Si usted vive en algún condominio seguramente compartirá conmigo la idea de que en ese microcosmos de copropietarios se reflejan las virtudes y los defectos de nuestra sociedad. Los analistas de la conducta humana podrían voltear los ojos con más frecuencia a la experiencia de la vida en común, para explicarse con más claridad las motivaciones y acciones de las personas ante los retos cercanos a su vida cotidiana. Para intentar acreditar esta hipótesis, después de analizar algunos ejemplos significativos, sugerimos una tipología, usted póngale nombre y apellido en razón de su experiencia.
Los que no pagan mantenimiento. En condiciones normales, calculamos su frecuencia entre 15 y 20 por ciento, excluyamos aquellos que por su situación económica no puedan cumplir su obligación; nos referimos a los que se resisten a cubrir la cuota pactada por la asociación de vecinos, teniendo recursos para ello. Los pretextos y justificaciones esgrimidos son de una imaginación ilimitada: inconformidad con algunos miembros de la directiva, un supuesto trato inadecuado, no haberse aprobado alguna de sus sugerencias, considerar sin argumentos que se hace mal uso de los recursos, que la obligación le corresponde a quien le renta, que es una protesta por el comportamiento de algún vecino o peor aún, porque “no está dispuesto a cumplir cuando otros incumplen”. Su pequeño poder de represalia lo expresan colaborando con el caos.
A estos deudores poco les importa beneficiarse de los servicios comunes pagados por otros, eso no se ve. Podríamos incluso asegurar que los más acérrimos incumplidos suelen ser los condóminos más exigentes, los que maltratan al personal cuyos salarios no pagan, los que se quejan del servicio que no sostienen. Les tiene sin cuidado el ridículo por aparecer ellos y sus familias en las listas de deudores, y menos aún, la actitud de censura de los vecinos. Con el tiempo adquieren un cinismo sin límites expresando con la mirada, “sí y qué”.
Los invasores de las áreas comunes. Al construir buscan alguna área que no les pertenezca para ampliar su espacio, gozan e incluso alardean de su pequeña conquista a costa de los demás. Suelen abarcar las partes laterales de su domicilio, poniendo cabezas de playa, como macetas o rejas. En ocasiones, a pesar de su indebida conducta, en otros temas suelen ser legalistas y estrictos.
Los que acaparan los estacionamientos. Si se trata de áreas comunes o públicas buscan apoderarse de ella alegando cercanía a su propiedad. En ocasiones, ni siquiera las utilizan, se trata del simple placer de ejercer una potestad excluyente. Marcan los territorios al igual que los perros al orinar, utilizan para ello botes, cadenas, letreros amenazantes o reproducen símbolos oficiales de no estacionarse. Si alguien se atreve a invadir lo que consideran “su propiedad” y no me refiero a cocheras y entradas, son capaces de defender su supuesto derecho hasta con la vida.
Los que protestan por los juegos infantiles y fiestas. A pesar de que todos fuimos niños en algún momento y formamos parte de celebraciones y juegos con pelotas, que de vez en cuando caían en lugares no previstos, y más tarde, en la juventud gustábamos de hacer reuniones cada vez más ruidosas en razón de la tecnología musical utilizada, existen condóminos con oídos muy sensibles, expresan su protesta amenazando de inmediato con acudir con la policía. Basta un pelotazo en su pared para sentirse ofendidos y formular reclamos sin medir las consecuencias de la enemistad vecinal. Pierden de vista el viejo consejo de que uno de los elementos que dan valor a una propiedad es el grado de convivencia vecinal.
Cualquier reclamo relacionado con el comportamiento de los hijos suele ser respondido de manera violenta por los padres, que también pueden perder objetividad, porque para ellos su “angelito” es obviamente incapaz de cualquier travesura.
Pleitos sobre perros y gatos. Quizá deberíamos llamarlos más elegantemente mascotas, pero el hecho es que sin querer queriendo, constituyen una fuente inagotable de controversia. Para algunos dueños, estos animales llegan a ser miembros predilectos de la familia y con dificultad reconocen los riesgos para la seguridad de los vecinos, por ejemplo cuando son agresivos. Quizá la problemática más común está relacionada con las heces, ya que el concepto de sacar al perro a pasear se confunde con el de contaminar la zona aledaña. Los gatos parecen menos comunes, pero tienen su propia historia.
La lista es inagotable, podríamos referirnos a los condóminos que por sistema critican al personal de servicio y se niegan a respetarles sus derechos fundamentales o pagarles un mínimo incremento salarial, incapaces de reconocer el valor de su trabajo. Podría tratarse también de la basura, del robo de energía o de defectos en la construcción que lesionan al vecino contiguo. La buena noticia es que los buenos vecinos suelen ser mayoría, es más grande la lista de las conductas solidarias, empezando por las personas que asumen la administración y defensa de los condóminos muchas veces sin pago alguno.
En estos días de reflexión, sería interesante preguntarnos cómo mejorar la vida en común. Es difícil que la sociedad resuelva tantos problemas que lo aquejan si no tenemos capacidad de mejorar en los espacios más elementales de nuestra vida cotidiana.
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