lunes, 1 de octubre de 2012

¿Con qué cara le explicamos a nuestros hijos?


Ayer domingo publiqué en FB la siguiente entrada: “'Adolfo Orive es un traidor, porque tiene muy claro a quién sirve. Fue empleado de Carlos Salinas, en Pronasol; trabajó para Francisco Labastida en la Secretaría de Gobernación, y se relacionó directamente con Arturo Montiel, a quien sirvió como secretario de Agricultura. No podemos permitir que permanezca en las filas de nuestro partido cuando hemos venido trabajando durante tantos años por alcanzar credibilidad y nombre ante la opinión pública'. Herón Escobar, dirigente del Partido del Trabajo” Unas horas después el Partido del Trabajo Iztacalco comentó la entrada en un tono cordial y fraterno que mucho aprecio. La parte de su réplica que va dirigida a mí señala: “Estimado Pedro Miguel. no nos parece que sea consecuente con tu trayectoria tu alineamiento con este linchamiento que desde una parte de la izquierda se hace contra Adolfo Orive. Te pedimos sensatez en tus juicios, no te pierdas en esa corriente de la diatriba fácil. Un abrazo.” Ésta es mi respuesta: Apreciad@s compañer@s del PT Iztacalco: En primer término, aclaro que la opinión sobre Orive expresada arriba no es mía, sino de Herón Escobar, que es dirigente de ustedes. Se puede discutir todo lo que se quiera sobre la democracia interna en el sindicalismo. En lo personal, me parece un pecado de ingenuidad –o de perversidad– el establecer un falso dilema entre control patronal y control charro para terminar asumiendo que éste último es el menor de los males posibles. Pero eso se puede discutir en un espíritu de libertad y compañerismo. En cambio, no veo cómo justificar la traición de Orive al acuerdo de la bancada del propio PT y, más grave aun, a un mandato ciudadano ineludible: los votos para su partido fueron para resistir el embate priísta con espíritu unitario. Más allá de asuntos sindicales, el voto de Orive fue decisivo para la consolidación del avance priísta con toda su carga de significados: represión, charrismo y cooptación de la ciudadanía mediante programas clientelares. Tal vez el votar con la bancada del PRI y contra la izquierda podría explicarse (explicarse, no justificarse) en muchos casos como un error de juicio, grave, sin duda, pero ajeno a la mala fe. Pero tal explicación resulta particularmente ardua en el caso de Orive, si se considera el dilatado historial de los servicios que ha prestado a algunos de los peores exponentes del priísmo gobernante. El alud de críticas y reproches a Orive no me parece un linchamiento sino una exigencia de rendición de cuentas y no veo afán ni vocación divisionista en las críticas desde la izquierda (obviamente, nadie lo ha criticado desde las filas del PRI), habida cuenta que en esta circunstancia fue él quien fracturó al frente progresista. Encuentro que es un legítimo clamor ciudadano ante alguien que ha ignorado un mandato popular. Por lo que a mí respecta, no me corresponde pedir su expulsión de las filas del PT porque no estoy afiliado a ese partido. En otras circunstancias habría tachado su logotipo en las boletas sin vacilar y con mucho gusto por el gran apoyo que el PT ha prestado al proyecto político en el que creo; en julio pasado, sin embargo, la decisión me resultó dolorosa y voté por el PT con náusea, porque sabía que en el listado plurinominal de sus aspirantes a diputados se encontraba el propio ex mentor de Salinas y desde luego que yo no ignoraba sus antecedentes. Si a pesar de todo me tragué el desagrado y di mi voto al PT no sólo fue por agradecimiento a ese instituto político sino también porque creo en la capacidad de cambio (no hablo de redención, que eso suena a crujir de rosarios) de las personas. En el caso de Orive me equivoqué por completo: como lo demostró el viernes pasado, el hombre sigue siendo un peón del régimen incrustado en la izquierda para debilitarla, desorientarla, dividirla y uncirla a los designios del poder oligárquico. Por supuesto, y por desgracia, dista mucho de ser el único. Me cuento entre los miles de ciudadanos que hemos luchado durante décadas por tener representantes populares dignos de ese nombre. Hemos pugnado por evitar que los políticos se encumbren con nuestros sufragios para, una vez que llegan a la posición de poder ansiada, hacer lo que les dé la gana y olvidarse de su mandato. Hoy sentimos vergüenza por haber contribuido a que Orive llegara a la Cámara de Diputados y no sabemos con qué cara explicarle a nuestros hijos ese trágico desacierto. Ni afán linchador, pues, ni petición de expulsión del partido. Pero a lo que sí tenemos derecho muchos votantes es a pedirle a ese legislador que pida licencia y que deje de ostentarse como depositario de un mandato que traicionó. Y en la medida en que no ha sido posible establecer un mecanismo legal para dar cauce a tal demanda –la revocación de mandato, precisamente–, no nos queda, para propugnarla, más camino que el del señalamiento público. No les pido, desde luego, que adopten mi postura; les ruego, en cambio, que la comprendan y expreso mi disposición a proseguir con ustedes un intercambio enriquecedor. Les mando un fraternal abrazo.

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