido capaces de subsanar, entre todos, el déficit de 16 mil millones de dólares que se requieren para financiar el programa. La cifra es ridículamente baja si consideramos lo que gastamos en armamento.
Aunque hay avances inobjetables, el rezago es aún considerable: el 17% de la población adulta en el mundo sigue siendo analfabeta, 2 de cada 3 de ellos son mujeres. Si hubiera equidad de género en materia educativa, habría 3.6 millones de niñas más en las escuelas, y se evitarían buena parte de los 360 mil nuevos casos de VIH/SIDA que se presentan anualmente por transmisión madre-hijo. La escolaridad de la madre, pero no así la del padre, es el mejor instrumento científicamente validado para prevenir la mortalidad infantil.
El consenso de los expertos convocados por la UNESCO apuntó también a otro problema que particularmente atañe a nuestro país: la desigualdad creciente en la calidad de la enseñanza. En efecto, los niños(as) mexicanos reprueban las evaluaciones internacionales porque no son capaces de contestar aquellas preguntas que implican un razonamiento de dos pasos, es decir, ¡no los hemos enseñado a pensar! Ahí está la gran crisis de nuestro modelo pedagógico y las consecuencias que esto trae consigo.
Acceder al sistema educativo es tan solo el inicio de un largo proceso. La cobertura universal en educación elemental —o en cualquier otro nivel para fines prácticos— puede ser un mero espejismo, si esta no cumple con los estándares de calidad necesarios que permitan, por ejemplo, una transición tersa del sistema educativo al mercado laboral y, si queremos ser más rigurosos, al mercado internacional del trabajo, como ocurre en la India, por ejemplo.
La calidad en la educación es la que determina su éxito como mecanismo de capilaridad social, ni más ni menos: de ese tamaño es el problema.
En el análisis más reciente realizado sobre la situación que guarda la educación en América Latina, donde el acceso a una escuela primaria no parece ser ya el problema, la atención se centra cada vez más en el desempeño de los estudiantes, en la certificación de los profesores y en la (in)flexibilidad de los planes y programas de estudio.
La educación para todos es un sueño posible de alcanzar o, al menos, a esa conclusión llegó el grupo de alto nivel recientemente convocado, a veinte años de la histórica Declaración de Jomtien. La educación debe ser para todos porque se trata de un derecho universal y, en consecuencia, todos tienen derecho a ella.
Lo que ahora ha quedado más claro es que esa educación, si no es de calidad, de poco sirve. La calidad hace la diferencia; se trata del componente que determina el mayor o menor grado de desarrollo en la construcción del conocimiento. Las cifras en cuanto a la cobertura en educación básica, por lo menos para América Latina, son ya menos relevantes. Lo cierto es que se dio un primer paso y se alcanzó, con ello, una cobertura casi universal: casi porque aún quedan algunos grupos marginados sin acceso, por inadmisible que resulte. El reto,
pues, el gran reto es el de la calidad. Sin esta, seguirá siendo imposible soñar a México en la sociedad del conocimiento, la mejor opción de futuro que tenemos.
*Presidente de la Asociación Internacional de Universidades
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