De los tres candidatos al gobierno del estado de México conozco personalmente a dos: a Alejandro Encinas y a Luis Felipe Bravo. A Eruviel Ávila como si lo conociera; es la repetición del modelo de idénticos candidatos y gobernantes del antiguo partido oficial, que como los “chuanes“ que salieron huyendo de Francia con la Revolución, a su regreso, ni olvidaron nada ni aprendieron nada.
A Bravo Mena lo conocí cuando la fuerte personalidad de Manuel Clouthier inició en Acción Nacional la incursión masiva de empresarios y sus empleados, que vieron en ese partido, entonces de centro, una fácil conquista que lograron consumar, convirtiéndolo en lo que es ahora, defensor del neoliberalismo y representante no del bien común, sino del bien de la clase empresarial.
En la Comisión Política, Jesús González Schmal, Jorge Eugenio Ortiz y otros, pudimos todavía, impedir que fuera diputado a la LIV legislatura; las razones fueron que estaba al servicio del Consejo Coordinador Empresarial y se había expresado meses atrás en forma despectiva del partido que pretendía representar. Al Maquio no le pareció que uno de sus hombres de confianza no fuera en esa ocasión diputado federal.
A Encinas lo conocí personalmente y lo traté como compañero de gabinete en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pero acabé de aquilatarlo y de confirmar su calidad de político congruente y atinado cuando se quedó al frente del gobierno de la ciudad capital y le tocó sortear el proceso poselectoral, enturbiado y agitado al extremo por el fraude de 2006.
Su capacidad como gobernarte se demostró rápidamente; mantuvo la línea de su anterior jefe, pero sin duda alguna le puso al gobierno su estilo personal y acreditó de inmediato que estaba preparado para el que, en opinión de muchos, es el cargo más difícil y exigente que hay en el país. Por haber sido jefe de Gobierno del Distrito Federal, es ahora entre los tres candidatos, en mi opinión y así lo han demostrado los debates, el más calificado para encabezar el Poder Ejecutivo del estado de México, una de cuyas características más acusada es que su área más poblada es, precisamente, la conurbada con el Distrito Federal.
Afrontó los largos meses del platón más grande y prolongado (y justificado) que ha visto nuestra capital; todas las mañanas, antes de salir el sol, se revisaba lo sucedido en esa kilométrica fila de carpas, hogueras, tiendas, anafres, cobijas, en las que había coraje, pero también entusiasmo, representaciones populares, bailes, lecturas y solidaridad, que corría desde el Zócalo hasta la Fuente de Petróleos. Nunca hubo un incidente violento, nunca un delito entre los manifestantes, nunca un atropello a personas, vehículos o edificios.
Encinas mostró habilidad en el trato con el gobierno federal y actitud respetuosa y solidaria con los manifestantes; era indispensable mantener con firmeza el respeto al derecho de opinión y manifestación. Cuando se levantó el plantón logró, con el trabajo arduo de toda la noche, que una larga ruta tomada por meses amaneciera impecable y lista para las fiestas patrias.
Alejandro Encinas tomó la decisión de dar el Grito el 15 de septiembre desde un balcón del primer piso del Palacio Municipal y se vivió entonces, en el Zócalo citadino, la más popular de las fiestas de los años recientes. Durante su corto gobierno continuó con todos los proyectos sociales que tanto contribuyen a la justa distribución de la riqueza, llevó a cabo, con honradez, obra pública necesaria y en materia de seguridad, logró disminuir, como lo había hecho su predecesor, los índices delictivos en forma significativa.
Su seriedad, que nada tiene que ver con la solemne vacuidad de muchos políticos, le granjeó el respeto del que goza; su experiencia de gobierno lo hacen ahora el mejor candidato de la vecina entidad. Los mexiquenses se merecen un gobernante como él.
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