Si el narco nos ganó el territorio y los soldados ya se andan rajando, mejor ahí muere. Qué caso tiene continuar con una guerra que ya nos ha castigado con grandes pérdidas en imagen e inversiones. Pero sobre todo con un costo invaluable en miles de muertos, muchos de ellos víctimas inocentes del fuego cruzado.
Porque si nos atenemos a lo dicho por el general secretario, “a nadie conviene que se prolongue indefinidamente la lucha contra el narcotráfico” y “se causará un daño adicional a la población, porque podría terminar habituándose a la cultura de la violencia”. La pregunta para el general Galván es cuál sería un plazo excesivo. En qué fecha, pues, la guerra debiera terminar. Y si el gobierno está dispuesto a aceptar su derrota.
Y que conste que no se trata ni de cancelar el combate a los narcotraficantes ni de denostar al ejército. Lo que se cuestiona es el método —violencia en lugar de inteligencia— y el uso que el gobierno hace de nuestras fuerzas armadas. Por eso buena parte de la opinión pública y legisladores de oposición comparten el diagnóstico del señor general salvo cuando, con el apoyo presidencial, pide las mentadas reformas a la ley de seguridad nacional “para darle certeza al ejército en su combate al narcotráfico”. Ese es el punto neurálgico, porque muchos creemos que los militares en la calle no son el mejor método para la mal llamada guerra. Y que lo que se requiere es un cambio de estrategia de 180 grados: que sean policías y no el ejército quienes enfrenten a los sicarios; que se investiguen orígenes y destinos en la ruta de los montos gigantescos de dinero; y que se haga una limpia a fondo de los infiltrados del narco en los gobiernos y los cuerpos policiacos.
Es más, ya va siendo hora de que se discuta seriamente la legalización de las drogas con todos sus asegunes. Ese sí sería un acto de valor gigantesco porque se trata de acabar con un negocio al que el clandestinaje le produce 400 mil millones de dólares en Estados Unidos y por lo menos 50 mil millones en México, donde además ponemos los muertos. Al menos habría que restregárselos en la cara a nuestros vecinos. Ellos saben muy bien de qué se trata por su experiencia en las mafias de 13 años de la tramposa prohibición del alcohol con la ley seca.
Ya desde hace tiempo los Nobel de Economía y de Literatura Friedman y García Márquez —a los que se han sumado otras inteligencias tan lúcidas como Fuentes, Vargas Llosa y Galeano— coinciden en afirmar que una legalización paulatina e inteligente es la única arma efectiva contra los cárteles. Esa sí sería audacia. A ver quién le atora.
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