No vemos al bosque como mercancía, por eso ya no queremos más saqueos, dicen habitantes
Las labores de vigilancia comunitaria han obligado a los jóvenes a abandonar la escuela
Al caer la noche, los jóvenes toman las calles de Cherán para realizar rondines de vigilancia y evitar ataques de talamontes y de integrantes del crimen organizadoFoto Víctor Camacho
Vigilancia de las calles de CheránFoto Víctor Camacho
Alonso Urrutia
Enviado
Periódico La Jornada
Martes 28 de junio de 2011, p. 14
Cherán, Mich., 27 de junio. Cae la noche en este pueblo purépecha y los jóvenes comienzan a tomar las calles, como todos los días desde hace más de dos meses. Representan la seguridad del pueblo. Apostados en cada fogata, velarán toda la noche hasta el amanecer, amparados en los leños que disuadan al crimen organizado de ingresar al pueblo.
En una de las más de 200 fogatas, a la distancia, Sergio luce temerario detrás de su paliacate que le cubre parte del rosto, no lo suficiente para no darse cuenta, al acercarse, que apenas ha dejado la niñez. Quince años dice tener y, como todos los menores de Cherán, no va a la escuela desde que está dedicado a velar todas las noches las calles de su barrio, el segundo, llamado San Marcos.
Los hombres de Cherán han conformado una peculiar e improvisada policía de autoprotección. Desde las alturas del campanario de la iglesia de San Francisco se vigila la operación de todos quienes integran la ronda comunitaria que recorre todo el tiempo las calles para salvaguardar la seguridad y el orden del pueblo. No es el único aporte de la iglesia en esta lucha, en la que ha estado activa ante la depredación de los bosques de este pueblo purépecha, pues también ha incidido en disuadir las diferencias partidistas, en aras de la defensa de los bosques.
La ronda comunitaria representa la estructura de base, regulada por una comisión de honor y justicia, integrada por representantes de los cuatro barrios. En la construcción de este provisional gobierno popular, dicha comisión funge como procuradora de justicia.
En las calles, un hombre alto, ataviado con un impermeable, parece ser el coordinador de la ronda comunitaria en la seguridad de su barrio. No da su nombre por motivos de seguridad: las desapariciones y asesinatos de comuneros son motivo suficiente para ser prudente. Yo nunca he andado en estos borlotes, pero la pelotera me llevó a incorporarme, resume para justificar las razones de su participación en los empeños del pueblo para detener al crimen organizado que los acecha.
Es claro en precisar qué quieren los indígenas del pueblo de la autoridad: protección de sus bosques, porque aquí dentro el Ejército no puede entrar. Las funciones de la ronda no se circunscriben sólo a la defensa del exterior, sino igualmente a garantizar el orden en estos tiempos extraordinarios que vive la comunidad.
Mal endémico del pueblo, el alcoholismo representa un fenómeno que, como están las cosas, no puede permitirse. Desde el púlpito, con el cura del pueblo y la comisión de honor y justicia, se le busca erradicar, para no alterar más el orden, de por sí incierto en Cherán.
No son tiempos para que los hombres deambulen por el pueblo embriagados, por ello se ha restringido drásticamente la venta del alcohol. A quien se le sorprende en estado de ebriedad se le exhorta a ir casa en una primera instancia, se le impone trabajo comunitario o, si el caso es más extremo, se le condena a pagar con un bote de pintura.
Con el apremio de la lucha ambientalista como eje de toda la vida en Cherán, muchas actividades están paralizadas: las escuelas se encuentran cerradas desde hace dos meses; las parcelas no se trabajan, porque el miedo recorre la comunidad.
El recuerdo de los muertos y los desaparecidos –considerados ya héroes populares– está presente en todos los comuneros, que no se arriesgan y han optado por abandonar sus tierras, sólo con la incertidumbre de que los gobiernos les resuelvan su elemental demanda: la protección del bosque y la comunidad.
–¿Les interesa a los gobiernos resolver?
–No les conviene, porque ahora ya somos un ejemplo de organización y se sienten rebasados. No pueden reconocer que sí se puede, que el pueblo puso el ejemplo, responde Alicia Lemus, purépecha con estudios de maestría en la Complutense de Madrid y ex becaria de la Fundación Ford.
No hemos encontrado otra forma de manifestarnos, de hacerle justicia al bosque, a nuestra tierra. No permitiremos ya que continúen destruyéndola. Es la tierra de los ancestros y de los herederos, por eso es que esta invasión (de los talamontes y del crimen organizado, que opera en contubernio) es lo que hace que se levante la gente.
Los purépechas de Cherán tienen una visión radicalemente distinta, asegura. Si destruimos el ecosistema, destruimos parte de nuestra propia vida; el pueblo vive del bosque, de sus árboles, de los frutos que les da, alimenticios y medicinales. No vemos el bosque como mercancía, sino parte de nuestra vida; por eso no queremos ya más saqueos de nuestras tierras.
A pesar de todo, asegura, los indígenas de Cheran no han optado por formar una guerrilla o algo parecido: es un levantamiento en el que nuestras armas son las palabras; nuestras ideas, la organización. Es lo único que tenemos, porque bien sabemos que con la violencia no llegamos a ningún lado, pues lo que queremos es preservar el bosque
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