Fernando Mejía Barquera
2009-11-28•Cultura
Quizá porque el decálogo tiene origen bíblico y evoca el vínculo entre un guía espiritual y su grey, los políticos mexicanos son proclives a resumir sus planes o programas en diez puntos que presentan como solución a los problemas del país.
En septiembre de este año, Felipe Calderón dio a conocer un decálogo que según él sacará al país de la crisis (esa que “nos vino de fuera”), y el domingo, Andrés Manuel López Obrador expuso en el Zócalo de la Ciudad de México, también resumido en un decálogo, su “Proyecto Alternativo de Nación” (el PAN bueno) para “salvar al país” del mal gobierno. En ambos documentos hay un punto relacionado con la comunicación.
LAS TRES “C”
En su decálogo septembrino, Calderón propuso una “reforma al sector telecomunicaciones” basada en lo que llamó las tres “c”: cobertura, convergencia y competencia: “México requiere que el sector telecomunicaciones realmente responda a las necesidades del desarrollo, garantice una mayor cobertura de los servicios, la convergencia de las tecnologías y la competencia entre los actores”.
Para el gobierno, el tema del acceso a los medios como emisores por parte de grupos o sectores sociales que habitualmente han estado fuera de ellos no merece la menor atención. La propuesta calderonista está en sintonía sólo con las demandas empresariales de que los medios electrónicos y las telecomunicaciones tengan mayor cobertura, aceleren su incorporación a la convergencia digital y la competencia se realice únicamente entre los “actores” ya establecidos.
POLÍTICA Y TÉCNICA
En contraste, el planteamiento de López Obrador, colocado en el punto número dos de su decálogo, pone el acento en “democratizar los medios de comunicación”: “Es inaceptable que un pequeño grupo posea el control de la televisión y de la radio, y administre la ignorancia en el país en función de sus intereses. Que quede claro: no hablamos de expropiación, sino de que el Estado cumpla el mandato constitucional de garantizar el derecho a la información. Para ello no hace falta eliminar el régimen de concesiones, ni crear una excesiva reglamentación y muchos menos optar por la censura, lo más eficaz es lograr la democratización de los medios, evitando el monopolio y auspiciando la libre competencia. Para ser más claros: que haya todos los canales de televisión o estaciones de radio que sean técnicamente posibles, con absoluta libertad, sólo impidiendo que se concentren en unas cuantas manos como sucede actualmente”.
Como puede verse, el planteamiento lopezobradorista se refiere sólo a la radio y la televisión, medios que el ex candidato presidencial considera fundamentales en el ámbito político. No hubo en su discurso referencia al tema de las telecomunicaciones, lo cual constituye una omisión seria.
NOVEDAD E INSUFICIENCIA
Sin embargo, su propuesta de democratización es interesante. Por una parte, abandona viejos planteamientos como el de “revocar concesiones” a las empresas que concentran un gran número de frecuencias. Por otro, hace una propuesta técnica perfectamente viable. Está demostrado que en los segmentos del espectro radioeléctrico que ocupan radio y televisión podrían caber actualmente muchas más estaciones gracias a la tecnología digital. Por ello, López Obrador plantea que haya todos los canales de radio y tv que técnicamente sea posible, pero ya no se otorguen a los empresarios de siempre, sino a nuevos “actores” económicos para “auspiciar la competencia”. Por supuesto, López Obrador debió ser políticamente más riguroso, no hablar sólo de nuevos empresarios mediáticos o de evitar los monopolios; le faltó referirse a los medios comunitarios, culturales, universitarios y a la creación de verdaderos medios públicos.
PAÍS DE SORPRESAS
El planteamiento de López Obrador sólo podría aplicarse si encontrara apoyo en un sector significativo de la clase política, específicamente en el Congreso de la Unión, algo que parece difícil conforme se aproxima el último tercio del sexenio y los políticos se preocupan por estar en buenos términos con la televisión comercial, y si en 2012 un candidato digamos “de izquierda” llegara a la Presidencia, algo que hoy también se ve difícil, aunque en México, país de sorpresas, ya nada puede ser descartado
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