viernes, 11 de marzo de 2011

El choque de trenes más anunciado -- Sabina Berman

Bienvenidos al choque de trenes más anunciado del lustro. El choque entre la Izquierda y la Izquierda. El choque entre las locomotoras de las aspiraciones presidenciales de Marcelo Ebrard y las de Andrés Manuel López Obrador.

Tome su lugar. Allá, del lado derecho de la encrucijada de las vías, están ya sentados los panistas y los priistas, comiendo palomitas y deleitándose de antemano con el encontronazo que viene, con su estruendo, con la destrucción.

O tome su lugar acá, del lado opuesto de la encrucijada, donde los simpatizantes de la Izquierda están sentados con los ojos muy abiertos y mordiéndose las uñas.

Algo es seguro. Es un choque del que saldrá, no un candidato fortalecido rumbo a la Presidencia, sino una Izquierda descarrilada y destrozada en vagones volcados ruedas arriba.

Tan pronto como en el año 2007, a pregunta expresa, Marcelo Ebrard me respondió en una entrevista: “No, no habrá choque de trenes. La derecha puede esperar en vano. Andrés Manuel y yo sabemos que eso sería suicida. Si no hay un candidato único, no hay manera de que las Izquierdas ganen”.

Y por esas fechas, Andrés Manuel declaró lo propio. “Nos pondremos de acuerdo en quién es el candidato único”. ¿Cómo se pondrían de acuerdo? “Habrá una encuesta”, dijo Andrés Manuel. También en el año 2008 lo anunció Marcelo. “Se decidirá con una encuesta”.

¿Quién votará en la encuesta? ¿Los militantes del PRD o los de los distintos partidos de Izquierda? (Ambos universos de votantes donde AMLO lleva ventaja, según sondeos recientes.) ¿O será una votación abierta a la población? (Donde Ebrard y AMLO van más parejos, y que por cierto reflejaría mejor quién de los dos sería un mejor candidato para ganar la Presidencia.) ¿Y quién demonios –oh pregunta crucial– contará los votos?

“Ya se sabrá”. Palabras de Andrés Manuel en el 2010.

Pues es el 2011 y todavía no se sabe. Y el choque de trenes parece inminente.
Decidir el universo de votantes y el árbitro de la contienda: los dos primeros puntos centrales. Luego, lograr un conteo de votos irrecusable.

Dice Aristóteles que nada es más importante en la política (la vida de la polis, la ciudad) que el acuerdo sobre cómo se elige a los gobernantes. Si no hay un acuerdo en ello, quien por fin accede al poder, se enfrenta al arduo e ingrato intento de conducir a ciudadanos que entre sí se odian.

Para muestra estos seis años de gobierno de Felipe Calderón. Su elección contendida explica su Presidencia débil, ritmada por golpes impulsivos de timón, que han pretendido fortalecerla, y la han hecho perder cualquier rumbo.

Le asiste la razón al presidente Calderón cuando declara que una parte considerable de los ciudadanos, a estas alturas del sexenio, “sencillamente no están contentos con que yo haya ganado”. (Entrevista con Roberto Rock, El Universal, 22 de febrero del 2011).

Pero entenderlo no evapora la violenta discordia en que vivimos. Calderón no pudo, o tal vez ni siquiera se propuso poder, luego de un acceso a la Presidencia disputado por un tercio de la población, crear el acuerdo de que él gobernaba.

En vista de lo cual, viene a cuento de nuevo la pregunta, simple como el agua. ¿Qué espera la Izquierda para sentarse a dirimir el método y el árbitro de la elección de su candidato a la Presidencia?

La Izquierda está dejando correr el minutero, en espera nadie sabe de qué. Acaso de que la realidad imponga las condiciones para lo que todos sospechamos que sucederá. Un choque de trenes. Como si la única intención de los líderes actuales de la Izquierda, grandes y pequeños, fuese que luego del desastre nadie pueda señalar un culpable. Nadie pueda decir: el ingeniero Cárdenas se equivocó al contar los votos; Martí Batres sesgó las cosas hacia Ebrard; Fulana de Tal se equivocó en esto y esto otro.

Mejor ausentarse. Mejor que no se encuentre culpable. Esa parece ser la intención de los líderes actuales de la Izquierda. Dejar correr el minutero y hacerse al lado para no poder ser señalados luego del estruendoso choque de máquinas. Que el dios del Azar cargue con la culpa del choque.

Pero el dios del Azar no existe y la inacción es la peor equivocación.

Aunque cabe otra resolución. Andrés Manuel acelera y a último momento, para evitar el choque, Ebrard desiste, frena, deja pasar el tren obradorista y él mismo se engancha a su vera. La razón del más fuerte es siempre la mejor, ironizaba La Fontaine, que era súbdito de un monarca absoluto.

Sería un desenlace con poco ruido pero sí malos augurios. Confirmaría entre los votantes independientes, que son los que deciden las elecciones, el temor de que Andrés Manuel no respeta la democracia y sólo cree en el derecho del más fuerte.

Los ciudadanos quieren poder confiar en una Izquierda democrática, lúcida y premeditada. Una Izquierda que permite, como es su vocación ideológica, la diversidad. La diversidad de corrientes, de opiniones, de candidatos. Pero en el momento oportuno, sabe decidir. Sabe reunirse en torno a una decisión. Y sabe, reunida, ganar.

No hay comentarios: