Para justificar la política privatizadora que tercamente practica en el sector energético (aún) nacional, al iluminado inquilino de Los Pinos se le hizo fácil decir en público que la gran diferencia entre Brasil y México fue la reforma de Petrobras, y ésta, según él, fue la que detonó el crecimiento del país sudamericano. Para él ese es el quid: allá crecen de forma sostenida y mejora la calidad de vida de sus habitantes por la apertura petrolera, mientras aquí la economía permanece en el éter y el bienestar en la lona, porque los mexicanos no tienen mejor forma de perder el tiempo que dedicarse a sacralizar el bien expropiado en marzo de 1938.
Pues bien, no es tan elemental el asunto, como Felipe Calderón comprenderá. Un análisis de la Organización Internacional del Trabajo documenta algo que el susodicho dejó fuera del discurso: la estrategia innovadora de Brasil, basada en los ingresos, produjo una recuperación de la crisis financiera más rápida de lo prevista y logró que la creación de empleos regresara a valores positivos a partir de febrero de 2009, aún antes de que se reiniciara el crecimiento económico. Las políticas sociales y laborales cuidadosamente elaboradas, implementadas a la par de políticas macroeconómicas complementarias, hicieron que la recesión durara sólo dos trimestres. He allí diferencia sustanciales: en 2009, la economía brasileña apenas se redujo 0.2 por ciento, mientras la mexicana se hundió 6.5 por ciento; en el último cuatrienio la primera creció a una tasa anual de 4.3 por ciento, y la segunda 0.9 por ciento, una diferencia de casi cinco tantos, y no precisamente por la reforma a Petrobras.
Brasil creó más de 3 millones de empleos formales a lo largo de los últimos dos años y alcanzó un crecimiento económico de más de 7 por ciento en 2010, regresando así a los niveles anteriores a la crisis; México apenas 174 mil plazas formales y un incremento de 5.5 por ciento del PIB, que no alcanzó para tapar el agujero de 2009. Aún más importante, subraya la OIT, el crecimiento económico y del empleo no se logró a expensas de la equidad. Al contrario: la informalidad y la desigualdad de los ingresos disminuyeron, a pesar de la crisis, es decir, lo contrario de lo registrado en México.
El éxito brasileño “se debe a las condiciones económicas favorables que existían en el país previo a la crisis, así como a una rápida respuesta centrada en el empleo y a la combinación justa de políticas sociales, laborales y macroeconómicas. Brasil no fue inmune a los efectos de la crisis financiera y económica, pero se ha desempeñado razonablemente bien en comparación con muchos países –aun en América Latina– en términos de rendimiento económico y laboral; la experiencia de este país muestra que la inclusión social y el crecimiento económico son objetivos compatibles, siempre y cuando se apliquen las políticas correctas. Cumplió con sus deberes tras la crisis de 2009, y en particular introdujo un nuevo régimen macroeconómico que se concentraba en reducir las vulnerabilidades externas y crear superávit fiscal, además de incrementar de manera sustancial el salario mínimo y extender la cobertura de la seguridad social. Cuando irrumpió la crisis, que destruyó cerca de 700 mil empleos formales sólo en noviembre y diciembre 2008, el gobierno pudo implementar con rapidez un número de medidas anticíclicas (reales) y ampliar el sistema de seguridad social existente. Estas acciones fueron posibles gracias a su saludable posición fiscal”.
Para la OIT el éxito de Brasil puede explicarse también a través de la habilidad del gobierno de equilibrar políticas sociales y laborales, por una parte, y políticas macroeconómicas y de crecimiento económico, por otra. De hecho, el gobierno garantizó que el clima empresarial se mantuviese enérgico y estuviese en posición de responder al aumento de la demanda. En este sentido, las políticas apoyaron la interacción entre la oferta y la demanda, lo cual tuvo efectos importantes sobre el empleo. La decisión de intensificar las transferencias sociales produjo una inyección de dinero de cerca 30 mil millones de dólares en la economía y creó (o preservó) cerca de 1.3 millones de empleos. También logró mantener el control sobre los aumentos del empleo informal, que duraron poco y continuaron con su tendencia descendente a lo largo de la crisis. En seis de las principales áreas metropolitanas de Brasil el número de trabajadores sin contrato disminuyó 6.5 por ciento entre agosto 2008 y agosto 2010.
Si bien el paquete de medidas de estímulo (1.2 por ciento del PIB) fue uno de los más bajos entre los países del G-20, fue eficaz por dos razones: porque el gobierno comprendió que proteger y crear empleos era tan importante como el crecimiento económico, y porque las medidas clave fueron alcanzadas a través del diálogo social. Ambas lecciones son vitales tanto en tiempos de crisis como en la recuperación económica. Por ejemplo, mientras en Brasil la tasa de desempleo juvenil se redujo, en México simplemente se duplicó; en aquel, la ocupación informal se ha reducido sostenidamente; en éste avanza a paso veloz.
En cualquier país, como señala la OIT, no podrá lograrse una recuperación económica sostenible si no se abordan problemas clave de orden social y laboral. El crecimiento económico sin creación de empleo de calidad no es sostenible. Para sostener la recuperación, varios países en desarrollo y con economías emergentes tienen que consolidar los logros alcanzados mediante el impulso de las fuentes nacionales de crecimiento a fin de contrarrestar el debilitamiento de la demanda para sus exportaciones en los mercados de las economías avanzadas. Las políticas sociales y de empleo bien concebidas pueden contribuir considerablemente a este respecto. Promover la creación de más empleos formales ayuda a mejorar la cobertura de la seguridad social y, por lo tanto, contribuye a reducir la incidencia de la desigualdad de los ingresos y la pobreza.
Sin duda, en Brasil falta mucho por avanzar, pero como lo documenta la referida institución no fue precisamente la reforma a Petrobras la que ha permitido acortar distancias.
Las rebanadas del pastel
Gatopardiana perredista: es la misma chucha, revolcada en idéntico negocio, pero ¡ahora con ligas y leche Betty! Qué bonita forma de cambiar, para no cambiar nada.
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