Calderón es otro presidente del montón, un político sobrante y de una gran perversidad para la maniobra politiquera. Carlos Castillo describió en una carta sus adicciones (la alcohólica que ya es del dominio público, porque hizo un escándalo mayúsculo cuando diputados del Partido del Trabajo, PT, exhibieron una manta señalándolo como tal y presionó a un concesionario para que le rescindiera el contrato a la comunicadora Carmen Aristegui, la cual fue repuesta en su noticiero ante el clamor de gran parte de la opinión pública reprobando la conducta de Calderón). Y puntualizó sus mañas para “hacer política”, en un análisis psicológico, político, bastante objetivo y válido.
Ese Calderón lleva cuatro años en el poder presidencial al estilo de Victoriano Huerta: militarismo y alcoholismo, sin importarle la conducción del gobierno federal que tiene en manos de sus amigos, sus intereses creados y la ineficacia al grado de que federalmente la Nación sigue caminando en el filo de una crisis económica, social y política, a cuyos lados están las revueltas por hambre y desempleo como encarecimiento de los alimentos, y por otra parte un endurecimiento autoritarios para que las élites plutocráticas y las oligarquías se mantengan en el poder. En ese contexto, Calderón está moviendo sus hilos para impedir la victoria del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las presidenciales y hacer que los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD) del chuchismo impongan al “candidato-ciudadano” que pregona.
Se apresta a vender muy cara su derrota. Deja a un país con un guardadito de 130 mil millones de dólares, que no utiliza en inversiones para el empleo, mientras los mexicanos sufren desempleo y bajo consumo que repercute en mala alimentación, enfermedades y con tan bajos salarios, que los que reciben de uno a tres de ellos, no les alcanza para satisfacer sus mínimas necesidades. La enseñanza escolar pública es un desastre, porque Calderón la dejó en manos del inepto Lujambio y la prepotente Elba Esther Gordillo. Las políticas públicas hacendarias sólo espían las cuentas bancarias, a través de su Unidad de Inteligencia Financiera (tiene en la mira a Peña Nieto como candidato del PRI para luego exhibirlo de corrupto); y en economía el señor Ferrari no sabe qué hacer con el desastre de la producción agrícola que la Secretaría de Agricultura Ganadería, Pesca y Alimentación (Sagarpa) reporta como acabada por las heladas.
Le resta a Calderón maniobrar para impedir que el PRI siga posicionándose; y negociar con Manuel Camacho, Los Chuchos y Ebrard un candidato para PAN-PRD que sea de conveniencia calderonista, para emprender la huída ante la avalancha de demandas contra el Ejército por violaciones a los derechos humanos (lo que hace anunciar un golpismo). Mientras Washington sigue presionando y traficando con armas para los delincuentes, Calderón se entretiene en dejar sucesor que no sea panista ni perredista y mucho menos priista; y está dispuesto a crear más caos en medio de un relajamiento institucional, una violencia sangrienta imparable y el desastre económico. Pero Calderón, como Gadafi, no se va del poder hasta abusar de él para sus perversidades político-electorales.
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