Las encuestas prelectorales –sobre cuyas intenciones y precisión hay mucho que decir– siguen dando una ventaja de 10 puntos al candidato de Televisa y del establishment, Enrique Peña Nieto. Sin embargo, a pesar de los grandes medios de desinformación e intoxicación, y gracias a las masivas manifestaciones populares y de universitarios, Andrés Manuel López Obrador está reduciendo esa distancia cuando queda algo más de un mes para votar. Por tanto, hay margen para destacar algunas cosas.
En primer lugar, la fuerza de los conservadores y reaccionarios consiste en el atraso, la desinformación, el conservatismo y la despolitización de millones de ciudadanos que tradicionalmente votan por los aparatos de los partidos de gobiernos (PRI y PAN) por razones clientelares, esperando una mísera recompensa prometida, o que aceptan pasivamente la hegemonía de las televisoras y los diarios bien regados por el gran capital. A ellos se suman quienes por la lejanía de donde están empadronados o por pasividad y resignación o ignorancia vestida de apoliticismo, simplemente se abstienen, como si fuese posible abstenerse ante un incendio que está consumiendo todo el país, en vez de, por lo menos, intentar combatirlo. Esa masa amorfa, ese magma formado por víctimas ignaras del sistema, por esclavos mentales y por pillos que trabajan para perpetuar su dominación, no se organiza, no hace manifestaciones y no es visible sino bajo la forma de una espesa y densa resistencia al cambio social. Una parte vota por la derecha y se entierra aún más, y otra, con su abstención, le da a esa derecha posibilidades, ya que si los electores no toman en sus manos su propio destino y luchan, decidirán por ellos los aparatos del PRI, el PAN y sus sirvientes en el PRD.
Hay que ver, por consiguiente, qué mella hacen las movilizaciones populares y estudiantiles que, sustituyendo un aparato inexistente, luchan por abrir con AMLO el camino a un cambio social y político o por lo menos por evitar que el desastre actual se mantenga y se agrave. ¿Los estudiantes contagian con su acción a los jóvenes más pobres, sin estudios ni trabajo, tentados por la emigración, la desesperación o la delincuencia? ¿La propaganda horizontal, boca a oreja, como en los países árabes, podrá destrozar la losa del cuasimonopolio de los medios de información por los hacedores de presidentes títeres? ¿Las movilizaciones irán in crescendo y constituirán una evidente y permanente encuesta pública que opaque las mentiras interesadas de las encuestas pagadas para engañar a los votantes? ¿Se podrá evitar el laxismo proveniente de las ilusiones en el ya ganamos, en mitad de la batalla y cuando todavía ésta no ha acabado ni se dará en las urnas sino, previamente, en la conquista de las mentes de los trabajadores mexicanos?
Si las manifestaciones contra Peña Nieto continuasen y se amplificasen, llegando a todo el país, el panorama prelectoral cambiaría profundamente y habría esperanzas de imponer una brecha para iniciar, con esas movilizaciones, un cambio social.
Si los estudiantes, intelectuales, trabajadores de todo tipo, comenzasen a autorganizarse en forma masiva, serían sumergidos y superados los aparatos del PRI, del PAN y de quienes en el PRD se dedican a sabotear a AMLO y esperan que éste sea derrotado para tener el campo libre para el próximo periodo presidencial… si todavía el país mantuviese su independencia formal. Por eso es indispensable insistir con las manifestaciones independientes, a la vez para arrastrar a los indecisos y, sobre todo, para autorganizarse y cambiar la relación de fuerzas sociales de modo de hacer respetar el veredicto de las urnas.
Permítanme ahora cantar mi voto. Pondré en la urna la papeleta de AMLO, pero no porque vote por éste o por su programa pues, aunque lo respeto, soy su amigo y reconozco su honestidad, creo que su campaña y sus objetivos pecan de excesiva autolimitación y timidez, y no son suficientemente incisivos como para llevar a un cambio social; además, porque pienso que cree sumar fuerzas incorporando gente que en muchos casos es un lastre y en muchos otros un enemigo apenas disfrazado.
En realidad, sí votaré Morena para: 1) cerrarle el camino a la mafia de Atlacomulco que, después de esquilmar al estado de México y al mismo Distrito Federal, con el salinista Carlos Hank González, el amigo del siniestro del Negro Durazo, se prepara a extender sus tentáculos a todo el país; 2) lo haré también para evitar que se refuerce aún más el nexo existente entre el aparato estatal y el narcotráfico o con la trata de personas (como el góber precioso de Puebla); 3) votaré para salvar lo que queda de Pemex y de los bienes comunes y para que no se cierre definitivamente el periodo abierto por la Revolución mexicana, en el que convivieron elementos del nacionalismo revolucionario, como el cardenismo, con fuerzas comunitarias y hasta impulsos socialistas; 4) le daré mi voto a AMLO para que Peña Nieto, el salvaje represor de los campesinos y vecinos de Atenco, no pueda ejercitar en escala nacional su prepotencia, su carencia de escrúpulos, su desdén por los derechos humanos, convirtiéndose en un sirviente dictatorial de la derecha de Estados Unidos que considera a México un apéndice semicolonial, que podría incluso ser incorporado al territorio estadunidense.
Si las movilizaciones populares y juveniles comenzasen a plantear algunos puntos programáticos y, sobre todo, a aplicarlos directamente allí donde pudiesen, AMLO, que es receptivo, podría ser empujado hacia delante. En eso confío y para eso le daré mi voto.
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