A diario hay rumores de balaceras en prácticamente todas las ciudades del país. Por desgracia, a diario también hay balaceras en alguna región de México.
Tal es la realidad en Torreón, en Ciudad Juárez, en Reynosa, en Matamoros, en Culiacán, en Monterrey, en Cancún, en Puerto Vallarta, en Tepic, En Nuevo Laredo, en Tijuana, en Cuernavaca, en Acapulco, etcétera…
En lo que va del sexenio fallido de Felipe Calderón los muertos en enfrentamientos a balazos son miles y pronto serán decenas de miles. No quisiera especular acerca de si el gobierno federal o los estatales protegen a algunas mafias del narcotráfico al solo combatir a sus rivales. Eso lo ignoro. No soy especialista en el tema. Lo único que sé es que Calderón se lanzó a su guerra contra el narco, como uno de los primeros actos de su gobierno, buscando la legitimidad que no le dieron las urnas. Llegó al poder cuestionado por millones de mexicanos que denunciaron el fraude electoral de 2006, y lo único que se le ocurrió para resolver ese “problemilla” de imagen fue vestirse de militar, sacar a la tropa a las calles y anunciar que, por la fuerza de las armas, iba a acabar con la violencia de las mafias.
Tres años después hay consenso: la estrategia de Calderón es, más que un fracaso, un desastre. A diario mueren narcos (y policías y militares y personas inocentes también) y a diario otros sicarios los sustituyen. Con la crisis económica, provocada fuera de México pero agravada por el pésimo gobierno de Calderón (recordemos la paralizante y ahora sabemos irreal crisis de la influenza), el empleo escasea, sobre todo para los jóvenes que llegan al mercado de trabajo, así que, ni hablar, los atrevidos y temerarios, que siempre sobran, aceptan ser reclutados por las mafias a cambio de algo parecido a un salario.
En 2010, tristemente, estamos celebrando a balazos el centenario y el bicentenario de dos estallidos sociales muy violentos: la Independencia y la Revolución. Dos guerras civiles que, incluso en el ánimo de los más optimistas, inevitablemente llevan a pensar en la posibilidad de otra. Hasta los que niegan con los argumentos más elaborados que algo así vaya a ocurrir en 2010, tan distinto de 1910, por ejemplo Enrique Krauze este domingo en Reforma, no pueden dejar de mencionar, casi en cada ocasión en que se expresan en público, el fantasma de la insurrección.
¿Cuántos artículos han escrito los adalides del optimismo, como el señor Krauze, para negar que México esté entrando en una nueva guerra civil? Decenas, aun cientos. Es psicológico: los que con mayor energía rechazan la existencia del diablo son, por supuesto, los que más temor tienen de que se les aparezca.
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