El movimiento cívico que encabeza Andrés Manuel López Obrador, así lo creo, ofrece la mejor alternativa: movilizar a las masas al margen o, tal vez mejor, por encima de los partidos; armarlas de ideas y de valores que les permitan actuar por su propia cuenta, en efecto, independientemente de los partidos, incluido el PRD, del que procede y al que pertenece su líder. No es un nuevo intento movimientista, como a menudo se ha ensayado en la izquierda o se ha querido creer. No se niega la existencia de los partidos ni se deja de creer en la capacidad movilizadota de los mismos. Sólo se pretende movilizar a las masas sin que tengan que depender de partido alguno. Más bien se complementa con los partidos.
El movimiento es una nueva constelación de izquierda. No se niega el origen. También es un movimiento político, que aspira a trasformar el poder del Estado y no lo oculta. En realidad, es su enseña. Su fin primordial es reformar moral y políticamente al país, con los medios que la ciudadanía tiene a su alcance y le son propios en un sistema democrático tan endeble como el que tenemos. Busca también reforzar la política de partidos, de los partidos de izquierda, dándoles lo que siempre les falta: autocontrol y vigilancia de sus actos y, sobre todo fuerza y apoyo de masas en sus acciones. Los partidos de izquierda deben saber que no están solos y el pueblo comienza a reunirse en torno de ellos. En Iztapalapa, a pesar de su desenlace de comedia, el movimiento triunfó políticamente y lo hará de nuevo por doquier se lo proponga.
El movimiento, en cuanto a los medios, repudia el trato en lo oscuro de los partidos. Promueve como medio de acción ciudadana la asamblea militante en la que se tomen acuerdos y se decida por todos y con todos. No más política tribal mafiosa y tramposa. Los ciudadanos, ante todo, decidiendo de su propio futuro.
En el cuarto pleno del Consejo Nacional del PRD en Morelia, los días 31 de julio y primero de agosto, se acordó formar una Comisión Especial para la Unidad de las Izquierdas, cuya misión expresa fue invitar a personalidades y organizaciones de izquierda a dialogar para buscar los elementos mínimos indispensables de un gran consenso nacional para responder unidos a las expectativas y necesidades de la sociedad mexicana e iniciar un proceso abierto de deliberación sin exclusiones ni sectarismos. Esa comisión publicó un llamamiento el pasado 15 de septiembre en el que expresa sus objetivos.
De estos efusivos actos unitaritaristas hemos visto correr a raudales a lo largo de la historia. Algunos han tenido éxitos relativos y otros han pasado desapercibidos. De este que comento, me llamó la atención el énfasis que se pone en invitar a “personalidades”, vale decir, entre otros, a intelectuales. López Obrador puso de nuevo en circulación a los intelectuales, sobre todo en su batalla por la defensa del petróleo. Algunos espasmos se dieron. Por ejemplo, se dijo que se les invitaría a participar en las comisiones de redacción de los documentos básicos. Eso naufragó en el primer intento, pues los activistas de siempre en el PRD monopolizaron los nombramientos y los intelectuales quedaron fuera. A mí se me propuso para una mesa, la de línea política, pero quedé fuera.
Luego se ha venido convocando a eventos aislados a algunos intelectuales. El senador Alfonso Sánchez Anaya invitó a una mesa en la que participaron, entre otros, Octavio Rodríguez Araujo y Carlos Payán. Ni La Jornada pensó que dicho evento valiera la pena reseñarlo. Rodríguez Araujo tuvo que dedicar una entrega para dar cuenta del asunto. Yo, que fui invitado, no pude asistir porque debí someterme a una pequeña operación. A Payán lo invitaron a participar en otra mesa y quedó pasmado por el hecho de que por debajo de las reflexiones que se ensayaron, allá, en el pantano, los grupillos partidistas se agarraban del moco y ni se daban por enterados de lo que se les proponía.
Como siempre ha pasado, a las “personalidades” y a los intelectuales se les quiere mostrar como simples adornos sin que nadie esté dispuesto a escuchar sus observaciones. Pero eso es lo menos importante aquí. El llamamiento a la unidad de la izquierda es algo que debe ser esclarecido y explicado ampliamente. No todos los izquierdistas piensan lo mismo al respecto y hoy todavía resulta cierto aquel dicho de los años cincuenta de que donde se reúnen tres izquierdistas nacen cinco partidos. Si no hay un acuerdo más o menos generalizado en esto no habrá acuerdo en ninguna otra cosa y de eso todos deben tomar nota.
La disidencia y los desacuerdos, por supuesto, empezarán cuando se precisen los fines y los medios de un eventual proceso de unidad. A los primeros tocará precisar qué tipo de organización unitaria se desea; a los segundos, los modos y los instrumentos para hacerlo. Respecto a los primeros ya desde ahora se nota una diversidad de opiniones espeluznante. Para sólo fijar los extremos: algunos desean, como casi siempre, un gran partido único; otros se imaginan que será mejor un movimiento que unifique a todos incluyendo a las organizaciones que sean capaces de crear. Hay quienes, como los chuchos, nos ofrecen un partido que sea unitario (de preferencia el mismo PRD) pero tipo frente, sin que hayan dicho qué entienden por eso, aunque uno se lo puede imaginar.
Ir en pos de la utopía del partido único ha sido siempre la gran debilidad de la izquierda. Su experiencia histórica en materia de frentes amplios no parece ahora servirle de mucho. Los frentes demostraron en todo momento impulsos expansivos de la izquierda que fueron bastante exitosos. Los partidos únicos que se ha perseguido formar acabaron todos mal o se descompusieron a un grado tal que crearon más división que unidad y más enemistades irreconciliables que la misma lucha interna de la izquierda. El PRD, por cierto, no nació pretendiendo ser el partido único de la izquierda. Sólo se formó y resultó ser el mayor partido con el que la izquierda mexicana ha contado.
No se de dónde les habrá llegado a los chuchos la idea del partido frente. Sospecho, como ya lo apunté en otra entrega, que lo que quieren es dar permanencia al partido de las tribus. Pero es posible que también se los haya sugerido el feudalismo del PRI hoy en día: la antigua constelación de grupos e intereses regidos férreamente por el presidente priísta, hoy convertida en un conjunto de poderes locales a los que han potenciado en sumo grado los mismos gobiernos panistas aliados con ellos. Sólo que la izquierda como es hoy en México no tiene nada de feudal y sí mucho de mafiosa y grupuscular
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