El célebre ensayo de Daniel Cosío Villegas “La crisis en México” (Cuadernos Americanos, marzo de 1947), tras certero diagnóstico que parte del Porfiriato y se centra en la Revolución y su obra, establece las posibilidades e imposibilidades de los “actores” políticos de entonces para sacar al país de esa crisis producto del agotamiento de las metas del movimiento armado hechas gobierno.
Hace la crítica de la inmoralidad y la corrupción de la mayoría de los hombres revolucionarios y diagnostica y dictamina el futuro del conservadurismo mexicano representado por el Partido Acción Nacional ante la posibilidad que algún día ascienda al poder (en otro famoso ensayo, hablaría sobre el futuro de la izquierda, a la cual sentenció ya en 1947 señalando “la eventual purificación de las izquierdas”). Lo que Cosío Villegas dijo ayer sobre el PAN, es hoy más vigente que nunca:
“En primer lugar, me parece claro que Acción Nacional cuenta con tres fuentes únicas, aunque poderosísimas, de sustentación: la iglesia católica, la nueva plutocracia y el desprestigio de los regímenes revolucionarios; pero la medida de la escasa fuerza final que tendría, la da el hecho de que se alimenta mucho más de la tercera fuente que de las otras, a pesar de la tradicional generosidad nutricia de la iglesia católica para amamantar a todo partido retrógrado. Esto quiere decir que Acción Nacional se desplomaría al hacerse gobierno. ¿Tendría, llegado ese momento, algo más para vivir por sí misma y guiar al país? No cuenta ahora ni con principios ni con hombres y, en consecuencia, no podría improvisar ni los unos ni los otros. En sus años de vida, su escasa e intermitente actividad se ha desgastado en una labor de denuncia; pero poco o nada ha dicho sobre cómo organizaría las instituciones del país. Creo recordar que alguna vez sostuvo que la “base” de la educación era la familia, lo cual quiere decir muy poco o demasiado, más bien lo primero que lo segundo.
“Y ¿quiénes son los hombres de Acción Nacional? No tienen sex-appeal para el pueblo mexicano: ninguno de sus dirigentes procede de él, ni siquiera del campo o de la aldea; son de la clase media alta, y sus intereses y experiencias están confinados dentro de las paredes de la oficina o la penumbra de la iglesia; no conocen más aire libre que el vaho que despiden las calles asfaltadas de las grandes ciudades. Son los que el porfirismo llamaba personas decentes, lo cual quería decir,…, en el fondo, una mentalidad señoritinga. Y de nuevo, mucho del valor que hoy parecen tener esos hombres de Acción Nacional se deriva del desprestigio de los hombres de la Revolución.
“La prensa y la iglesia han hecho de Manuel Gómez Morín, el jefe de Acción Nacional, casi un santo, y de Vicente Lombardo Toledano, la figura mayor del movimiento obrero, casi un villano; pero Manuel Gómez Morín sabe, como nadie en este mundo, que él no es superior… Un mérito indudable tienen los hombres de Acción Nacional, y Manuel Gómez Morín, desde luego, antes que ninguno de ellos: fueron los primeros en sacudir la apatía política tan característica del mexicano; fueron los primeros en preocuparse como grupo de algunos problemas del país y en proponer a éstos soluciones distintas de las fórmulas oficiales; en fin, han sacrificado una parte de su bienestar (…) en la oposición al gobierno. Pero sus taras son mucho mayores que sus méritos: representan y son el instrumento no del catolicismo, sino de una jerarquía eclesiástica que no tiene superioridad moral alguna; representan, o les hacen el juego a los intereses plutocráticos bien deleznables.
“México puede y debe tener, en suma, una fundada desconfianza hacia un partido, hacia todo partido que no haya sabido forjar en el ayuno de la oposición un programa claro, ahora sí que de acción nacional, y que no dé la sensación reconfortante de que marcha hacia un nuevo día, y no hacia la noche, ya muerta y callada.”. (El subrayado es mío).
No se dirá que Daniel Cosío Villegas era un hombre alineado a la izquierda. Aunque el hecho de haber sido crítico bien pudiera hoy objetivamente valerle esa filiación. Es la mirada aguda del crítico, del estudioso perspicaz, quien percibe la raíz del nacimiento de los acontecimientos y las cosas del orden social. Por ello es certero al pronosticar el fracaso del PAN. Fracaso cargado desde el origen pero acentuado aún más con la ruptura de los miembros presentes de ese partido con quienes al menos tenían un orgullo ético que presumir; la renuncia y denuncia al PAN en 1992 del Foro Democrático y Doctrinario (Bernardo Bátiz, Pablo Emilio Madero, Jesús González Schmal, entre otros) es un ejemplo de ello.
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