.Durante los recorridos en los que he tenido el honor de acompañar al Presidente Legítimo, he podido observar detenidamente los pueblos que integran este gran país. Algunos más abandonados que otros pero habitados todos por gente de trabajo que sale adelante a pesar de la adversidad.
En los lugares más apartados, a los que llegamos por caminos de terracería, la terrible pobreza haría pensar que están próximos a desaparecer. Sin embargo, siguen de pie luchando por el pan de cada día y la defensa de sus tierras, de sus costumbres y de su forma de vida ligada a la naturaleza.
Una visión distinta se observa en las ciudades aglomeradas donde esa misma lucha por el sustento se vuelve feroz y sobrepasa valores humanos como la solidaridad y el respeto al Otro. En ambos casos se trata de sobrevivir al drama del desempleo provocado por los gobiernos neoliberales aliados a las mafias depredadoras, que aplican toda la fuerza posible en contra de los pueblos y se muestran sumisos ante los dictados del exterior, trátese de trasnacionales o de organismos internacionales que buscan la explotación de las riquezas naturales sin pensar en el daño ambiental que acabará con el planeta, no precisamente con los pueblos indígenas que han sobrevivido más de 500 años.
Una muestra irrefutable de esto es el derrame de petróleo que en estos momentos está contaminando el Golfo de México, cuyo daño se extiende a las costas del Atlántico sin causar preocupación a los responsables ni a las autoridades por el deterioro ambiental.
Otra muestra es el hostigamiento y la represión que se ejerce sobre los pueblos indígenas que se niegan a entregar sus tierras a los explotadores de recursos naturales, que pronto convierten en grandes negocios. Bosques, playas, ríos, minerales son el botín que arrebatan a sus verdaderos dueños. Pero el problema no es quién se queda con los recursos sino qué uso hacen de ellos.
Por años y siglos los indígenas han cuidado la tierra porque forma parte de su vida y no porque hagan negocio con ella. Defienden su territorio porque en él está la milpa que los alimenta, en él están enterrados sus muertos, sus árboles y sus flores. Ellos mismos forman parte de la naturaleza, así se retrataron con cabezas de jaguar, de tigre o de serpiente. Sobreviven como el bosque y el río cuando no son tocados por manos depredadoras.
México se sostiene por sus pueblos y su gente a pesar de la explotación que hemos sufrido desde la conquista.
Siempre han existido seres deplorables que aceptan entregar el oro por espejitos de colores. Pero en estos momentos no se trata sólo del robo de metales preciosos, la voracidad de los poderosos va más allá de lo soportable. Estamos hablando de la destrucción del medio ambiente, en el que vivimos todos. La defensa de los pueblos indígenas es la defensa de nosotros mismos.
Necesitamos hacer un alto para darnos cuenta que si no nos unimos en defensa de nuestros pueblos y nuestros recursos, si permitimos que avance el capitalismo neoliberal, las consecuencias serán irreversibles.
Terminaremos como las aves bañadas de petróleo que ya no pueden extender sus alas.
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