¿Cuál es el verdadero Felipe Calderón: el que reveló con fingida inocencia encuestas amañadas frente a 700 consejeros de Banamex, o el demócrata a ultranza que al día siguiente, ya que el daño estaba hecho, juró respeto sacramental al proceso electoral frente al astabandera del Zócalo? ¿A quién creerle: al panista en campaña que ha comenzado a repetir las marrullerías de Vicente Fox en 2006, o al demócrata escrupuloso que prometió evitar en el futuro hasta expresiones que provoquen recelo? (bit.ly/ytVPEN). Vale la pena analizar sus declaraciones.
Mientras los cuatro puntos de Josefina fueron mañosamente revelados como confidencia de un mandatario que le hablaba al oído a influyentes banqueros y empresarios, la crema y nata de los poderes fácticos, su inquebrantable profesión de fe democrática fue hecha en el Zócalo capitalino con dedicatoria para el IFE a plena luz del día, y en presencia de representantes de los medios, líderes legislativos, ministros de la Suprema Corte y jefes de las fuerzas armadas. ¡Por Dios!, en presencia misma del lábaro patrio el Día de la Bandera. No quería ni sombra de duda sobre su puntual respeto a las leyes electorales…
¿Cómo dudar de él, cuando proclamó que ser demócrata era su más profunda convicción política? ¿Cómo cuestionar sus intenciones, cuando aseguró que la democracia era la escuela en la que se había formado toda su vida? Imposible dudar de él, si juró mantener el equilibrio de poderes y respetar el resultado de los comicios del primero de julio. Imposible impugnar sus propósitos cuando Josefina, beneficiaria de la encuesta que la ponía a cuatro puntos de Peña Nieto, le agradeció el favor declarando, con sonrisa beatífica de nuestra belleza México, que Calderón era un demócrata.
El problema es que junto con su apasionada profesión de fe democrática, apareció Calderón de cuerpo entero (Grijalbo), de Julio Scherer García. Conocíamos bien al Calderón autoritario y empecinado de la guerra contra el narcotráfico, el comandante en jefe de ¡ni un paso atrás! Pero el verdadero Calderón comienza a revelarse hoy en la voz de gargantas profundas (Lorenzo Meyer dixit) de algunos correligionarios agraviados: Manuel Espino, ex presidente del PAN, y Alfonso Durazo, ex secretario particular de Vicente Fox.
En el libro de Scherer se repiten comentarios de Castillo Peraza, que consideraba a Calderón un ser inescrupuloso, mezquino, desleal a principios y personas. Y Espino y Durazo le confirmaron al periodista la personalidad inexpugnable de un hombre áspero (en la Cámara, los diputados que coordinó lo apodaban El Erizo). Hablaron de un político que no ha respetado el principio democrático ni siquiera al interior de su partido; un político tan conflictivo que llevó a Durazo a lamentarse con Scherer: Algo estamos haciendo mal en nuestro país cuando un político intolerante, inexperto y explosivo se puede colar hasta la Presidencia de la República.
En asuntos electorales debemos recordar que Calderón fue el principal beneficiario de las irregularidades de Vicente Fox en 2006, cuando el PAN había abandonado la ideología de la brega de eternidad para dedicarse a ganar y conservar, haiga sido como haiga sido, la Presidencia. En 2000 y 2006, en campañas diseñadas por estrategas extranjeros, el partido se deshizo de la filosofía escolástica que animó a los primeros ideólogos (¿se imaginan a Fox y Rob Allyn leyendo a Santo Tomás de Aquino y Jacques Maritain sobre los misterios del bien común?).
Los panistas abandonaron la búsqueda del bien común y el respeto a la democracia lisa y llana del voto ciudadano. Ahora compran votos, utilizan asesores extranjeros (Rob Allyn, Dick Morris y Antonio Solá) y disfrutan los beneficios que dan los puestos públicos. ¡Al diablo con la ideología! Pero un PAN sin ideología ni valores nacionales, un PAN intransigente y cerrado a ciertos periodos históricos, como la Revolución y las Leyes de Reforma, es un partido oportunista y al garete (Scherer afirma que en la 55 Legislatura Calderón le hizo una confesión inaudita a Gustavo Carvajal Moreno, priísta de prosapia: Mi padre me enseñó a odiar a los priístas).
El libro de Scherer tiene anexos que confirman el escándalo de Hildebrando, el cuñado incómodo. Sobre él dije en julio de 2006 en La Jornada que su empresa de informática pudo haber sido uno de los factores determinantes en el resultado de las elecciones de 2006. Primero el desafuero, después la campaña del miedo orquestada por el español Antonio Solá (hoy asesor de Josefina) o el estadunidense Dick Morris, y al final el IFE y su PREP, una institución que garantizó el triunfo de Fox en su momento, pero que en 2006 fue factor de inestabilidad (bit.ly/wpByhZ).
Para Durazo, Calderón es un adversario político de cuidado: el haiga sido como haiga sido en estado puro. Scherer parece convencido de que la política de Calderón, que lo ha llevado por caminos peligrosos, hará que en este sombrío 2012 pague por los inocentes y desaparecidos de la guerra que inició un desventurado día de enero de 2007.
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