Jean Franco: premio Carlos Monsiváis
Elena Poniatowska
C
arlos Monsiváis tenía verdadera devoción por Jean Franco, así que este reconocimiento a la amiga y a la crítica lo haría sonreír de oreja a oreja, como lo hacía cuando era un gato feliz.
Más que ningún otro estudioso de la cultura de América Latina y sobre todo de México, Jean Franco comprendió lo que significa la cultura popular en la vida de nuestro país, la valorizó y dio su lugar. Adivinó que la curiosidad de Monsi y a veces hasta su morbo lo obligaban a detenerse ante la primera desobediencia callejera, el edificio en llamas o el fandango en los antros de mala muerte y que esa curiosidad lo conduciría más tarde a los grandes movimientos sociales, a la resistencia de la sociedad civil que se organiza y a rebelarse contra toda imposición gubernamental o religiosa.
Desde hace años, Jean Franco es la aliada intelectual de los cronistas de las Indias y la cómplice de muchas de las manifestaciones culturales del siglo XX.
Después de estudiar al gran poeta de Perú, César Vallejo, a Jean Franco las escenas de pudor y liviandad del México de los años 60 le resultaron una incógnita y una revelación. También hizo suyo el mundo político del Monsiváis que nos dejó frases como
O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendoo
detrás de todo político honesto hay una mujer muy mal vestiday algo que en estos días adquiere una fulgurante actualidad:
Dame un movimiento de masas y te regresaré un grupúsculo.
Jean Franco antepuso a César Vallejo a Pablo Neruda cuando todos se deshacían por el chileno. Más tarde se preocupó por las mujeres y cobijó a Jesusa Palancares. Hoy, después de ser profesora emérita de la Universidad de Columbia frente al río Hudson, en Nueva York, y de formar a una cauda luminosa de investigadores especializados en literatura latinoamericana, es piedra de toque de la revista Debate Feministaque dirige la novia matutina de Brozo, el payaso tenebroso, Marta Lamas.
En años anteriores organizó varios encuentros con Joseph Sommers, Carlos Blanco Aguinaga, Héctor Aguilar Camín, José Joaquín Blanco y Carlos Monsiváis en Tijuana y en el estado de California, tanto en La Jolla como en San Francisco, en Los Ángeles, y más tarde en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y en la de Guadalajara, Jalisco, para hablar del México del siglo XX y de cómo el pueblo, en tanto que materia prima, debería ser asimilado por la cultura llamada superior.
Siempre me emocionó que Jean Franco incluyera a José Revueltas en sus ensayos y en sus congresos de cultura de América Latina, porque muchos olvidan a Revueltas, vuelven a encerrarlo en una celda y justifican ese olvido diciendo que ante todo era un militante comprometido con la izquierda, como si eso invalidara sus grandes novelas.
Si Carlos Fuentes llamaba a México
Kafkahuamilpa, Carlos Monsiváis suscribió la frase de Franz Kafka:
En la lucha entre ti y el mundo, ponte de parte del mundo. Jean Franco se puso de parte de las culturas populares, los pasos y las palabras que provienen del pueblo y, por tanto, podrían llamarse indígenas, las culturas de los olvidados de siempre, la de El Santo, Blue Demon y demás luchadores, las de las encueratrices, las que hacían que Luis Buñuel saliera a la calle y dijera que lo que le molestaba de morir era que ya no podría ir a comprar los periódicos.
Así como el Ratón Macías y el Alacrán Torres, Jean Franco podría decir:
Todo se lo debo a mi mánager y a la Virgen de Guadalupe. Por eso la abrazamos y la felicitamos, porque ella, catedrática inglesa, no vino a conquistarnos sino a escoger al México de la creatividad, el México de los que viven en la orilla y saben, al igual que Carlos Monsiváis, que lo marginal está en el centro.
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