viernes, 12 de octubre de 2012

Venezuela duele-- Pablo Gómez


Podría pensarse que es un asunto de estética o que, por el contrario, sólo son intereses económicos los que mueven a las buenas conciencias a repudiar a un gobierno como el de Chávez en Venezuela. Sea lo que fuere, lo que se dice pretende ocultar la realidad, por lo que las acusaciones contra el gobierno venezolano suelen ser exageradas mientras que las críticas al estilo del personaje asumen una marcada superficialidad. Desde que Venezuela es un país petrolero todo ha girado en torno a la cuantía y distribución de la renta petrolera. El viejo sistema político bipartidista, que sustituyó a la dictadura por vía revolucionaria, no se propuso industrializar al país más allá de la propia industria petrolera nacional, sino que creó una economía capaz de regresar las divisas al exterior mediante la compra foránea de bienes de consumo, principalmente. Era natural que siendo la gasolina el bien más barato del mercado interno, los automóviles inundaran las ciudades, pero el problema fue que todos ellos eran de fabricación extranjera, como la mayoría de los demás artículos industriales. El resultado fue una rebatiña sobre los excedentes petroleros, repartidos por los presidentes de la democracia y sus partidos a favor de una burguesía rastacuera, notoriamente parasitaria y conservadora, que lo único que logró crear, en realidad, fue una clase media igualmente conservadora y parasitaria. Los dos partidos de la democracia venezolana, Acción Democrática (socialdemócrata) y Copei (socialcristiano) aplicaron el mismo patrón de distribución de la renta petrolera de acuerdo con el cual la generación de esa burguesía inservible era la única forma de hacer progresar al país, pero en realidad lo que forjaron fue una producción masiva de pobreza a partir de la explosión demográfica y la inmigración hacia las ciudades. El golpista Chávez denunció la corrupción del gobierno y, a pesar de su derrota política antes que militar, concitó un sorpresivo apoyo popular, ciertamente pasivo, pero que subsistió en los años en que el mismo Chávez estuvo en prisión. Ese mismo golpista se hizo de la presidencia del país, mediante las elecciones, bajo la bandera de redistribuir hacia los pobres —mayoría venezolana— la renta petrolera. Desde entonces, la disputa en torno a los excedentes se ha hecho más grande, sobre todo en los años en que el alto precio del crudo se ha consolidado. Lo que ha hecho del régimen de Chávez algo imbatible es justamente la manera en cómo se reparte la renta del petróleo, por completo diferente a lo hecho durante las décadas del viejo sistema político corrupto y corruptor que postró a Venezuela. El presidente venezolano tuvo que crear un partido y sustituir a la vieja burocracia política de carrera a través de formas nuevas de administración de los recursos públicos. La resistencia ha sido feroz y ha cursado varias formas de lucha: desde el golpe de Estado, la huelga petrolera, la abstención electoral y, finalmente, la creación de un gran frente antichavista que, por lo pronto, también ha fracasado. Lo que ha quedado más claro en el reciente proceso electoral es que votó el 80 por ciento de los inscritos, los resultados estuvieron listos a las 11 de la noche y no hubo impugnaciones. No, no es un país europeo, sino la subdesarrollada Venezuela. Los opositores del exterior tuvieron que callar o decir bobadas, pero dejaron el recuerdo de su militancia en contra de Chávez. Nomás había que leer El País de España para darnos cuenta de esa militancia, por no hablar de los periodistas mexicanos que se rascaban la palma de la mano a la espera de que se hiciera la chica. Por lo que ahora se puede avizorar, el precio del crudo seguirá muy alto y la disputa por el excedente petrolero va a continuar. Chávez debería usar los dólares en un fondo de inversiones productivas, adquirir tecnología, crear más infraestructura y construir nuevas industrias para abastecer su propio mercado y exportar algo más que hidrocarburos. Por lo pronto, Venezuela seguirá doliendo en la conciencia de los apropiadores de los recursos nacionales y de sus intelectuales estéticos.

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