sábado, 12 de marzo de 2011

¿En verdad estábamos mejor cuando estábamos peor? Historias del más acá Carlos Puig

Al Frente

Según el censo, los mexicanos entre 18 y 34 años son 25% del país, es decir, 40% de los que pueden votar en 2012. Pienso en ellos cuando AMLO muestra una fotografía de Peña Nieto junto a Salinas, también cuando escucho a los panistas hablar con alarma de un posible retorno del PRI a la Presidencia. Pero no creo que se les pueda infundir el miedo a lo que no conocieron...

Memoria lejana. Marzo de 2011. Foto: EFE/Archivo
La última gran crisis financiera mexicana, la repetición más grave de las crisis recurrentes que iniciaron a finales de los setenta del siglo pasado, sucedió hace 16 años.

La última gran crisis política que combinó la emergencia de un movimiento armado, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, el arresto del hermano de un presidente y la huelga de hambre de un ex presidente de México fue hace 16 años.

Desde entonces, el país ha vivido más o menos sin sobresaltos —al menos no del tamaño de aquellos—, con la estabilidad económica que ha permitido el mediocre desarrollo, casi inercial, de los indicadores de bienestar. Y aunque ciertamente no se han corregido problemas fundamentales —el abismo entre pocos ricos y muchos pobres, la calidad de la educación, el corporativismo, los monopolios—, no vivimos en la montaña rusa de los últimos tiempos del priismo; de Díaz Ordaz hasta Salinas de Gortari.

En julio de 2012, la vida adulta de un votante de 34 años habrá transcurrido en esas condiciones. Y no sería raro que esa vida adulta hubiera coincidido con su vida informada, en donde ese posible votante se relacionó con la vida pública, leyó periódicos, vio noticieros, participó en elecciones locales o federales, comenzó a forjar un patrimonio, tal vez a construir o pensar construir una familia, consiguió su primer trabajo, se hizo ciudadano.

Según el censo, ese grupo de mexicanos entre 18 y 34 años es alrededor de 25 por ciento del país. Más importante para estas líneas: constituye más o menos 40 por ciento de la población en posibilidad de votar en julio de 2012. Esos muchos millones de mexicanos no entienden el priismo como los más viejos. Han vivido los tiempos del panismo y tal vez se acuerdan del menos priista entre los priistas: Ernesto Zedillo.

Me cuentan mis amigos profesores de la UNAM, el CIDE o el ITAM de materias como Análisis Político o Administración Pública que figuras como Salinas de Gortari, el subcomandante Marcos, ya no digamos De la Madrid o el Negro Durazo, no son referencia para los jóvenes mexicanos. Están, para los jóvenes, allá… en el libro de historia.

El lunes, entrevistando a Humberto Moreira le pregunté si el entusiasmo desatado entre los tricolores tiene sabor a restauración. Luego me di cuenta de que la palabra no significa nada para los menores de 34 años.

Demostrando mi edad le pregunté si no creía que a su partido le faltaba dar una explicación, una especie de expiación de décadas de autoritarismo desde el poder. Una promesa, una muestra de que habían cambiado. El nuevo líder priista hizo como que no escuchó, porque no tiene por qué. Su público objetivo o no se acuerda o ya relegó a la memoria lejana los años de la “dictadura perfecta” —diría Vargas Llosa.

En diez minutos de entrevista, Moreira repitió —para culpar a los panistas— más de siete veces la palabra pobreza, otras tantas desarrollo económico.

Del Twitter de Moreira el jueves: “El verdadero enemigo del PRI es la pobreza, la falta de servicios y de oportunidades que han complicado el programa social de nuestro país”. ¿Qué no esas carencias son, también, en alguna proporción producto de sus herencias? Tal vez para mi generación. No para 40 por ciento de los posibles votantes del próximo año.

Pienso en esos votantes cuando veo a Andrés Manuel López Obrador paseándose por las plazas de México con una fotografía de Enrique Peña Nieto junto a Carlos Salinas de Gortari. El señor peloncito al lado del gobernador significa poco para los menores de 34.

Pienso en esos votantes cuando escucho a los panistas hablar con alarma de un posible retorno del PRI a la Presidencia. No tengo claro que en ese demográfico pueda construirse el miedo a lo que no conocieron.

Me dice María de las Heras que hoy en México el voto se construye sobre todo por los “anti”. Y que el gran cambio en el electorado es que hasta el 2000 era casi únicamente antipriisimo —Fox, el gran beneficiario del “voto útil”—; hoy ha calado el antipanismo y el antiperredismo.

El asunto es que los “anti” funcionan en lo contemporáneo, como lo demostraron los éxitos de las alianzas en algunos estados el año pasado. El antipriismo basado en personajes de hace veinte años pierde fuerza.

Los votantes mayores de cuarenta años, además, tienen bastante más definidas sus simpatías. Los bloques de “voto duro” residen mayoritariamente en ese grupo. Los independientes, los indecisos, están entre los votantes más jóvenes. Me parece que el PRI tiene claro que debe omitir el pasado, hacer como si no hubiera existido, evadir ese debate y concentrarse en culpar al PAN del presente.

Convencer a los millones de votantes que se hicieron ciudadanos en los últimos 16 años que el México de hoy es producto únicamente de diez años de panismo.

Y convencernos a nosotros, los más viejos, de que estábamos mejor cuando estábamos peor. Esa jugada va a estar más complicada. Tenemos canas.

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