viernes, 5 de octubre de 2012

Moreira y los muertos que vienen- ALEXIA BARRIOS G.


El domingo 19 de marzo de 2006, la revista El País Semanal, publicó un artículo del escritor Javier Marías intitulado “El Peligroso Placer de Indignarse”, el cual arrancó de la siguiente manera: “Una buena parte del mundo parece vivir no ya en indignación permanente, sino lo que es más inexplicable y grave— en perpetuo estado de indignibilidad, si la expresión se me permite. Sin duda hay siempre motivos para enfadarse y descorazonarse, no digamos para irritarse. Pero, si se pienda en lo que lleva visto el mundo, sobre todo en el siglo XX que ni siquiera ha acabado del todo, se hace difícil que hoy haya tantísima gente dispuesta a saltar, hecha una fiera, por causas comparativamente menores. Hasta cierto punto es como si hubieran invertido los términos: se da enorme importancia a lo que apenas lo tiene, y a lo que sí no se le da apenas. Y como por fortuna la gran mayoría de las cosas que ocurren en la cotidianidad son de poca monta, el resultado es que andamos encolerizados todo el día.” En México esta situación se vive todos los día en la calle, en la casa y ahora, profusamente en las redes sociales, donde cualquier tipo de mierda puede circular para autocomplacer a los indignados de atole. Son demasiados los que viven en continua alerta y los que no, buscan un tema, una nota o un referente para enojarse, para indignarse. Para Javier Marías, esta situación le hace concluir que “indignarse proporciona placer, sobre todo si no hay una verdadera causa, si es un poco de mentira. Da vidilla, quizá ayuda a sentirse apasionado, vehemente, estimulado, partícipe de la cosa pública y menos solo.” Y eso es precisamente lo que pasó en las campañas políticas de 2006 y 2012, tan denigrantes, tan ruines y tan lesivas. Los candidatos se indignan y hacen que sus fanáticos seguidores lo hagan y hasta se violenten por cualquier cosa superficial: que si por que uno no va al debate, si porque el otro le llamó chachalaca, que uno se vomita sobre el contrario, que si el otro es más gallo, que dos quieren comer pejelagarto... en fin, una serie de calificativos propios de una clasificación zoológica y no de políticos que buscan el poder nacional. La indignación llega a todos los niveles. Las dos empresas televisoras que controlan los contenidos mediáticos de este país, Televisa y TV Azteca, no aguantan las críticas de diversos actores ni la indignación de sectores sociales para que de inmediato saquen a sus vociferantes conductores a amenazar a todos y a ponerse cuales víctimas de la libertad de expresión. La clase política se indigna por simpleces y olvida los problemas más urgentes del país, a pesar de que los tienen enfrente. Ahí están las demostraciones de fuerza social que tienen los migrantes mexicanos en los Estados Unidos, los cuales exigen en otro país los derechos que aquí también se le negaron. Hoy, el tema de las elecciones en Estados Unidos pasa por la oferta de una ley para migrantes y nadie le toma importancia. ¿Por qué no indignarse que más del 60 por ciento de nuestros jóvenes desea emigrar a otro país? ¿Por qué no indignarse que la necesidad de empleos bien remunerados ha obligado a varios miles de mexicanos, año con año, a buscar empleo en otro país? ¿Por qué no indignarse de los sueldos que perciben los inexpertos funcionarios de los gobiernos panistas que son los nuevos ricos de Las Lomas, Interlomas, Chiluca y Bosques? ¿Por qué no indignarse de los nuevos ricos del DF, arropados en el PRD que abandonaron su ideología y sus banderas por las migajas del poder que recibieron? ¿Por qué no indiginarse de la lista de legisladores del PRI, PANAL y PVEM? ¿Por qué no indignarse por las generaciones de jóvenes mexicanos que no tienen futuro en nuestro país? ¿Por qué no indignarse de los gastos onerosos de las campañas políticas, que debían sevir para promover ideas y debate cívico y las cuales se han convertido en rociaderos de aguas puercas? Es claro que nunca habrá indignación por estos temas; por ahora sólo vale la pena ser visceral y no racional. APOSTILLAS: Moreira y nosotros Hoy por hoy, algunos ignorantes –que no ingenuos- celebran la muerte violenta del hijo de un ex gobernador y ex líder nacional del PRI, acusado de haber endeudado millonariamente a Coahuila. Con ello pretenden manifestar su “indignación” por el triunfo del PRI en las pasadas elecciones presidenciales. Pero se equivocan si creen que el golpe es aislado y “ajuste de cuentas”. Se trata de un hecho más amplio, de un mensaje directo a TODA LA CLASE POLÍTICA. Está pasando en Teloloapán, Guerrero, donde el munícipe y el mandatario estatal son emanados del PRD. ¿Y a poco creen que Morelos, el DF y próximamente Tabasco estarán exentos de la violenta que desatarán los cárteles para medir y probar a las nuevas autoridades? Está ocurriendo en Tamaulipas, Michoacán, Chiapas, San Luis, Querétaro, Nuevo León, Estado de México y Jalisco, donde no hay día que no aparezca un mensaje directo de sangre a los gobernantes en turno y a los que están por llegar. Demasiada ingenuidad y estupidez quienes celebran o pretenden ironizar con esta muerte, porque no saben qué tan cerca están de padecer y con creces los mismos males. Allá ellos.

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