La búsqueda del placer
En el centro de la civilización GLOBAL está la droga. La civilización occidental se puede definir como la sociedad del hedonismo conformista de masa.
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Recordemos que la palabra hedonismo se refiere a la búsqueda del placer y la supresión del dolor como objetivo y razón de vida.
Nada mejor que la droga para obtener placer y suprimir el dolor, para extraerse del mundo que nos rodea, un mundo que nos muestra constantemente un panorama desalentador.
La droga es el común denominador en los modelos de civilización global, donde el mercado impone los objetos de placer del sujeto consumidor. Uno de esos objetos de placer es la droga.
En la civilización global el fin de la vida se convirtió en el goce ininterrumpido a través de los objetos de goce propuestos por la sociedad del mercado.
No es difícil suponer que el gran negocio de la droga, aunque el discurso capitalista afirme que se está combatiendo su venta y distribución, sea uno de los negocios que más recursos económicos obtiene. Por lo tanto siempre estará a la mano de los posibles consumidores y de los consumidores cautivos.
El ofrecimiento permanente de objetos plus-de-goce: ropa, perfumes, artículos de lujo, drogas, etc., borra la singularidad para englobar a la sociedad como si todos gozáramos de lo mismo. Pero la universalización de los objetos de goce produce, paradójicamente, la soledad del sujeto.
Qué significa esto, que ante el sentimiento de soledad y abandono, el sujeto busca modos y formas de goce que sustituyan su sensación de soledad.
La mayoría de las personas, jóvenes especialmente, se refugian en el goce que produce la droga o el alcohol porque no encuentran a su alrededor motivos o incentivos para darle sentido a su vida. También los conflictos económicos y familiares, la falta de oportunidades de estudio, recreación y trabajo, el desprecio de la sociedad y otros factores como la discriminación orillan a los jóvenes a buscar refugio en las adicciones. Y no sólo a la adicción de estupefacientes sino a la adicción a cualquier objeto de goce que los aparte de la realidad.
El caso de los hikikomori en Japón, por ejemplo. Se trata de 1, 200, 000 sujetos entre 14 y 30 años que viven recluidos en su habitación, en un universo de multiconexión virtual pero evitando las relaciones personales reales. Es la paradoja de que la interconexión universal, múltiple e instantánea, puede ir de la mano del aislamiento y de la soledad. Los hikikomori son la expresión más radical de este fenómeno pero, sin llegar a ese extremo, tenemos los adictos a Internet, los adictos al sexo, los chateadores de la madrugada, los adictos al móvil, los compradores compulsivos, etc.
Lo que lleva a la incursión en las adicciones es la dependencia, la angustia y la depresión.
La dependencia implica la prevalencia de síntomas vinculados a la dificultad del destete y de la separación, a la no independencia, que están vinculados al narcisismo - amor a sí mismo -, ante la caída de los ideales. Si no existen ideales, el sujeto pone en primer plano el objeto de goce, muchas veces impuesto por la sociedad de consumo.
La angustia se produce ante la división del sujeto, entre lo que cree ser y lo que es en el espejo del el otro. Ante la falta de satisfacción y el no reconocimiento de los logros personales, puesto que no son los que los demás esperan: padres, maestros, pareja, amigos, etc., la sensación de angustia conduce poco a poco la depresión, a la inmovilidad, al goce sin el otro.
Pero la principal característica del sujeto contemporáneo, dice Fernández Blanco, es el divorcio con el Ideal.
Ante la falta de ideales, las personas entran en una relación directa con el objeto de goce. Es lo que ocurre en las drogodependencias, donde se obtiene, en soledad, un goce directo.
En la sociedad actual, la caída de los ideales condujo a la movilización general por el consumo, el sueño ya no es la liberación sino la satisfacción individual. Por eso todo adquiere un estilo adictivo.
Lo que podemos ver en las adicciones es la búsqueda de satisfacción en las sustancias y en los objetos tecnológicos, es el intento de suplir la realización plena como seres humanos – la felicidad -.
Sin embargo, la administración que hace la sociedad tecnológica actual, producto de la complicidad entre capitalismo y ciencia, es la administración de objetos de satisfacción individual y de remedios al malestar, y no para la satisfacción por logros personales o comunitarios, espirituales o culturales. No podemos olvidar que la propuesta del capitalismo es que haya objetos para la satisfacción.
Ese es el fantasma del capitalismo: hay objetos en el régimen del tener y no del ser. Pero como todos los objetos son perecederos y, a la larga, generadores de insatisfacción. El capitalismo busca entonces la novedad, la novedad misma como objeto de goce ante la caducidad de los objetos que propone para la satisfacción.
Hasta aquí podemos retomar 3 puntos importantes, me parece:
-La droga siempre va a estar al alcance del consumidor porque su venta y distribución representa uno de los negocios más rentables del mundo capitalista. Aunque los gobiernos digan que se combate el narcotráfico sabemos que no es así, de otra manera no se explica cómo es que siga proliferando e infiltrándose en todos los niveles de gobierno. Así que nuestros niños y jóvenes están expuestos permanentemente a la droga y a convertirse en consumidores.
-Los sentimientos de frustración que conducen a la dependencia, a la angustia y a la depresión constituyen el terreno propicio para la búsqueda de objetos de goce en soledad, entre ellos la droga. La contra parte es la satisfacción por los logros personales y por la relación armónica con familiares, vecinos, compañeros y amigos. En la actualidad ni el Estado ni la sociedad fomentan la realización plena de los individuos, al contrario, caminan en sentido opuesto al limitar y hasta hostigar los logros de las personas creativas e idealistas que buscan satisfacción sin el consumo de objetos de goce que ofrece el mercado.
-El anticonsumo es la única vía subversiva que nos queda ante la ausencia de un régimen democrático y el continuismo de gobiernos autoritarios y represivos que insisten en desatender a las nuevas generaciones y proteger al mercado, por encima de los ideales y las luchas sociales. Al consumir lo indispensable y enseñar a los niños y a los jóvenes a prescindir de objetos perecederos – chatarra -, que lejos de contribuir a su enriquecimiento espiritual les crean dependencia y adicción, estaremos combatiendo, por un lado, la voracidad del mercado, y por el otro, la adicción a objetos de placer que pueden conducir al aislamiento y a la drogadicción.
Por el momento no podemos esperar que el Estado cumpla con el mandato constitucional de brindar educación, salud y bienestar a la población, como sociedad tenemos que hacernos cargo nosotros mismos de los niños y de los jóvenes, ofrecerles en primer lugar TIEMPO y ATENCIÓN, aceptarlos como son, darles seguridad mediante el reconocimiento, fomentar actitudes y valores como la solidaridad y la responsabilidad; permitir que expresen sus ideas y sentimientos, involucrarlos en tareas que les permitan sentirse independientes, útiles e indispensables; escucharlos y hablar con ellos para evitar que se aparten y se aíslen porque en el vacío es donde encuentran su sitio los objetos de consumo que alimentan al mercado
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