jueves, 13 de diciembre de 2012


Sábado negro
Armando Bartra
H
abía que protestar sin caer en previsibles provocaciones, por eso el sábado negro mi sensatez política me llevó al Ángel. Pero si mi cabeza racional estaba en el mitin de Morena, mi corazón indignado andaba por San Lázaro con los chavos que ponían el cuerpo contra la imposición y donde más que el cálculo político imperaba la pasión social.
Lo mejor del mitin del Ángel fueron las duras palabras de López Obrador apoyando a los jóvenes, repudiando la represión en curso y exigiendo la salida de los responsables: el secretario de Gobernación, Osorio Chong, y el de Seguridad Pública federal, Mondragón y Kalb. Pero el de Gobernación no sólo no renuncia sino que ratifica su vocación represiva, en la que se siente cobijado por los hechos y dichos de Ebrard y Mancera. Lo que sucedió son actos que no debemos volver a permitir; lo han dicho el jefe de Gobierno saliente y el electo, declaró Osorio Chong el 6 de diciembre.
En el movimiento universitario de 1999 el Consejo General de Huelga actuó con reprobable sectarismo y se aisló de sus bases, de modo que el ingreso de la policía en la UNAM parecía inevitable y, en opinión de algunos, plausible. Sin embargo, de esa incursión lo que queda para la historia es la poderosa foto de Francisco Olvera en la portada de La Jornada, donde una joven pareja opone su abrazo a la ominosa fila de policías federales que acaba de ocupar el auditorio CheGuevara. Y lo que quedará del primero de diciembre de 2012 no serán los presuntos excesos atribuidos al bloque negro, ni siquiera la evidente provocación orquestada desde el bando de los federales. Lo que pasará a la posteridad es la saña represiva con que Peña accede al poder y las decenas de presos políticos con que Ebrard se despide del gobierno… y de la izquierda.
Y digo que se despide de la izquierda porque el sábado negro no reprimió losexcesos, reprimió la protesta. Para su vergüenza, la izquierda que gobierna la ciudad de México encarceló y vejó a jóvenes que protestaban contra la imposición presidencial operada por la derecha. Que nadie se engañe, las aprehensiones del primero de diciembre no fueron una medida necesaria en cuya ejecución se incurrió en excesos. Si la mano negra –y enguantada– del gobierno federal en el vandalismo sale hasta en los videos, si se pudo constatar que la policía capitalina no protegió la propiedad cuando podía hacerlo, y si está probado que cuando menos 80 de los 100 detenidos iniciales lo fueron injustamente, es claro que lo del sábado negro fue una redada política encaminada a escarmentar a los jóvenes inconformes.
Mancera aún podría desmarcarse si la procuraduría local se desiste de la acción penal contra todos los detenidos y en vez de aferrarse a las torpezas del primero de diciembre impulsa en serio la investigación para identificar a los responsables materiales e intelectuales de la provocación orquestada desde el gobierno federal. Pero me temo que no corregirá el rumbo pues es mala señal que quien elegimos para que hiciera un gobierno de izquierda nos salga ahora con que hará un gobierno humanista.
Rapidito nos estamos dando cuenta de lo que en verdad significa el regreso del PRI a la Presidencia de la República: se aprobó al vapor la reforma antiobrera a la Ley Federal del Trabajo, que habíamos parado por más de una década; el panismo colaboracionista y la izquierda sumisa firmaron con Peña un claudicante Pacto por México con el que un gobierno mal habido y de derecha alardea ser de unidad nacional; y ahora los operadores priístas de Gobernación se llevan al baile al gobierno de la ciudad, que asume la vergonzosa tarea de reprimir, encarcelar y juzgar a quienes protestan por la vuelta del dinosaurio. Y lo peor de todo: el regreso de viejas consignas que hubiésemos querido olvidar: “Pres@s polític@s, libertad… ¡Pres@s polític@s, libertad!... ¡¡Pres@s polític@s, libertad!!”

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