Durante un recorrido que realicé el sábado pasado por la Delegación Álvaro Obregón, escuché la demanda de los alumnos de la escuela preparatoria Vasco de Quiroga, y me quedé sorprendida por lo que piden: maestros, luz, baños, sillas y mesas.
La precariedad en la que se encuentra su escuela, semejante a la de miles de ellas en el resto del país, debería ser un motivo de alarma.
¿Dónde están los recursos asignados a la educación?
¿Cómo es posible que pretendamos salir adelante si las nuevas generaciones carecen de lo indispensable para crecer y formarse?
Sé que se cometen millones de injusticias en este lastimado país pero abandonar la educación es una de las que más lamentaremos si no hacemos nada como sociedad civil, en vista de que el gobierno no está dispuesto a cambiar las cosas.
Los alumnos se mantienen en paro, forzoso, desde el mes de agosto. No es decisión de ellos. Sin maestros, sin luz, sin sillas y mesas, y sin baños, el paro es obligado.
Si esto ocurre en la capital del país, ¿se imagina usted lo que está pasando en las zonas apartadas y no urbanas?
El filósofo alemán, Werner Jaeger, escribió:
“La educación es la expresión de una voluntad altísima mediante la cual cada grupo humano esculpe su destino”.
Y, sí, ante la carencia de voluntad, y menos altísima, el grupo humano que conformamos los mexicanos esculpimos el destino en el que estamos inmersos: inseguridad, violencia, descomposición social, pobreza, abusos del poder, impunidad, corrupción…
¿Esto es lo que queremos mantener para las nuevas generaciones?
No es locura querer cambiar el rumbo y voltear los ojos hacia los que vienen detrás.
Quienes hoy demandan una silla, una mesa, un maestro, están pidiendo al mismo tiempo un acto de justicia.
¿Se los vamos a seguir negando?
Porque mantenernos apáticos y conformes con lo que está ocurriendo es contribuir a cancelar el futuro de millones de jóvenes.
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