RICARDO MONREAL ÁVILA – ¿SIMPLEMENTE MÉXICO?
¿Cuándo procede cambiar el nombre de un país? Predominan dos circunstancias. La más frecuente es cuando ese país experimenta cambios profundos en su situación social, económica y política, a tal grado que es necesario darle otra identidad (un movimiento de independencia, por ejemplo). Es decir, cuando una Nación nace, renace o se rehace.
Otra circunstancia está determinada por la fuerza de los usos y costumbres en una sociedad, que puede llegar a considerar colectivamente útil o conveniente cambiar el nombre oficial del país, para adoptar otro convencionalmente posicionado por la tradición y el imaginario colectivo.
La iniciativa de cambiar la denominación constitucional de “Estados Unidos Mexicanos” por simplemente “México”, tal como se desprende de la propuesta presidencial presentada en días pasados, obedece más a la segunda circunstancia que a la primera; es decir, a motivos de tradición o convencionalismo social que a una evolución o revolución de la realidad en curso.
“Perdónenme la expresión, pero el nombre de México es México, así de sonoro y así de hermoso es el nombre de nuestro gran país”, argumentó Felipe Calderón al presentar por segunda ocasión la iniciativa de reforma constitucional para cambiar de nombre al país (el primer intento fue en 2003, cuando fungió como coordinador de los diputados del PAN).
Si la razón fuese fundamentalmente de estética auditiva o de lexicología procesal, adoptemos entonces el nombre de “Querétaro” en lugar de “México”, ya que según un sondeo del Instituto Cervantes de Madrid esa resultó ser la palabra más hermoso del idioma español. O si el argumento es la sonoridad del término, procedamos a nacionalizar la palabra “Sonora”.
La iniciativa de llamar al país simplemente México (una modalidad de apócope), y no por su nombre completo de pila constitucional “Estados Unidos Mexicanos”, obedece a una motivación esencialmente política e ideológica, y no a una inocente inspiración estética o poética de una tarde de otoño.
Si algún evento definió claramente las tendencias políticas del país desde su fundación (liberales vsconservadores; republicanos vs monárquicos; federalistas vs centralistas; nacionalistas vs colonialistas) fue precisamente la determinación del nombre oficial.
Desde entonces, las propuestas para llamar al país simplemente “México” han surgido inequívocamente del pensamiento conservador, monárquico y colonialista, en contraposición al de “Estados Unidos Mexicanos” impulsado por los liberales, federalistas y nacionalistas que así buscaban diferenciarse precisamente de los primeros.
“Nación mexicana” fue el concepto que unió a los independentistas de 1810 (criollos y mestizos por igual) y es el nombre con el que inicia el “Acta de la Independencia Mexicana” del 28 de septiembre de 1821. La diferenciación sobrevino después, cuando se debatió qué nombre dar a la nación emergente, en función de una variable precisa: la forma de gobierno.
Las Bases Constitucionales del 24 de febrero de 1824 con las que Agustín de Iturbide buscaría integrar su primer gobierno, establecía en su párrafo tercero: “Adopta para su gobierno la monarquía moderada constitucional con la denominación de imperio mexicano”.
Derogado ese nombre por decreto del 8 de abril de 1823, se empieza a utilizar por los liberales el de “Federación Mexicana”, para finalmente adoptar el de “Estados Unidos Mexicanos” el 4 de octubre de 1824, con motivo de la promulgación de la primera Constitución Federal en la historia del país. La segunda Constitución Federal de 1857 ratificaría el nombre oficial.
Será el 10 de abril de 1865 cuando se registra el segundo intento histórico de modificar el nombre del país, con la promulgación del “Estatuto Provisional del Imperio Mexicano”, por parte de Maximiliano. “Art. 1: la forma de gobierno proclamada por la Nación y aceptada por el Emperador, es la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico”.
El tercer gran intento para cambiar el nombre al país se presentó en el debate del Congreso Constituyente de 1916-1917. Se propuso adoptar el de “República Mexicana” o simplemente “México”, para diferenciarlo del vecino “Estados Unidos de América” (las crónicas de la época mencionan al periodista norteamericano William Shaler como el verdadero promotor, desde 1813, del nombre actual del país, con la finalidad de anexarlo posteriormente a la Federación Estadounidense).
Se decidió nuevamente por el de “Estados Unidos Mexicanos” con el argumento de que la forma de gobierno es el bien público más importante a destacar y a tutelar en la adopción del nombre oficial del país.
En conclusión, históricamente, las propuestas para cambiar de nombre a la Nación mexicana han estado acompañadas por sendos proyectos ideológicos y políticos para modificar posteriormente la forma de gobierno del país. ¿Es el caso?
Por último, a la iniciativa presidencial sólo le faltó retomar y actualizar otro debate pendiente, relativo al nombre: ¿cómo escribir México: con la autóctona X o con la ibérica J? Olé!
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