La propia Josefina Vázquez Mota ha dado las pistas suficientes para confirmar que no goza del aprecio político real de quien todavía controla los hilos de la estructura panista y del gobierno federal, y que desde esos puntos enfebrecidos le han jugado las contras y la mantienen bajo acoso. Nunca bien vista ni aceptada en el círculo íntimo del felipismo, la vencedora del inviable Ernesto Cordero ha acumulado tantas pifias y le han exhumado tantos cadáveres políticos añejos que toma cuerpo el arranque de enojo con el que en una grabación interceptada ilegalmente y filtrada con sello de poder acusa a dos personajes categóricamente cercanos a Calderón de espiarla y golpearla mediáticamente: el alter ego policiaco y virtual vicepresidente de ejecuciones y montajes, Genaro García Luna (protegido hasta la ignominia por el ocupante de Los Pinos), y la todopoderosa jefa de comunicación social, Alejandra a la que la candidata presidencial panista hizo ayer famosa en los sitios de interacción mediante Internet bajo la denominación biliosa de #PincheSota.
Josefina dejada de la mano de Los Pinos e incluso bajo torpedeo presuntamente amigo, mientras Felipe se aferra al ejercicio diario del poder como los priístas desquiciados de casi todos los fines de sexenio neronianos. Como precandidata en contienda con el Cordero amado por el calderonismo, la ex secretaria de Desarrollo Social y de Educación Pública recibió oportunos mensajes agresivos desde la cúpula mediante la difusión de audios en los que mancillaba la memoria del presunto héroe grupal, Juan Camilo Mouriño y calificaba al mencionado Ernesto Cordero como un patán. Luego, ya siendo la abanderada virtual del PAN, el estadio fallido a cargo del ex secretario particular de Calderón, que siempre había sido usado para tareas especiales; el reciclamiento de pasajes desempolvados, como sus loas a la política económica pinochetista y la tesina electoralmente monstruosa frente a los universitarios públicos, y ahora la extraña develación de sus convicciones de que el secretario federal de Seguridad Pública la espía a ella y no al famoso Chapo, y que la Sota de la baraja felipista le agita los medios de comunicación.
Pleitos internos que sin embargo no quedan allí, pues natural es preguntar a quién apoya de verdad Calderón si no lo está haciendo con su correligionaria Vázquez Mota. Y entonces aparecen múltiples variaciones que conforme se van depurando quedan en unos cuantos rasgos de fundada especulación: pareciera que el ocupante de Los Pinos sigue jugando con veneno suministrado en dosis suficientes para mantener viva su coartada electoral que hace recordar el papel intencionalmente impreciso y débil que Carlos Salinas de Gortari asignó a Luis Donaldo Colosio en el 1988 traumático, y también pareciera que la candidatura verdadera es la del propio Calderón que apuesta más a la supervivencia política de él, su familia y su grupo cercano, aunque para ello deba sacrificar a la pieza indeseada, que en todo caso serviría para sellar pactos de impunidad con el verdadero candidato acordado, el copete manejable a trasmano y con teleprompter.
Haiga de ser como haiga de ser, Vázquez Mota es hoy una aspirante presidencial depreciada y Calderón es un aferrado al poder que se niega a dejarle espacio a la aspirante a sucederlo e incluso le ha impuesto sugerentes cargas a futuro como la conformación de las cámaras, en especial el Senado, donde colocó a sus alfiles transexenales para tratar de condicionar a Josefina si ésta ganara, o como la designación de voceros de su campaña, entre los que destaca el ex secretario del Trabajo Javier Lozano Alarcón, ahora aspirante a senador que no responde a los mandos de Vázquez Mota, sino a los del sinuoso Calderón.
Justamente por obedecer las indicaciones del ocupante de Los Pinos, el vocero Lozano ha pretendido adjudicar el espionaje de Josefina a los priístas, que ciertamente tienen larga expe- riencia en intervenciones telefónicas ilegales, pero sin que los panistas les vayan de ninguna manera a la zaga. Lozano, es decir, Calderón, pretende alejar de Los Pinos la acusación tajante hecha por Vázquez Mota de que desde esos sitios de máximo poder actual se han organizado los golpes en su contra. La propia Josefina, presunta responsable de definir el contenido de los mensajes que debería leer Lozano, si éste estuviera de su lado, hace que se demande al propio gobierno federal para que indague el multimencionado espionaje que, así, queda como contundente prueba de la división interna del panismo, de los planes emponzoñados que desde Los Pinos han tejido y de la todavía cuidadosa resistencia de quien más delante podría escribir un libro que se titulara Dios mío, ¿por qué me hiciste moneda de cambio?
Enrique Peña Nieto, por su parte, se mantiene en silencio el mayor tiempo que le es posible, atenido al cumplimiento puntual del libreto de las encuestas de opinión que lo colocan como aventajado competidor, supuestamente casi imbatible. Amo y señor de lo gráfico (silenciosa compensación abundante por sus ya naturalmente previsibles tropiezos en lo hablado), el candidato priísta enarboló ayer una fotografía de saludo con el otro amoroso, Vicente Fox, para demostrar que también él tuvo saludos sombrerudos en su trayecto misal benedictino. El ex gobernador del estado de México está ansioso de que se abran las compuertas de la propaganda electoral para mostrar las producciones especiales que le armaron para sostener en televisión su candidatura sin necesidad de correr los feos riesgos de las improvisaciones, las pantallas de lectura de frases (aunque éstas consten de dos o tres palabras) y los debates cuyos resultados específicos podrán ser paliados mediante el flujo sedante del reino del espot.
Y, mientras este miércoles, a las 8 de la mañana, se realiza una manifestación pacífica afuera del edificio del Senado de la República, en defensa del Estado laico y contra la modificación del artículo 24 constitucional, ¡hasta mañana!
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