jueves, 8 de marzo de 2012

Deseos unidos: Bartlett y Zabludovsky-- MAURICIO ROMERO

¿Qué pesa más?: La labor de Manuel Bartlett en el fraude electoral de 1988 en pro de Carlos Salinas o la lucha emprendida veinte años después en contra de la privatización energética; La actitud crítica de Jacobo Zabludovsky en su noticiario de radio y columnas de prensa o la eterna cerrazón y opacidad nocturna en televisión abierta.

Ambos son símbolos del priísmo, del autoritarismo y la corrupción. No hay duda. Pero en la primera década del siglo XXI los dos han intentado revertir la balanza como quien anhela expiar sus culpas para evitar ser condenado al descrédito popular, de la Historia.



Manuel Buendía fue asesinado en 1984. Se condenó a José Antonio Zorrilla –hoy libre– por el crimen pero éste siempre aseguró haber sido un remitente del secretario de Gobernación (“Yo dependía de Bartlett. Nunca fui autónomo. Era una parte del sistema”). De la misma forma se presentó Zorrilla para amedrentar a Julio Scherer y al semanario Proceso para evitar la publicación de un reportaje, lo que consiguió tras amenazar a Vicente Leñero. Todo por encargo del Señorsecretario.

La sangre se derramó en la plaza de las Tres Culturas y esa misma noche el primero en (en)cubrir la matanza fue el titular del noticiero 24 Horas de Televisa. Lo mismo ocurrió con el Halconazo de 1971, los asesinatos de Lucio Cabañas y Luis Donaldo Colosio, la verdad del Fobaproa o el Error de Diciembre. Omisiones obedecidas al pie de la letra por Zabludovsky.

Hoy el expriísta combate al duopolio televisivo que lo estigmatizó, mientras que el exconductor de televisión señala la corrupción política. Sus esfuerzos están unidos por una misma meta: no morir siendo señalados en la calle. El periodista lo está logrando gracias a la enorme penetración del programa De una a tres. Al político le está costando más porque en su lucha contra el monopolio televisivo, la opacidad –vaya ironía– y la privatización petrolera se ha encontrado con la realidad de los activistas sociales, cuyas faenas no son conocidas por el grueso público.

La historia reciente de ambos se torna trágica en el sentido de que por más que intenten ignorar cincuenta años de sus vidas y hagan lo que hagan en el ocaso de ellas, siempre podrá salir alguien a reprochar sus aportaciones a la pudrición de la realidad mexicana.

Sin embargo, les queda una última vía: Dejar de negar quiénes fueron y por qué lo fueron (“No dije que se cayó, sino que se calló el sistema”). Aceptar públicamente sus errores y faltas éticas. Ofrecer disculpas. Explicar qué los ha hecho cambiar y por qué buscan combatir lo que antes encarnaron. En resumen: ser humanamente sinceros demostrando abiertamente a todo mundo la conciencia de su propio pasado y una voluntad de limpiar su nombre para cuando ya no estén en un próximo futuro.

¿Usted cree que les alcance?

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