A través de mi computadora personal en el despacho, he recibido copia en 638 cuartillas de un impresionante escrito dirigido a la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, mediante el cual tres representantes de la coalición electoral Movimiento progresista, de los partidos de la Revolución Democrática y del Trabajo y Movimiento Ciudadano impugnan la elección de presidente de los Estados Unidos Mexicanos por nulidad de toda la elección por la evidente violación a los principios constitucionales de elecciones auténticas, del sufragio libre y por la cancelación del registro de candidato de Enrique Peña Nieto, postulado por los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Verde Ecologista de México, expresados en el rebase de topes de gastos de campaña, omisiones en que incurrió la autoridad electoral al no impedir la recurrente y sistemática violación a las condiciones de equidad en la contienda y a los principios rectores de la función electoral por parte de diversos servidores públicos, partidos políticos y particulares claramente identificados con lo que se incumple: el postulado constitucional de la renovación de los cargos de elección popular mediante elecciones libres y auténticas. Por ello se solicita la nulidad total de la elección así como la declaración de no validez, frase que –es evidente– sobra, ya que la nulidad necesariamente supone la invalidez del acto de que se trata.
La narración de los hechos es de una amplitud impactante y no es preciso ni siquiera hacer un resumen, aunque sí señalar los aspectos fundamentales de la denuncia.
Desde luego que las principales acusaciones se refieren a la entrega de vales para la compra de diversos productos en las tiendas Soriana, a la intervención permanente de la prensa y la televisión –particularmente en el curso de la campaña–, cuando se daban a conocer las perspectivas de las elecciones en las que siempre aparecía con enorme ventaja Enrique Peña Nieto. Haya sido o no cierto, sin la menor duda generó la idea de su superioridad a expensas de sus rivales más connotados, principalmente Andrés Manuel López Obrador.
Ciertamente estamos acostumbrados a los fraudes electorales. No falta quien piense que el general Almazán le ganó las elecciones a Ávila Camacho y nadie duda de que Cuauhtémoc Cárdenas venció a Salinas de Gortari, por recordar los hechos más notorios. Entre ellos habría que incluir, sin la menor duda, el enfrentamiento entre Felipe Calderón y el mismo Andrés Manuel, en 2006.
Lamentablemente la historia demuestra que ese es un problema nacional que ya casi ha creado una costumbre. Lo que supone la cancelación vergonzante de las disposiciones constitucionales por efecto de un proyecto en el que el factor definitivo es el compromiso entre el presidente saliente y su candidato para que no se hagan investigaciones que puedan redundar en muy serias responsabilidades. Claro está que no se da oportunidad de que se produzcan juicios y sentencias que determinen la responsabilidad de antecesor y de esa manera México se mantiene en una supuesta paz política que está muy lejos de fundarse en comportamientos adecuados, sino en agradecimientos compensatorios.
¿Cabría imaginar un México diferente? Me temo que no. Una de las características de nuestro país es el permanente homenaje a la corrupción. Se manifiesta en todo. Pensemos si no en la decisión de Felipe Calderón de poner en manos del Ejército y no de la policía el enfrentamiento a los narcotraficantes. En el Ejército hay confianza que, en mi concepto, no necesariamente se justifica. Lo digo por experiencia, si se quiere mínima, pero experiencia al fin y al cabo. Cuando hice el servicio militar en el año 1944, el comandante de la compañía retenía los tres pesos del llamado pre, que era una especie de salario semanal, y sólo nos lo pagó un día en que, formada la compañía en pleno, se presentaron unos oficiales de otra corporación para interrogarnos acerca de si ese pre lo pagaban oportunamente. Curiosamente un oficial nos lo entregó antes de que nos preguntaran. Obviamente nos entraron sospechas de que pasaban cosas indebidas.
Pero es más que claro que, tratándose de las elecciones, la corrupción tiene alcances infinitamente más negativos. Nos hace, simplemente, vivir en la mentira. Y con muy escasa confianza en que las cosas cambien.
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