martes, 1 de marzo de 2011

Tendrían que estar locos --- Pedro Miguel


Tendrían que estar locos
A ver si entendimos bien: las corporaciones policiales de Washington tienen perfectamente identificados y localizados a centenares de narquitos y de narcotes que operan en territorio de Estados Unidos. Los dejan hacer sus negocios en santa paz y sólo les dan molestias cuando un funcionario del servicio estadunidense de aduanas es asesinado en México. Entonces, la DEA y el FBI desencadenan una redada de magnitudes nacionales, lloevan a sus narcos a rendir declaración policial y hasta a juicio, y de esa manera salvan el honor (y la cara) y demuestran su compromiso en la “guerra contra las drogas”.

Uno, que es lego e ignaro, se pregunta por qué esperar tanto, y si no habría sido más fácil detener a esos delincuentes reales o presuntos antes de que la sangre (estadunidense) llegara al río (Bravo) y si, de haberse procedido de esta manera, el agente Zapata no habría podido salvar la vida, y si el presunto homicida Zapata no habría podido ahorrarse, tal vez, la torturadota que le pusieron, perceptible a simple vista en las imágenes de la tele. Y, mas en general, uno se pregunta si no sería más fácil que las corporaciones policiales estadunidenses resolvieran el problema en su punto de venta mediante algunas aprehensiones oportunas, en vez de hundir en un baño de sangre a los puntos de producción y tránsito.

Pero todo indica que el mantenimiento preventivo a la legalidad no es el propósito de ninguno de los involucrados en este cada vez más sospechoso combate a las drogas. A fin de cuentas, la tragedia demencial en la que Calderón ha metido a México es, por donde se le vea, un gran negocio parea Estados Unidos: montañas de dinero fresco para que los circuitos financieros de Wall Street tengan materia de trabajo, un mercado de armas en constante expansión y sofisticación y, en el país vecino del sur, un régimen cada vez más acosado por sus rivales delictivos y cada vez más repudiado por su población, que ruega por niveles crecientes de injerencia y control foráneo.

Otro dato nada menor: la semana antepasada, el Capitolio rechazó una tenue medida mínima no de control, sino de registro de control de armas de fuego en los estados fronterizos del sur. Se trataba, simplemente, de obligar a los vendedores a registrar el nombre de las personas que adquiriesen más de dos fusiles de asalto. “Tendríamos que estar locos –han de haber pensado los legisladores-- para acotar semejante oportunidad de negocios mediante regulaciones absurdas”. Y si lo pensaron, de alguna manera tenían razón: ¿Qué sentido tendría que los poderes formales de Washington adoptaran medidas para reducir de alguna forma la masacre cotidiana en México? La “guerra” de Calderón surte al país vecino de divisas, de argumentos para la seguridad nacional, de coartadas injerencistas y hasta de drogas. Para ellos, la progresiva desarticulación de México es una victoria. ¿Qué caso tiene contrarrestarla? Tendrían que estar locos.

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