domingo, 20 de junio de 2010

Querido Carlos Monsiváis:


Te voy a regañar. ¿Cómo se te ocurre morirte después de José Saramago, en pleno Mundial de futbol y con Bellas Artes en obra?

No hay manera de que la prensa internacional deje de escribir de Saramago para acordarse de ti, de que la opinión pública cambie a la selección nacional por tu nombre o de que tu cuerpo reciba el homenaje que se merece en el gran teatro del Palacio de Bellas Artes.

Si alguien tenía que llamar la atención de los medios nacionales e internacionales, movilizar a las multitudes y ser despedido en el más importante de los escenarios eras tú, porque tú eras el último de tu especie.

Un tipo de intelectual capaz de hablar lo mismo de la obra de Carlos Pellicer que de la presidencia de Felipe Calderón, del movimiento estudiantil del 68, de la comida poblana y las películas de Pedro Infante.

Algo que me gustaba mucho de ti era que mientras que tus compañeros se esforzaban por ser los más solemnes y los más elegantes, tú eras divertido y te vestías como se te pegaba la gana.

Supiste crear un personaje mediático mucho antes de que el resto de los escritores mexicanos se enteraran, siquiera, de que existía ese concepto.

Además, le dabas la importancia que tienen a las manifestaciones populares que los intelectuales latinoamericanos desprecian hasta el día de hoy, como las telenovelas, el cine de barrio, la lucha libre y las historietas.

Y, a diferencia de ellos que sólo hablan por referencias de terceras personas, tú sí veías las cosas de las que hablabas, sí gozabas con la fuente de espectáculos, coleccionabas lo que podías y hasta te diste el lujo de compartirlo con la humanidad creando tu propio museo.

Todo México tiene una anécdota contigo porque tú estabas en todos lados: en las publicaciones políticas, en los programas faranduleros, en los ciclos de conferencias, en las revistas de los hombres más guapos.

Eras como propiedad de la nación y el que no te vio en el capítulo final de Nada personal te vio en alguna película como Los Caifanes, te escuchó en la radio hablando de Gloria Trevi, se encontró contigo en una cantina del Centro Histórico de la Ciudad de México, te leyó en la prepa o se tomó una foto a tu lado saliendo de Sanborn’s.

Yo te recuerdo de muchos lugares y de muchos momentos de mi vida. Alguna vez coincidimos en equis mesa redonda y platicamos de cine y de televisión, alguna vez nos saludamos en la calle.

Verte siempre fue muy emocionante porque, para mi generación, tú eras El Monsi, una estrella de rock, un personaje mítico, excéntrico y tan fabuloso que, si mal no recuerdo, tu estampita era la última del álbum de la historia de México que sacó hace varios años editorial Clío.

Era como si contigo se acabara México y yo creo que sí.

Obviamente nuestro país está lleno de intelectuales, de editorialistas, de personajes mediáticos y de gente divertida, pero tú tenías un nivel diferente. Eras como la contraparte de Octavio Paz.

Mientras que don Octavio se movía en el más exquisito de los universos, tú escribías, además de temas de alta cultura, del bolero, de Juan Orol y de la quinceañeras.

¿Quién lo va a hacer ahora? ¿Quién lo va a hacer con esa capacidad que tú tenías de ponerlo como plato fuerte en la mesa de la intelectualidad?

Me da miedo que este otro México lleno de riqueza se vuelva a perder, que la opinión pública no se actualice y que nos quedemos únicamente con tus crónicas como el recuerdo de una época de oro de cierta clase de literatura nacional.

¡Ay, Carlos! No te debiste haber muerto ahorita. Te faltó ver las fiestas del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, la elección de 2012 y dar tu opinión la noche en que se anuncien los resultados de esas votaciones.

No te debiste haber muerto un día después de José Saramago, en pleno Mundial de futbol ni con el Palacio de Bellas Artes así, en obra.

Pero lo hecho, hecho está, y si yo, que no jugaba con tus gatos y no me tomaba el café en tu casa voy a extrañar tu inteligencia, tu sentido del humor y tu generosidad, no me quiero imaginar la falta que le vas a hacer a todos lo que te tuvieron cerca.

Descansa en paz, Carlos, y ríete, ríete mucho porque tú ya estás del otro lado y sabes cosas que nosotros no. Con todo mi respeto, admiración y cariño, Álvaro Cueva.

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