21 de diciembre de 2009
Enrique Peña Nieto.
Si se tratara de un ciudadano cualquiera, no me ocuparía de él.
Si se tratara de un político más, no me ocuparía de él.
Si se tratara sólo de un gobernador, tal vez no me ocuparía de él.
Pero se trata del precandidato más placeado a la Presidencia de México.
Si el señor Peña Nieto aspira al cargo, es hora de que lea la Constitución y se entere de que este país es laico y sepa el significado de ese principio por el que miles de hombres y mujeres dieron la vida y desde hace más de 150 años es piedra fundamental de nuestra estructura jurídica.
No se puede repicar y andar en la procesión. Una cosa u otra. No se puede encenderle una vela a dios y otra al diablo. Escoja de una vez y decídase por lo más cercano a su corazón. Pero no mezcle lo que separan las leyes que juró cumplir y hacer cumplir. No se puede mamar y dar de topes. Cualquiera de sus convicciones es respetable y muy suya. Pero juntas, en un estrambótico alarde de publicidad chabacana en todos los medios, notoriamente en la televisión, son inaceptables.
La semana pasada, el señor Peña Nieto estuvo en la audiencia general que el Papa ofrece todos los miércoles a los feligreses que llegan al Vaticano. No fue más que eso, unos cuantos segundos en medio de una multitud después de larga espera en la cola interminable. Las cámaras de la televisión y los fotógrafos captaron la escena encuadrando también al señor Carlos Aguilar Retes, obispo de Tlalnepantla y a la actriz Angélica Rivera, a quien presentó como su novia y agregó: “Pronto nos casaremos”. Luego diría a los periodistas: “El primero en saberlo fue Su Santidad… ustedes lo escucharon”. El Papa los bendijo.
Todo esto pudo haberse hecho en un acto familiar, privado, dentro de la discreción a la que obliga el cargo público y que, finalmente, casa mejor con esa fe auténtica que suele ser enemiga del exhibicionismo populachero.
El señor Peña Nieto tiene un conflicto de vocaciones por las que aún no se decide. Por un lado la de político, por otro la de observante de una religión y una tercera, como si su personalidad en formación pudiera tener tres mitades: la de estrella rutilante de la marquesina electrónica. No se puede todo, joven, y está en edad de decidir su camino. Por cualquiera de ellos alcanzará el cielo, pero no haga de la ley una torta compuesta de La Vaquita Negra.
En los últimos tiempos avanza una estrategia planeada cuidadosamente contra el Estado laico mexicano. Algunos ejemplos aislados entre los muchos síntomas de reconquista: las idas públicas a misas de Martita y Vicente cuando eran presidentes, pudiendo ir sin testigos o celebrarlas en casa. La aparición de una imagen religiosa por primera vez en un documento tan público como un billete del Banco de México. El propósito se está logrando: hacernos ver la mezcla de lo cívico y lo religioso como algo normal, convencernos de que no pasa nada si el Presidente recibe un símbolo confesional en la ceremonia de su toma de posesión; acostumbrarnos a que un gobernador en funciones, acompañado por un obispo, solicite al Papa su bendición para sus planes de boda, asunto íntimo que sólo se le ocurre divulgar al escritor de este reality show con la vista fija en el rating.
Después del reacomodo de fuerzas políticas en el Poder Legislativo, el PRI recobró su posición de otras décadas. En sus estatutos el concepto de laicismo es básico. Pronto habrá de escoger entre sus miembros a los candidatos a senadores, diputados federales y presidente de la República. En la batalla que ya se está dando (las leyes estatales que castigan a las mujeres que abortan fuera de los preceptos religiosos y el trato discriminatorio e injurioso a los homosexuales, son algunos combates) el PRI está en la línea de fuego. Debe reconvenir a su afiliado gobernador, feligrés y actor. Advertirle que mientras sea miembro de ese partido no busque apoyo para sus ambiciones en otros círculos de poder humano o divino. El PRI está a tiempo de observar con calma el comportamiento de quienes aspiran y tienen posibilidades de ser su abanderado en los próximos comicios. No se equivoquen.
Quizá de aquí a dos años el mancebo madure y se aleje de los motivos de su extravío. Lo dudo. De cualquier manera llegaría atado a sus convicciones y dogmas, endeudado con sus inventores, limitado por su propia capacidad.
Hace algunas semanas nos conocimos casualmente en una comida de numerosos invitados y a sugerencia del señor Peña Nieto quedamos en “hablarnos de tú”. Por eso, Enrique, no tomes este artículo como algo personal. A lo mejor te es útil. Quién puede saber.
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