sábado, 5 de septiembre de 2009

Salvador García Soto----Serpientes y Escaleras

Salvador García Soto
Serpientes y Escaleras
05 de septiembre de 2009

¿Otro presidente del cambio?


Tres años le llevó a Felipe Calderón entender cuál era el papel que debía desempeñar si no quería pasar a la historia como otro mandatario panista —el primero fue Fox— que incumplió su rol histórico de consolidar la inconclusa transición democrática en México e iniciar el desmantelamiento del régimen priísta aún vigente


A la mitad de su gobierno, en condiciones de debilidad, el Presidente se decide a apostar por los “cambios de fondo” que debió hacer desde el inicio del sexenio

Tres años le llevó a Felipe Calderón entender cuál era el papel que debía desempeñar si no quería pasar a la historia como otro mandatario panista —el primero fue Fox— que incumplió su rol histórico de consolidar la inconclusa transición democrática en México e iniciar el desmantelamiento del régimen priísta aún vigente.

A la mitad de su gobierno, en claras condiciones de debilidad política, el Presidente se decide a apostar por los “cambios de fondo” que debió impulsar desde el inicio de su administración. Pero ocurrió que, mareado por un poder que obtuvo entre cuestionamientos, Calderón se obnubiló y, en vez de legitimarse con un gran pacto con sus opositores para hacer la transformación del sistema político y del Estado mexicanos, prefirió disfrutar las mieles del poder presidencial.

Secuestrado por tantos compromisos que hizo en su campaña, lo mismo con empresarios que lo financiaron que con las alianzas políticas con figuras del viejo régimen a las que se alió, el Presidente optó por abandonar la idea del cambio —por lo demás devaluada y desgastada por la decepción foxista— y se sintió más cómodo en la convivencia con los poderes fácticos, desde las televisoras hasta los caciques sindicales, con los que sí pactó para mantener intactos sus cotos de poder y riqueza, a cambio de que apuntalaran a su gobierno.




LOS PINOS, DIQUE A LOS CAMBIOS




Con el respaldo de los grupos de interés político y económico, y el sostén del Ejército al que sacó de los cuarteles para declarar una guerra violenta e interminable al narcotráfico, Calderón renunció por tres años a cualquier cambio de fondo en el régimen. Fue incluso el mayor obstáculo para que avanzaran iniciativas de fondo en la mesa de negociación para la reforma del Estado que se instaló en el Congreso en 2008, y que buscaba dar paso a un nuevo régimen presidencialista pero con equilibrios más claros y, sobre todo, con mecanismos legales y constitucionales para construir mayorías, acuerdos en el Congreso y gobernabilidad.




La propuesta impulsada por Manlio Fabio Beltrones para crear la figura de un jefe de gabinete, propuesto por el presidente y ratificado por el Congreso, fue rechazada en su momento por Calderón y los panistas, bajo la lógica de que quitaba poder al presidencialismo actual, aunque en el fondo adecuaba el régimen a la pluralidad política en el Congreso, que se ha vuelto obstáculo y motivo de parálisis para el país.




Tampoco fueron apoyadas, sino vetadas por el PAN y Los Pinos, iniciativas que buscaban cambiar los mecanismos de integración del gabinete federal, para garantizar que, más que amigos del presidente en turno, llegaran a esos cargos funcionarios con experiencia y capacidad probadas en cada área, que serían propuestos por el jefe del Ejecutivo, pero ratificados por las Cámaras del Congreso, en la lógica de hacer un gabinete plural y de alianzas políticas.




“Quieren debilitar al Presidente y nosotros queremos un Presidente más fuerte”, dijeron entonces Calderón y los panistas. Por enero de 2008, Beltrones buscó al Presidente para intentar convencerlo de que no vetara las propuestas de cambios de fondo al régimen. “Si ustedes quieren le ponemos un artículo transitorio para que entre en vigor hasta 2012, para el próximo gobierno, de tal modo que en nada les afecte a ustedes”, le propuso el senador priísta en Los Pinos.




Sin esos “cambios de fondo”, insistía Beltrones ante Calderón, será muy difícil avanzar porque se requiere un cambio de reglas para facilitar y garantizar el acuerdo político y la gobernabilidad. No es un asunto de poder para nadie, es un tema de urgencia para hacer funcional un sistema político que ya se agotó y que está obstaculizando la construcción de acuerdos para cambiar al país.




No hubo argumento u oferta que convenciera a Calderón, embelesado con los altos índices de popularidad y aprobación que le daba su lucha contra el narco. Además, aunque ya se gestaba la recesión mundial, su gabinete económico le decía que no pasaba nada , que estábamos “blindados” y que sí estallaba una crisis en EU aquí sólo nos daría “un catarrito”.




Pasaron así dos años en los que su administración y el país entraron en un tobogán sin fin en el que todo vino en picada. Así llegó a las elecciones, ya con la peor crisis económica encima y después de la desastrosa epidemia de influenza, pero aún creyendo que lo aparatoso de su guerra contra el narcotráfico, aplaudida desde Washington, le alcanzaría para tapar el enorme boquete que ya se había abierto en la economía nacional y las finanzas públicas.




El Presidente no resistió la tentación de subirse a las campañas y, en busca de una mayoría que ya había perdido de antemano, se convirtió en el jefe del proselitismo del PAN y se peleó a navajazos con los miembros de la cúpula priísta. El martes 17 de febrero, en una comida a la que los había invitado a Los Pinos, Calderón rompió lanzas con los gobernadores y líderes parlamentarios del PRI y, en medio de reclamos y revires, hasta invocó a Dios para que no les permitiera a los priístas volver a habitar en la casona presidencial.




¿Qué ocurrió después del 5 de julio? Que el Presidente se percató de que, en su autismo, se había quedado solo, que su gabinete no había dado el ancho y que, con todo y el valor y arrojo que representa, su guerra antinarco no alcanzó para evitar el voto de castigo de los electores angustiados frente a la recesión nacional.




EL REENCUENTRO CON EL PRI




Y fue así que Calderón llegó a la conclusión de que no tenía más ruta que negociar con sus opositores si no quería que su gobierno naufragara. Frente a la crisis económica y social, y ante la pérdida de mayoría en el Congreso por los entendimientos entre PRI y PRD, el Presidente aprovechó el marco de su tercer informe para lanzar una convocatoria de pactos y acuerdos que en realidad ya se había trazado en un encuentro privado entre él y Manlio Fabio Beltrones.




Al mismo tiempo mandó a César Nava a dialogar públicamente con Jesús Ortega en un intento por incorporar al ala moderada del PRD a los acuerdos que va hacer con el PRI. Al hablar de “cambios de fondo” y de algunas decisiones de reconfiguración de su gobierno “que generarán tensión”, Calderón en realidad anunció que algunas reformas de las que él mismo frenó hace un par de años para modificar el régimen ahora podrían avanzar, y que, en su nueva negociación con el PRI, tal vez sacrificó a algunos de sus viejos aliados, especialmente su pacto con la maestra Gordillo.

Veremos, pues, si en este golpe de realidad obligado, el autoproclamado presidente “de los cambios de fondo” al fin entiende su papel.

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