Carlos Fernández-Vega
Poco más de tres lustros después de concluir –oficialmente– su estadía en Los Pinos, Carlos Salinas de Gortari alegremente brinca a la palestra para defender su decisión de reprivatizar la banca y, de pasadita, afirmar que al cierre de su administración el balance de los bancos no era desfavorable; enfrentaban problemas, pero no una situación de crisis”. ¿En serio?, porque en los hechos las ex sociedades nacionales de crédito se convirtieron en un jugoso negocio de casino en el que la casa siempre gana.
Pues bien, va el último tramo (ver México SA del 25 y 26 de febrero) del paseo por las instituciones bancarias reprivatizadas, con base en información de documentos oficiales divulgados en 1993-1994, para conocer qué tan favorable era su balance y qué tan lejos estaban de una situación de crisis: en junio de 1994, el 63 por ciento de los bancos que pasaron a manos privadas se encontraban en quiebra técnica, mientras que 37 por ciento restante estaban a un paso de tal condición; al cierre del primer semestre de ese año, la cartera vencida de las ex sociedades nacionales de crédito significó 96.2 por ciento de su capital contable, casi tres veces más que en diciembre de 1991, de acuerdo con la aquel entonces denominada Comisión Nacional Bancaria.
Año tras año el margen de maniobra de dichas instituciones se fue reduciendo: en 1991 la cartera vencida representó 35 por ciento del capital contable; en 1992, concluida la reprivatización, se incrementó a 65 por ciento; en 1993 llegó a 83 por ciento y, como se menciona, en el primer semestre de 1994 el 96.2 por ciento; dos años después de la venta, la cartera vencida de los bancos reportaba un incremento de 431.52 por ciento, de tal suerte que ni siquiera aplicando íntegramente las utilidades acumuladas en el periodo (casi 23 mil millones de nuevos pesos, equivalentes a 61 por ciento del precio que se pagó por los bancos) podría paliarse el peso que significaba la cartera vencida en el margen de maniobra de la banca comercial.
Lo anterior como promedio, porque algunas instituciones reportaban signos de verdadera asfixia: la cartera vencida de Banco de Oriente resultaba 185.23 por ciento superior a su capital contable (2.23 veces más que en agosto de 1991, cuando fue privatizado a favor del Grupo Margen, de los hermanos Margain Berlanga); Serfin (vendido a Operadora de Bolsa, de Adrián Sada, en febrero de 1992) registraba una cartera vencida 43 por ciento mayor que su capital contable; Comermex (cedido a la familias Autrey, Legorreta y Robinson Bours, de Bachoco), la cartera vencida resultaba 35 por ciento superior al capital contable; Unión y Cremi (de Carlos Cabal Peniche, el empresario “modelo” presumido por Carlos Salinas de Gortari), reportan carteras vencidas superiores en 21 y 37 por ciento a sus respectivos capitales contables. Los más grandes del sistema, Banamex (Roberto Hernández) y Bancomer (Eugenio Garza Lagüera) se encontraban muy cerca de cruzar la barrera: al cierre del primer semestre de 1994, la cartera vencida del primero equivalía a 83.23 por ciento de su capital contable, mientras que en el segundo caso la proporción se situó en 87.5 por ciento. De hecho, más de 55 por ciento de la cartera vencida total correspondía a Banamex, Bancomer y Serfin. Y así por el estilo.
Desde que se privatizó la primera institución bancaria (Multibanco Mercantil de México, el 11 de junio de 1991, a favor del Grupo Financiero Probursa, con José Madariaga Lomelín como cabeza visible) la constante de los neo banqueros (en realidad especuladores bursátiles la mayoría de ellos) fue recuperar lo más rápido posible lo que –se supone– pagaron por los bancos reprivatizados, para lo cual los exprimieron a más no poder. Así, en septiembre de 1993 –apenas 14 meses después de concluido el proceso reprivatizador– las utilidades de la banca comercial reportaban un vigoroso crecimiento y, de acuerdo con las estadísticas que en aquel entonces proporcionó la Asociación Mexicana de Bancos, los nuevos propietarios de las 18 ex sociedades nacionales de crédito vendidas por la administración salinista habían recuperado, en promedio, 42 centavos de cada peso invertido para quedarse con ellas.
Sin embargo, la rebanada no fue igual en todos los casos. Banamex, vendido a la casa de bolsa Accival, oficialmente fue entregado a sus nuevos propietarios el 26 de agosto de 1991. Entre esa fecha y septiembre de 1993, Roberto Hernández Ramírez y Alfredo Harp Helú, juntos con sus accionistas, recuperaron 48 centavos de cada peso; Bancomer, asignado el 28 de octubre de 1991 a Valores Monterrey, de Eugenio Garza Lagüera, 46 centavos de cada peso; y Serfin, propiedad de Operadora de Bolsa desde el 27 de enero de 1992, 55 centavos de cada peso; Bancrecer, a cargo de Roberto Alcántara desde el 20 de agosto de 1991, 75 centavos de cada peso; Multibanco Probursa (originalmente Multibanco Mercantil de México, el primero en venderse, el 10 de junio de 1991, a José Madariaga Lomelín y socios), 61 centavos de cada peso. Y así por el estilo.
Cuando se concretó la reprivatización, un viejo banquero mostró su preocupación, pues la mayoría de las instituciones se vendieron a personas con “cultura netamente bursátil”, es decir, “a personas cuya costumbre es hacer grandes negocios, con mínimos riesgos y en muy corto plazo”. Y sucedió lo que era lógico: un año después, en septiembre de 1994, el promedio de recuperación, según la misma fuente, se aproximó a 95 centavos de cada peso. Lo que vino después es conocido: quiebra, “rescate”, “saneamiento”, extranjerización, 16 años después, sólo un banco reprivatizado permanece en manos mexicanas, las de sus compradores originales: Banorte.
Como se constata, “los bancos enfrentaban problemas, pero no una situación de crisis” (Salinas dixit).
Las rebanadas del pastel
Mientras Ernesto Zedillo no deja de cosechar chambas y de cobrar facturas por su “rescate” bancario (ayer lo colocaron en el consejo de administración de Citigroup, el supuesto dueño de Banamex), el inspirado subsecretario de Egresos de la Secretaría de Hacienda, Dionisio Pérez Jácome, justificó la matanzinga que registra México con la siguiente oda a la neurona pasmada: “uno de los logros en la guerra contra el narcotráfico es que los inversionistas reconocen, con su toma de decisiones, el imperio del Estado de derecho en el país”, algo que, por lo demás, se confirma fehacientemente con el hecho de que en los tres años de Calderón los capitalistas mexicanos han sacado del país 57 mil 700 millones de dólares, “la mayor emigración de activos desde el error de diciembre de 1994” (La Jornada, Roberto González Amador)… Va un enorme collar de besos y abrazos para Camila, por su cuarta velita en el pastel.
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