Julio Hernández López
Don Porfirio quiere más administración y menos política (no nos perdamos una y otra vez en debates estériles, en críticas sin propuestas serias, en prejuicios, en tabúes”), sí relección de legisladores y presidentes municipales (“para acercar la política a los ciudadanos y para obligarlos a una rendición de cuentas”), apertura sin disfraces a la inversión extranjera y privada en Pemex (mediante “nuevos contratos mucho más flexibles que posibiliten a la empresa contar con inversión especializada en exploración, producción”) y una serie de reformas regresivas que consoliden el poder del pripanismo “científico”.
Felipe Calderón pretende instaurar un borrón y cuenta nueva echando paladas de tierra a su antecesor, Vicente Fox, a quien ayer atribuyó la responsabilidad de dejar un país en desgracia al que el sucesor panista debió meter sangrienta mano correctiva a fondo, e incluso aplicándose a sí mismo las bondades de la desmemoria y el cinismo, reconociendo que, en realidad, nadie sabía a ciencia cierta nada como para hacer pronósticos respecto a la crisis económica que llegó. Así reculó el capitán del navío de gran calado, aquel a quien hasta le gustaban las crisis para demostrar su gran valía: “no estaba en manos de México poder evitar una crisis internacional, que no sólo no se evitó a nivel mundial –nadie podía hacerlo, quizá–, sino ni siquiera, honestamente, nadie previó en esa magnitud. Ésa es la verdad”. Oh, del catarrito mal diagnosticado a la confesión de ignorancia monumental.
Felipe conmemorativo que dijo ayer en Palacio Nacional que “al inicio del gobierno, quiero comentarles, amigos, encontramos una situación que puedo calificar de dramática. Había un enorme deterioro social y, sobre todo, un deterioro institucional en varias zonas del país, producto del dominio paulatino que fue adquiriendo la delincuencia en esos lugares”. Esa agresividad y expansión del narcotráfico “se exacerbó por muchas cosas. Una, por ejemplo, por una cierta tolerancia, cierta pasividad o, en ocasiones, la verdad es que franca complicidad en algunas autoridades”. Diagnóstico valiente y justiciero de quien recicló en posiciones claves a Eduardo Medina Mora, Daniel Cabeza de Vaca y Genaro García Luna, responsables durante el martismo-vicentismo de lo que ahora parece ser denunciado como un narcofoxiato. Y, ya encarrerado en su frío festejo de tres años en el poder, el panista michoacano precisó el sentido de la cruel guerra contra el narcotráfico que ha librado. No está en primer lugar el interés de la sociedad o de los ciudadanos, sino la consolidación del Estado: “... es una estrategia de fortalecimiento del Estado y, al mismo tiempo, en cierto sentido, de liberación de la sociedad de las garras de los criminales”.
Mención aparte merece, sin embargo, el capítulo dedicado por FCH a insistir en “una reforma política de fondo”. Llama la atención un párrafo que pareciera ser un reconocimiento de su pecado original: “Buscaremos también que en los procesos electorales no quede ya ninguna sombra de duda respecto de la equidad en la que deben desarrollarse, en el uso de recursos, en el acceso a los medios y en la capacidad de divulgación de las propuestas de partidos y de candidatos”. Felipe ensombrecido que pone sobre la mesa las zanahorias de la revisión de la estructura y funciones del Congreso, contemplando incluso “una reducción en alguno de sus componentes” (¡oh, sí: grandes cambios habrá en la nación nomás por reducir el número de diputados y senadores!, como si el problema fuera realmente numérico) y formalidades que si no tienen tras de sí un empuje social quedarán en tretas burocráticas manejables a contentillo de las cúpulas burocráticas, como “la iniciativa ciudadana, el referéndum, y la posibilidad de participación en los procesos electorales sin las rigideces que tiene actualmente nuestro sistema” (¡oh, candidatos ciudadanos, ahora sí, tiemblen –aunque sea de risa–, partidos y sus cotos!).
Las ofertas de temporada encubren la pretensión mayor: la relección de legisladores y presidentes municipales. A lo largo del calderonismo se ha insistido desde ámbitos intelectuales y académicos en la importancia de esa relección porque “sólo así” se podrá premiar o castigar a los políticos, dándoles su merecido en las urnas conforme a sus comportamientos. Tal visión es absolutamente idealista y sus efectos prácticos serán, si se aprueba tal propuesta, la consolidación de una clase política instalada en función del dinero y al servicio de éste, es decir, la repetición “democrática” de los mismos cuadros dirigentes, y la marginación práctica de quienes no cuenten con esos resortes de poder para “ganar” comicios. La trampa de la relección consiste en ser una tesis aparentemente moderna y progresista cuando, en el contexto mexicano, servirá para que los ya montados no se bajen del tren de la nómina y los privilegios.
Los húmedos sueños de limpieza electoral y primermundismo político se han topado con la burda reinserción del tal Guanito en el escenario de la provocación y el ridículo. Social y políticamente no tiene condiciones para tomar su asiento el delegado formal que, a imagen y semejanza de sus nuevos promotores “artísticos”, se construyó una especie de toma de posesión por la puerta trasera y con engaños. Guanito se mueve conforme a estrategias que evidentemente rebasan sus capacidades ficheras (es decir, de mover las fichas en el tablero): lo que se busca es la confrontación, de ser posible la violencia sangrienta y, por tanto, la recarga de misiles mediáticos contra el lopezobradorismo y el movimiento social que hasta ahora han resistido y triunfado ante las maniobras absurdas de entes confabulados como el tribunal electoral federal, beltrónico y margarito, que fue el causante de los enredos kafkianos que han tenido como consecuencia la creación del monstruo delegacional de la banda en la testa. Los desfiguros llegan al extremo de que Guanito pide la intervención armada del calderonismo para protegerlo. ¡Buaj!¡Hasta mañana!
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