Juan Pablo II no merecía ser beatificado por lo menos por haber encubierto al sacerdote pederasta Marcial Maciel. Pero si el actual papa, Benedicto XVI, decidió beatificarlo, el asunto deja de discutirse. Si no por otra cosa, porque el papa es infalible.
¿Infalible? Tal cual. Lo es porque el espíritu santo lo asesora muy de cerca, de tal forma de evitarle caer en errores cuando se expresa con toda solemnidad.
¿Que eso es absurdo? Lo es, sin duda. Al menos, nada tiene de racional.
Es el problema con la religión y, sin duda, con la mayor parte de las personas religiosas: creen en dios y se toman en serio los ritos de sus iglesias no por haber reflexionado sobre ellos, sino porque sí, porque así debe ser.
Dijo Bertrand Russell: “La mayoría de las personas cree en dios porque se les ha enseñado desde la más temprana infancia a hacerlo, y ésta es la razón principal. Luego creo que la siguiente razón más poderosa es el deseo de seguridad, una especie de sentimiento de que hay un gran hermano que cuidará de uno”.
No son razones válidas ni honestas, ni mucho menos valientes, para creer en dios. Habrá quienes crean después de haberlo meditado mucho, pero son la minoría.
Desde luego, los creyentes que se dan la oportunidad de analizar su religión no pueden tomar en serio algo tan tonto como la infalibilidad del papa, que es lo que condujo a la beatificación de un líder religioso, como Juan Pablo II, que fue más importante por sus aportaciones a la política que a la moral y que, todo el mundo lo sabe, conociendo de los delitos de un cura pederasta como Maciel, no solo se negó a castigarlo, sino que aun lo apoyó para que consolidara su imperio basado en la mentira y en la desvergüenza.
A Bertrand Russell se le atribuye, en internet, esta anécdota:
En una conferencia, Russell afirmó que si un sistema contiene un enunciado falso, entonces se puede demostrar a partir de él cualquier cosa. Así, una persona que lo escuchaba le retó a demostrar que él, el oyente, mismo era el papa partiendo de la afirmación de que 2 más 2 son 5. Russell, sin inmutarse, contestó: “Si 2 y 2 son 5, entonces 4 es igual a 5 y, restando 3, 1 es igual a 2. Pero usted y el papa son 2; así pues, usted y el papa son uno”.
Supongo que con un razonamiento parecido a ese, es decir, a partir de demostrar que 4 es igual a 5, Benedicto XVI llegó a la conclusión de que era justo y necesario beatificar a Juan Pablo II. Y así lo hizo.
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