lunes, 12 de marzo de 2012

En tierra de machos y jotos-- HÉCTOR PALACIO

Por acontecimientos recientes y frecuentes desde las diferentes expresiones partidarias, la política en México pareciera estar estancada o, mejor, haberse retrotraído a épocas pasadas, cuando los machos definían el carácter del político local. Cuando en la escena popular, El Charro Cantor Negrete era el símbolo de la virilidad nacional, El Charro Avitia echaba tiros al aire y Juan Gabriel, contra las evidencias, ganaba el favor del público negando su homosexualidad para luego comercialmente ofrecer una folclórica ambigüedad que con el paso del tiempo y al grito de “arriba Juárez”, establecería el tránsito definitivo ya del Charro Macho al Charro “Gay” sin asomos de una tragedia nacional.

Y es que hoy, en medio de la violenta atmósfera estimulada y mal combatida por el gobierno vigente, individuos aspirantes a cargos de representación popular posan con armas de fuego en fotografías abiertamente exhibidas en redes sociales. Es el caso de tres perredistas: Amilkar Oney Chiu Cruz de Chiapas, Ethan Peña de Michoacán y Agustín Sosa de Oaxaca, aspirantes a diputados (al parecer han sido o serán cesados en su pretensión).

Sarah Fuentes Rascón, líder juvenil del Partido Acción Nacional en Chihuahua, también ha difundido su fotografía posando con un arma alto poder. En julio de 2010, durante las elecciones estatales de Veracruz, fueron detenidos 40 simpatizantes del PAN armados, entre ellos, Gaspar Montenegro, representante del partido y funcionario del ayuntamiento panista de Boca del Río. Un mes antes, se dio el escándalo Carlos Borruel Macías, hijo del ex candidato a gobernador de Chihuahua, el panista Borruel Baquera, posando sonriente con sus artefactos de muerte.

Un símbolo del estilo del PRI, un amigo del candidato priista a la presidencia, un socio de ese grupo casi mítico llamado Atlacomulco, Jorge Hank Rhon, fue detenido el año pasado en posesión de 88 armas, más de la mitad de ellas de alto calibre.

Estos son los ejemplos más evidentes, pero si se indaga con detalle, no es de dudarse que esta situación se multiplique. Surgirían casos como el de la funcionaria priista Silvia Isabel Gil Cuéllar, coordinadora de Comunicación Social de la Procuraduría de Justicia del Estado de Tabasco, apuntando-posando con un arma de alto poder.

Esta de las armas en manos o posesión de los políticos no es una buena imagen. No es, como dirían los analistas gringos, un “buen mensaje” para la sociedad. Se necesita que los políticos o aspirantes a ello expresen condiciones de civilidad y no una reminiscencia de la figura del bravucón priista de antaño con pistola al cinto maximizada ahora por las armas de alta peligrosidad.

Por otra parte, estos arrestos de bravuconería y valemadrismo mexicanos significados en el cinismo, la arrogancia y la burla de exhibirse con las armas en abierto desafío a la sociedad, encuentran una expresión desarmada o armada sólo de la lengua: la de la intolerancia homofóbica, la discriminación y el odio. Ejemplo de la semana, el del diputado del Partido Nueva Alianza, Héctor Alonso Granados, quien insultó al asesor de otro legislador poblano refiriéndose a él como “una señorita” y “un homosexual ofendido”, y solicitando que abandonara el salón de sesiones.

Y sobre todo, el de Juan Pablo Castro Gamble, fanático miembro de las juventudes panistas y admirador de Josefina Vázquez Mota -con quien se exhibe en fotografía-, quien iracundo, con rabia, al lindero de la histeria, acusó al PRD, en la tribuna de la Asamblea Legislativa del DF, de destruir las instituciones de la ciudad de México al permitir el aborto y “el matrimonio de jotos”.

Lejos están estas voces de contribuir a una condición favorable de tranquilidad y tolerancia tan necesaria para el país. Ambas expresiones violentas, las armas y la lengua intemperante, tienen que ser erradicadas en absoluto del escenario de la política nacional. Además, los muy machos armados y los muy intolerantes homofóbicos deben tener presente que los extremos se toman de la mano.

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