domingo, 28 de octubre de 2012


La reinvención de la izquierda

Epigmenio Ibarra


Sin haberse ido jamás, fue socio, compinche y facilitador de estos 12 años trágicos de panismo, el PRI está de regreso. Llegó al poder a la mala y tratará de quedarse en él, otra vez, por décadas y de la misma manera. Si queremos el pasado autoritario como destino, a quienes nos decimos de izquierda nos basta con seguir actuando como lo hemos hecho hasta ahora.
Si, por el contrario, persistimos en la lucha en defensa de la democracia. Si pretendemos que la paz y la justicia se instalen entre nosotros. Si queremos dejar atrás un modelo económico que ha ensanchado la brecha entre los muy pocos que lo tienen todo y los millones que no tienen nada, tenemos ante nosotros la obligación de reinventarnos.
No hablo solo de los partidos, de los movimientos, de las organizaciones políticas que tienen obligatoriamente que someterse a un proceso de revisión autocrítica despiadado y en muchos casos, a riesgo de desaparecer o ser asimilados por el sistema, de refundación.
Toca a la izquierda electoral deshacerse de usos y costumbres de la vieja clase política que, alegre e impúdicamente, adoptó como propios, al grado de confundirse con ella. Toca a dirigentes y militantes desprenderse de las viejas taras, de esos vicios tradicionales de la izquierda, que los han convertido en profesionales de la derrota.
Pero más allá de las tareas de esa izquierda, que parece haber perdido en muchos casos el impulso ético que la caracterizaba y por el que tantas y tantos dieron incluso sus vidas, hablo también de las tareas que nos tocan a las ciudadanas y los ciudadanos sin partido ni movimiento.
Hablo de los que no nos resignamos, ni rendimos, de los que sentimos como un agravio vivo e imperdonable lo que en nuestro país ocurre a diario. De los que durante seis años sostuvimos: Felipe Calderón Hinojosa no es mi presidente y que hoy decimos Enrique Peña Nieto no lo será tampoco.
No lo fue el primero porque hizo trampa. Porque Fox y los poderes fácticos metieron ilegalmente las manos en el proceso electoral. Porque Elba Esther le hizo el trabajo sucio. Y nuestra terca memoria nos hace tenerlo siempre presente. No lo será el segundo porque tampoco ganó limpiamente y la tv y las encuestas y la compra de votos pervirtieron el proceso.
Hablo de la necesaria y urgente reinvención de uno mismo, del papel que cada uno de nosotros hemos de jugar, en nuestro ámbito más cercano, frente a la imposición. De nuestra relación con el poder y de nuestra relación con la izquierda electoral. Hablo de las tareas cotidianas de una resistencia personal que es nuestro derecho y también nuestro deber. De la necesaria y urgente suma de rebeldías.
Y hablo también de lo que debemos exigir y de cómo debemos exigirlo a esos que cada tres o seis años han venido por nuestro voto y hoy ocupan, gracias a nuestros sufragios, puestos y curules y constituyen, también gracias a nosotros, la segunda fuerza política del país.
Somos nosotros los que hemos llenado avenidas y plazas. Los que hemos levantado pancartas y banderas, los que hemos hecho, sin credencial, ni cargo partidario, el trabajo de zapa. Somos nosotros a los que nos toca exigir que no nos dejen solos en las tareas de resistencia; que no se acomoden, que no pacten, que no se olviden del compromiso con quienes los llevamos donde hoy están.
La política no es solo cosa de ellos. La política es asunto nuestro. Nos competen sus decisiones, su estrategia, su táctica. Tienen la obligación de mantener con nosotros un diálogo constante, de preguntarnos nuestro parecer y nosotros la obligación de exigirles que cumplan la tarea para la que fueron votados.
Durante 12 años el gobierno panista y los medios, especialmente la tv, se han dedicado a destruir, a envilecer todo aquello que se relaciona con lo político. Ciertos es que legisladores y funcionarios de los tres órdenes de gobierno les han facilitado el trabajo. Pero seguirles el juego es facilitarles la tarea de dominación.
El régimen autoritario necesita ciudadanos que se autoexcluyan del quehacer político. Que callen y obedezcan a quienes sí “saben de eso” o a los que están dispuestos a “ensuciarse las manos”. Seres domesticados por la tv, narcotizados por sus contenidos y atentos a los dogmas que predican sus comentaristas y opinadores. Dispuestos a trasladar al hogar, al trabajo, al barrio esa furia inquisitorial, que la caja predica, contra quienes no aceptamos el actual estado de cosas.
Tan jodidos estamos en este país que ser demócrata, alzarse contra la corrupción y la impunidad, exigir paz con dignidad, luchar en defensa de los bienes de la nación es ser revolucionario. Nada más radical hoy, en nuestra patria herida y humillada por los mismos de siempre, que exigir lo mínimo indispensable.
Viene lo más difícil. También lo mejor. Tratará el PRI de neutralizar a toda costa la resistencia y de perpetuarse en el poder. A quienes ocupan cargos partidarios, curules o puestos gubernamentales tratará de seducirlos, corromperlos o desprestigiarlos. A los ciudadanos en rebeldía nos someterá al ostracismo, a la descalificación continua, a los más valientes a la represión. Nos toca a nosotros inventar maneras de hacerlo fracasar en el intento.

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