lunes, 14 de junio de 2010

Empate y obsesión.....León Bendesky


No pude evitar pensar en el país mientras veía el juego de futbol de la selección mexicana y Sudáfrica en el Mundial. Fue una situación provocadora. Lo hice con una distancia anímica –pues no tengo un apego nacionalista tratándose del futbol–, y física, pues estaba fuera.

Algo muy serio debe pasar en un negocio millonario como es el futbol profesional, sobre todo para los equipos más grandes. La Federación Mexicana de este deporte sin duda sabe cuidar muy bien sus intereses económicos.

Cómo es posible, pensé entonces, recurrir a un portero como Óscar Pérez, que tiene 37 años de edad y 17 en primera división, que se le notan ya mucho “debajo de los palos”, que está fuera de colocación y de ritmo y es ajeno, según se advirtió, a la mínima elegancia que requiere un jugador en esa posición. Será México igual todavía al de la época de la Tota Carbajal, el Cinco Copas, porque el juego del futbol definitivamente es distinto.

Igualmente inverosímil es el caso de Cuauhtémoc Blanco, con los mismos 37 años y 18 desde su debut en primera, con un sobrepeso conmovedor, estático casi en términos absolutos y sobre todo en comparación con la velocidad con la que se juega el futbol hoy, especialmente con los atletas africanos.

Ambos han tenido méritos deportivos muy reconocidos en el medio del futbol profesional de México. Pero ya no, eso ya pasó. Será posible que un país con la cantidad de jóvenes que juegan en las ligas menores de los clubes y luego de manera profesional al futbol, y en un negocio en donde se invierten y se mueven sumas millonarias junto con las televisoras, la radio y los medios impresos, sea imposible encontrar sustitutos para estas reliquias.

Sería cuando menos curioso, si no es que acaba siendo morboso, conocer los intereses que hay en la Femexfut para que esto ocurra así. Sin maldad alguna, uno podría preguntarse cómo es que un entrenador como Javier Aguirre se presta a esta parodia de futbol, sobre todo en un escenario como el Mundial. Se vale, por supuesto, que todo esto se haga por dinero, ese es un motivo clave de ese negocio. Pero que quede claro para evitar que alguien pueda confundirse. De alguna manera hasta el modo de hacer dinero podría lucir.

De la estrategia del partido, tal vez haya que recurrir a un sicólogo, un sociólogo o, de plano, a una bruja de Catemaco más que a un técnico especializado en este juego. No se puede pedir ganar todos los partidos, nadie lo hace, pero hay márgenes.

El equipo empezó jugando y muy pronto después, se dedicó a especular con el rival que era, además, el anfitrión y en el juego de apertura del torneo. Jugar para atrás como si se fuera ganando aun antes de salir al campo y encima fallar las oportunidades de gol cuando la defensa contraria era al inicio prácticamente inexistente es llamativo. Luego, claro está, acaba el equipo siendo desbordado con facilidad y a gran velocidad por un pase bien dado a un delantero solitario y cae el gol en contra.
Parecía extraño en ese momento, pero la verdad, y habría que admitirla abiertamente, era como una repetición de lo que pasa cada cuatro años desde hace mucho tiempo, no importa como quieran venderlo las televisoras y sus, en general, pésimos comentaristas. Habría que comprarlos por lo que son y venderlos al precio al que especulan cada vez sobre el éxito que tendrá, ahora sí, el Tri.

Todo esto es muy revelador de lo que pasa en esta sociedad. Cuando menos así lo percibí y no pienso que sea muy forzado. México está empatado en un sentido introspectivo y que se aproxima a la situación de estancamiento. Todos especulan, como lo hizo la selección en Johannesburgo, sea en los grandes negocios, en la política y en el quehacer del gobierno. Esa especulación sólo puede llevar de modo crónico al empate en el deporte y a la pasividad como algún tipo proyecto nacional tal y como se ve desde el poder.

El lugar en el que vi el partido, un teatro acondicionado con pantalla gigante, estaba repleto de jóvenes mexicanos, la mayoría llevaba la camisa de la selección, algunas banderas; cantaron el himno nacional junto con los jugadores. Del ánimo pasaron al silencio de ultratumba cuando cayó el gol en contra. Se sentía enojo, tristeza y sobre todo frustración. Intentaron un tibio coro de “sí se puede” cuando Rafa anotó, poco convincente: será de veras que sí se puede, o saben que tal y como estamos eso no será cierto.

Tal vez esté sacando demasiadas conclusiones de un simple partido de futbol. Admito mis propias obsesiones. Tal vez deba estar conforme con que a duras penas calificó este equipo en la Concacaf para el Mundial de Sudáfrica y también con el empate, pues literalmente “no supieron rematar al contrario”, como dijera el entrenador.

Pero, caray, son profesionales y si trabajaran en una empresa micro, pequeña y hasta mediana del país, estarán muy por debajo del empeño y de la productividad que se requiere para no salirse del mercado. Pero es que hay otro rasero para evaluarlos a ellos y a sus dueños, esa es la verdad. En fin, que entre patada y patada pensé en mi país

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