José Agustín Ortiz Pinchetti
Quien haya vivido 50 años o más coincidirá en que esta es nuestra hora más oscura. Esta crisis múltiple, que no es sino el desmoronamiento de un proyecto modernizador”, ha durado ya 30 años, pero ahora está llegando a sus extremos. La mayoría lo vive de forma cotidiana y lacerante. La diferencia con el pasado es que no recubrimos estos hechos con un optimismo “trágicamente irreal”. La población reconoce la decadencia. Primer paso para enfrentarla y superarla.
Cierto, nuestra democracia ha terminado en partidocracia. La política económica sirve a una oligarquía. El Estado ha perdido sus atribuciones. México es la economía más dependiente del mundo. Hemos perdido competitividad, porque el esquema neoliberal ha conducido a la concentración monopólica, al estancamiento de la productividad, del ingreso por habitante, al aumento de la pobreza y la miseria y a la concentración. Lejos de alcanzar la prosperidad material que nos prometía, nos han hundido al grado que somos la nación más rezagada en América Latina.
La sensación de exasperación está justificada, pero no un pesimismo radical. Estamos en un punto en el itinerario histórico, no en un final desastroso e irreversible. No somos un Estado fallido. El país ha cumplido tres décadas en que la política se inclinó a favorecer a los menos a expensas de los más. Pero también se despertaron energías y conciencia que no podrán ser sofocadas. El fracaso del experimento neoliberal se convertirá en incitación para un nuevo ciclo. México tiene una gran oportunidad para retomar el camino: inmensos recursos; el más poderoso de ellos, la disciplina y la laboriosidad de la gente. Podemos rectificar y reparar los daños, y el agente del cambio será por vez primera no un puñado de notables ni un prócer, sino el pueblo de México, cuyos niveles de conciencia y exigencia han crecido como nunca antes. Es cierto, los reaccionarios pretenden mantener al pueblo en un fatalismo masoquista, pero hay otros que conspiramos en despertar a la población y en organizarla. De ahí el lema del obradorismo: “Sólo el pueblo salva al pueblo”, que cifra todo un proyecto. Y si nosotros no podemos impulsar el cambio de rumbo vendrán otros y lo impondrán más temprano que tarde. Los ciclos en la historia se imponen sobre la voluntad de las minorías, incluso sobre los intereses que parecen más sólidos y perdurables.
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