18 de Septiembre, 2009 - 00:00
Después de observar por unos momentos el desfile militar, cualquiera se puede imaginar la cantidad de dinero que gasta el gobierno en mantener a las fuerzas armadas que desfilan una vez al año; zapatos y uniformes nuevos, vehículos impecables, hermosos caballos, aviones, helicópteros, tanques, lanchas, en fin, una exhibición de derroche, en medio de una crisis económica que espanta.
Si todos esos recursos se destinaran a la Educación, y no digo en vez de sino además de, otro gallo nos cantara.
En una colaboración reciente el maestro Lorenzo Meyer nos dice que todos los especialistas saben de los enormes beneficios económicos y sociales que puede traer una inversión bien dirigida en el campo de la educación. Sin embargo, en casi todas partes y no sólo en México, los intereses creados, en particular los sindicales, hacen muy difícil modificar las inercias que premian el espíritu burocrático y castigan el innovador.
En teoría, dice el maestro Meyer, los mejores profesores deberían prestar sus servicios no en las escuelas de élite sino en las zonas con los índices de desarrollo humano más bajos. Desafortunadamente eso sólo se ha logrado en momentos extraordinarios, revolucionarios, y por un tiempo no muy prolongado, cuando en nombre de un gran proyecto nacional se apela al sacrificio de los jóvenes y de los mejores, y cuando los líderes ponen el ejemplo.
Hoy, en México, ese espíritu es simplemente imposible y el ejemplo pésimo. La lógica social y política dominante es la poderosa mezcla de corrupción y mercado. De Vasconcelos sólo queda el recuerdo, en el mejor de los casos, nos dice. En México, la verdadera guerra contra el crimen se debería dar en el campo de la educación, pero ahí el enemigo está dentro del propio gobierno.
Mientras ocurría el lujoso desfile militar, un nuevo ataque armado contra un centro de rehabilitación para jóvenes adictos a las drogas de Ciudad Juárez, Chihuahua, dejó 10 muertos y dos heridos de gravedad. Crímenes que jamás se resolverán, por cierto. Si esos jóvenes o adultos hubiesen tenido escuela, una buena escuela, no estarían muertos porque no se habrían refugiado en las drogas.
Duele de verdad ver cómo se pierden tantas vidas y cómo se desperdician otras en la lucha por la sobrevivencia.Tras los atques, no sólo en Chihuahua sino en otros estados, finalmente se decide cerrar los centros de rehabilitación. ¿Qué futuro les espera a los jóvenes adictos?...
Deambular por las calles mendigando unos pesos o integrarse al mundo de la delincuencia no es lo que México necesita para salir adelante. ¿Cuántas cárceles y custodios confiables necesitaremos para detener esta descomposición creada por el mismo gobierno con su visión miope de no apostarle a la educación y mejorar el futuro?
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