Si hubiese que proyectar estos siete días de mayo a la primera semana de julio, no tendríamos sino que decir que el fin de la jornada electoral se dio en un clima enrarecido. Los cuatro (¿cinco, cuántos más?) generales sometidos al arraigo y la práctica incomunicación, atestiguan enormes fallas geológicas en la estructura de la seguridad y revelan fracturas amenazadoras en las relaciones entre sus dos principales ejes: el Ejército nacional y la Procuraduría General de la República.
El encauzamiento del ex gobernador de Tamaulipas no es la muestra eficiente de que la justicia trabaja para todos sin distingos, sino más bien lo contrario: que su procuración y administración están sujetas a designios políticos específicos y sectarios, incluso irresponsables si se les inscribe en el contexto de un auténtico Estado democrático constitucional.
La exagerada cascada de autoelogios a que se ha dado el gobierno en las cuestiones económicas, sacando impúdica raja publicitaria de la sufrida Europa, no revela otra cosa que el analfabetismo que inunda a sus personeros, cuando de economía y política económica nacional e internacional se habla. En fin, el (re) descubrimiento de los jóvenes estudiantes y su ingeniosa rebeldía, lleva a no pocos a soslayar lo que subyace al grito y el reclamo estudiantil: angustia frente a un presente hostil y desazón, cuando no depresión, frente a expectativas fantasmales y crueles, nada menos que en la cumbre de la pirámide social y sus aledaños.
Se trata de un cuadro difícil de desentrañar en cuanto a su dinámica e interacciones, e imposible de encarar en pleno, no se diga enfrentar para encauzarlo y superarlo pronto. La desazón subterránea de las capas medias no se conmovió ante la imaginería de sus (re) descubridores, entre otras razones porque estas capas son las más intensamente tocadas por la crisis general de empleo que asuela al mundo y que ha caído sobre nosotros sin previo aviso ni preparación. Ni el Estado, ni las familias, ni desde luego la empresa, estaban preparados para entender y modular, construir caminos e inventar plataformas de llegada, para una situación como ésta: se trata de la prueba eficiente y dura, filosa y aguda, de que una forma de desarrollarse y gobernar ha llegado a su fin, sin que se asomen con claridad los relevos retóricos y conceptuales que puedan ofrecer una marcha menos dolorosa.
Este quiebre es lo que está en el centro de la encrucijada, aunque muchos se empeñen en negar que el país viva tal circunstancia. La insistencia en presentar y vender nuestra democracia como un sistema normal y hacer lo mismo con sus deformidades y las que estentóreamente caracterizan a la economía política, se ha vuelto práctica profesional lucrativa, y su ejercicio cotidiano fuente de reconocimientos múltiples. Hasta llegar a proponer como natural lo que es simplemente una barbaridad.
Celebrar la excepcionalidad mexicana es deporte obligado en Hacienda y Economía, en tanto que la barbarie cotidiana pasa por los escáneres de Gobernación y la PGR para salir como daño colateral o incidente inesperado. Cuando no como muestra irrebatible de la irresponsabilidad de los partidos y del Congreso por no aprobar cuanto antes las reformas que tanto necesitamos.
Nada de lo dicho es natural, mucho menos la aberrante, abierta intervención de la DEA y otros organismos del Estado americano, no se diga en la investigación y persecución del crimen organizado global y transfronterizo, sino en la de altos mandos del Ejército y cuadros políticos de partidos de la oposición, precisamente cuando pugnan por dejar de serlo para convertirse en gobernantes.
Si eso no es jugar con fuego en medio de un estanque lleno de gasolina… que nos toquen de nuevo El aprendiz de brujo… o que el canal 11 o el 22 repongan la fantástica película de Goddard (y Belmondo), Pierrot le fou.
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