domingo, 1 de mayo de 2011

Nota sobre los precios del crudo-- José Antonio Rojas Nieto

Los analistas petroleros gustan diferenciar –con razón– lo que llaman fundamentales del mercado petrolero. Aunque no es del todo cierto –y recordando al notable David Ricardo– de alguna manera repiten lo que Ricardo afirma al inicio del capítulo cuarto de sus brillantes Principios. Luego de señalar al trabajo como fundamento del valor –en su concepción cuánto de un bien debe darse por cuánto de otro– solicita no creer que olvida o ignora considerar las desviaciones accidentales y temporales que registran esas relaciones de cambio, cuya expresión monetaria define el precio.

Marx le reconocerá su agudeza teórica. Y aunque criticara severamente su incapacidad para descubrir que el valor de los bienes no es sino una determinación social –no natural– de los productos del trabajo, coincidirá en hacer del trabajo –en cuanto esto conceptualizado por Marx como trabajo abstracto– el fundamento del valor, el que obligadamente se expresará en una relación de cambio específica, en un precio específico.

Los fundamentales para determinar el precio del petróleo se refieren entonces a las condiciones de producción de un volumen de crudo capaz de satisfacer la demanda. Estos dos aspectos determinan esos fundamentales. Los que, por cierto, nunca pueden desvincularse. Por más que se quiera o pretenda. Y no me refiero a la vinculación superficial identificada en la llamada elasticidad. ¿Cuánto cambia la demanda cuando cambia el precio? No. Sí, en cambio, a la vinculación que impone la Ley del Valor.

Nunca los precios de mercado serán tales que no garanticen reivindicar a las diversas esferas de producción, sus costos. De otra manera sobrevienen las crisis, más severas cuanto más aguda pretenda ser la violación a esa Ley del Valor. ¿Qué exige esta ley?

Determinar el valor de cambio por el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción. ¿Cuál? El que implica: 1) una fuerza de trabajo con destreza, capacidad y habilidad laborales máximas, y con remuneración de acuerdo a sus requerimientos sociales vitales; 2) un proceso productivo con tecnología desarrollada y extendida, y que permite las máximas facultades productivas; 3) una jornada laboral con magnitud e intensidad socialmente aceptadas. Para el caso de bienes como el petróleo (el maíz, el trigo, la madera, el ganado, los peces, el hierro, el cobre, el estaño, entre otros) cuya producción exige un recurso natural, el valor –y su expresión monetaria, su precio– se establece con fundamento en el recurso natural menos fértil. Pero no el absolutamente menos fértil. Sí el relativamente menos fértil. Aquel cuya explotación es requerida para satisfacer la demanda.

Hoy, a pesar de la debilidad de la recuperación económica mundial –más débil aún por la gravedad de los acontecimientos en África, los lamentables sucesos en Japón, y en Australia y Nueva Zelandia, y la severidad climatológica en Europa y Estados Unidos– se requiere un promedio anual de crudo cercano a los 88 millones de barriles al día, casi 89 o poco más en el invierno. Representa casi 3 millones de barriles al día más que en 2009. Incluso, casi dos más que en 2007 y 2008.

Esta novedad –recuperación del consumo de petróleo– exige que yacimientos relativamente caros, clausurados por la desaceleración y la caída de la demanda desde 2008 y en 2009, sean reabiertos. Y que nuevos yacimientos con costos superiores también sean incorporados a la producción. ¿Por qué? No sólo por la elevación de la demanda, sino por el descenso en la producción de zonas como el Mar del Norte o el Golfo de México, en los que viejos yacimientos ceden al tiempo y disminuyen su aportación –nuestro pobre Cantarell entre ellos– o de zonas cuya conflictividad impide su aportación tradicional, como el caso de Egipto o Libia cuya producción también ha disminuido, como sucedió antes con Iraq.

Durante los últimos dos años, los especialistas en costos y yacimientos petroleros del mundo han señalado una franja de entre 75 dólares por abril en la parte baja y de 85 en la parte alta, como el costo de producción aceptable de nuevos yacimientos, necesario para abastecer la demanda mundial de crudo.

Si la OPEP racionaliza –como siempre trata de hacerlo– su producción, el mundo exigirá aportaciones de yacimientos de la parte alta, incluso más alta, según sea el caso. Si por ciclones naturales, humanos o políticos cae la producción en algunos países petroleros, el costo límite tiende a ser mayor. Por ello lo que sería el precio natural se ubica en franjas más elevadas. Y, consecuentemente, los precios de mercado darán rienda suelta a su elevación. Si, además, la especulación se reaviva –como en 2007 y 2008– el precio puede –ya está sucediendo– subir aún más. Realmente no hay razón para precios del orden de los 110 dólares que ya vemos para el caso del crudo estadunidense West Texas Intermediate, incluso, para el caso de nuestra debilitada mezcla mexicana. Pero tampoco hay razón para esperar precios inferiores a 85 o 90 dólares. El riesgo de precios más altos es frenar la recuperación económica, tan necesaria para todos, pero gravemente urgente para los países desarrollados gravemente endeudados, Estados Unidos por delante. De eso será bueno comentar algo pronto. Muy pronto.

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